Y
llegó el otoño y con él el estío exhaló sus últimas respiraciones.
La
tormenta acaba de estallar bruscamente y yo me encuentro en medio, sin
resguardo. Procuro no mover los pies del suelo mientras la lluvia me cala hasta
los huesos y el viento amenaza con tumbarme. Y es que hay algo más fuerte que
yo, algo que no me permite moverme para no cambiar el escenario en forma alguna
y no alterar así el argumento de la historia. No quiero que esta cambie,
que se acaben los capítulos, ni se escriba el desenlace. Tan solo continuar
navegando por sus letras una noche tras otra. Y bajo el aguacero me miro por
dentro y me digo: mi libro no encuentra fin y en él, con la mayor de
las inocencias, mi Amor permanece intacto. Si lo pienso, no dejo de
sorprenderme a mí misma ni de preguntarme cómo es posible que siga manteniendo
tal sentimiento en ese tono. Y solo sé que la única explicación posible reside
en su blancura. Me despojé de mis ropas raídas hace mucho tiempo ya, me limpié
de mis manchas hasta quedar desnuda y extendí mis brazos al frente. Y no tengo
otra cosa que ese Amor y lo demás no importa. No me importa el peligro, no me
importa enseñarme, no me importa ofrecerme a quien quiero aún con riesgo de
daños, pues fue Él quien me dotó de ojos para mirar y no solo ver, oídos para
escuchar sin solamente oír, cabeza para comprender y no aferrarme al rencor y
alma para querer incluso la mayor de las debilidades.
Mi
libro no encuentra fin y en él, con la mayor de las inocencias, mi Amor
permanece intacto…
…porque
las letras le pertenecen
no solo a
quien las escribe,
sino a
quien provoca el sentimiento que las inspira.
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