¿QUÉ FUE DE AQUELLOS TIEMPOS...?

By María García Baranda - enero 12, 2016



¿Qué fue de aquellos tiempos en los que…? Me creía en posesión de la verdad más absoluta. En los que pensé tener la sabiduría para discernir entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. ¿Qué hay de esos tiempos en los que erigida en figura inintencionadamente soberbia creí conocer la acción y reacción de los comportamientos humanos como si de una ecuación perfecta se tratase? Pues afortunada y positivamente se esfumaron. Tiempos aquellos fruto de la juventud y de la inexperiencia, forjados en el caminar por un sendero que llegué a pensar como único transitable. Esto espero y esto ha de ocurrir. Y me quedaba tan campante. Y ¡ay, de no ser así! En tal caso se me desmontaba el guión de la vida, de una vida que creía que debía acontecer tal y como la tenía en mente.
No es esto más que un pensamiento nacido de la edad, de lo vivido, de lo perdido y de lo ganado. Tan solo se accede a él con los años, creo yo. Y habrá de seguir mutando con el tiempo, espero. El caso es que trae consigo la flexibilización ante los acontecimientos vividos y ante los procederes propios y sobre todo ajenos. Y supone asimismo ganar en capacidad de comprensión y de asunción de que lo que cada uno lleva por dentro mueve sus pasos. No criticable pues. Aunque no por ello sea un camino fácilmente transitable.

Sigo pensando que hay personas buenas por naturaleza y asumo que habrán de tropezarse, de fallarnos a veces, de herirnos. Y a la inversa. Pero ¿podría mantener acaso la opinión de que por ello han de dejar de ser considerados seres humanos con bondad? No lo creo así. Puntualmente quizá me asalten mil dudas y me vea abatida por sus acciones. Podrán hacerme polvo el corazón a veces, pero inevitablemente tengo la tendencia de tratar de entender que tras sus actos siempre hay una razón más poderosa que ellos que les lleva en ocasiones a reaccionar de modos que a ellos mismos causan pesar. Podrán preguntarme algunos, por lo tanto, a quiénes habría de tildar de seres sin escrúpulos, de mala gente. Mi respuesta es obvia: aquellos que se quedan a vivir en el más absoluto egoísmo, ignorando deliberadamente la vulnerabilidad de los sentimientos ajenos en pos de un bien propio. Aquellos que saben que sus actos podrán herir profundamente a la gente les rodea, o que los quiere incluso, y que aún sabiéndolo giran su cabeza al otro lado convirtiéndolos en marionetas con las que jugar en su propio teatro. Obtención del beneficio individual, aún mediante el destrozo ajeno. Por lo tanto, el punto de diferencia radica en la consciencia y en la conciencia de sus actos. Si identificas que algo en tu comportamiento resulta nocivo para el resto, si reparas en ello y buscas tus porqués, tratando de enmendarlo posteriormente, en tal caso, simplemente eres humano. Evita repetir el patrón y dañar nuevamente a quien ya heriste, pues. No hagas que sus heridas profundicen, ya que nunca sabes cuán frágil es la piel de tu víctima. Si, en cambio, caes de nuevo en tales conductas, autojustificándote en tu devenir de vida como motor de dichas acciones, siento decir que has dejado de pertenecer al grupo de personas a las que considero buenas. No sirve el “a mí también me han hecho daño”. Y no importa lo que yo opine, un simple granito de arena en el desierto. No es tan relevante, pues en esos casos el primero en perder es el verdugo y el precio, sospecho, consiste en mirar a su alrededor y ver un enorme y yermo territorio.

Nunca podría herir prolongada y conscientemente a quien quiero, lo juro. Y si alguna vez lo hice, espero que fuese tan solo por un minuto y la manera de reconducirme le sirviera de cura. Y en el caso contrario, deseo con todas mis fuerzas, que en algún momento abriese los ojos, y con un rasgo de entendible humanidad y madurez sepa que en el enorme abanico de posibilidades que todos tenemos, la lealtad de corazón –la más esencial de todas- es lo único que mantiene cerca a quienes merecen la pena, porque es el único modo de hacerles sentir cuidados. Hasta de uno mismo. Y de evitar su pérdida.
Y cada cual elige cómo conducirse en la vida y lo que merece a cambio.




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