INTACTO

By María García Baranda - septiembre 23, 2015


Y llegó el otoño y con él el estío exhaló sus últimas respiraciones.
La tormenta acaba de estallar bruscamente y yo me encuentro en medio, sin resguardo. Procuro no mover los pies del suelo mientras la lluvia me cala hasta los huesos y el viento amenaza con tumbarme. Y es que hay algo más fuerte que yo, algo que no me permite moverme para no cambiar el escenario en forma alguna y no alterar así el argumento de la historia. No quiero que esta cambie, que se acaben los capítulos, ni se escriba el desenlace. Tan solo continuar navegando por sus letras una noche tras otra. Y bajo el aguacero me miro por dentro y me digo: mi libro no encuentra fin y en él, con la mayor de las inocencias, mi Amor permanece intacto. Si lo pienso, no dejo de sorprenderme a mí misma ni de preguntarme cómo es posible que siga manteniendo tal sentimiento en ese tono. Y solo sé que la única explicación posible reside en su blancura. Me despojé de mis ropas raídas hace mucho tiempo ya, me limpié de mis manchas hasta quedar desnuda y extendí mis brazos al frente. Y no tengo otra cosa que ese Amor y lo demás no importa. No me importa el peligro, no me importa enseñarme, no me importa ofrecerme a quien quiero aún con riesgo de daños, pues fue Él quien me dotó de ojos para mirar y no solo ver, oídos para escuchar sin solamente oír, cabeza para comprender y no aferrarme al rencor y alma para querer incluso la mayor de las debilidades.

Mi libro no encuentra fin y en él, con la mayor de las inocencias, mi Amor permanece intacto


…porque las letras le pertenecen
no solo a quien las escribe,
sino a quien provoca el sentimiento que las inspira.



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