DE PADRES INTRUSISTAS Y OSADOS, HIJOS DEPENDIENTES Y DESCARADOS

By María García Baranda - junio 01, 2017

  Año 2017, mes de mayo. Se abre la aplicación de mensajería instantánea Whatsapp y los miembros de un grupo comienzan a charlar. Este se forma por padres y madres en sus cuarenta. ¿Sus hijos? Chicos de entre 17 y 19 años. ¿El punto de unión? Son todos alumnos de Segundo de Bachillerato de un mismo grupo. ¿El motivo de formar ese grupo de chat? Estar al día de sus exámenes, trabajos, día a día del aula, conflictos con los profesores, etc…
     El caso anterior es absolutamente cierto y cercano a mí. Jamás pensé que tendría que ver cómo determinados padres se esfuerzan con todo su ser, se dejan la piel, y guerrean con uñas y dientes por conseguir un trabajoso objetivo: convertir a sus hijos en unos seres completa y absolutamente dependientes, nada resolutivos, mimados, caprichosos, y alejados del mundo real y de la perspectiva de quiénes son. Me resulta espeluznante y lo encuentro el comportamiento opuesto a una labor educativa sana y provechosa. Si me llegan a decir que los hijos de esos padres cursan Educación Infantil o Educación Primaria, lo habría catalogado de innecesario y excesivo, como mínimo. De poco recomendable. Y de una losa para la comunidad educativa. Pero el hecho de que estos chicos estén a punto de asistir a la Universidad me pone los pelos de punta. No hay motivo alguno, no hay justificación para una intromisión tal en el desarrollo académico y de la madurez de los chicos y por lo que a mí respecta no empatizo en absoluto con esta patología de padres. Esto no es preocupación, lo siento. Es afán de protagonismo y comodidad, a pesar de las horas empleadas en tales tareas.
      Lo habitual de estos chats es encontrarnos flujo de información que jamás debería transitar entre los padres, sino entre los alumnos. Cada vez que un padre le pregunta a otro cuándo es el examen de Matemáticas o qué entra en el de Lengua están robando sentido de la responsabilidad a sus hijos. Cada vez que comentan los detalles de determinadas actividades y tareas están suprimiendo la interactuación y aprendizaje mutuo entre los compañeros. Cada vez que comentan si un examen ha sido difícil o cómo ha desarrollado el profesor de turno la clase de hoy están aleccionando a sus hijos, privándoles de la posibilidad de generar un pensamiento crítico con los pies en el suelo y provocando que repitan después como papagayos y sin ningún criterio lo oído en casa. El resultado, lo antes descrito: chicos absolutamente incapaces de arreglárselas por sí mismos. Y creedme que es absolutamente detectable, porque cuando yo me encuentro en clase con un alumno que necesita que le guíe, más allá de las directrices habituales o de la dificultad de un tema, hasta en la acción más simple, ya sé que me hallo frente a un hijo de padre intrusista. No es sobreprotección, no. Es aún peor, es absoluta usurpación de las identidades académica y personal de su hijo, ocupando un lugar que en absoluto le corresponde. Está desplazándolo irremediablemente. Y aún más, está creando un ser que se cree con el derecho a que le den las cosas hechas y solucionadas, y con una notable falta de capacidad para buscar opciones y soluciones cuando las cosas no salen a la primera. Y en ocasiones, incluso está moldeando a un tirano.
    Y me pregunto por qué. Me pregunto qué lleva a unos padres a semejante robo de una parte esencial de la vida de sus hijos y a caer en esa especie de adicción de vivir por ellos, experimentando en sus propias carnes cada acontecimiento del alumno. Me pregunto qué les lleva a decir eso de “hemos aprobado”, o “hemos trabajado mucho”. A hacer trabajos y deberes de sus hijos. A cotejar con otros padres las páginas del libro ya explicadas en clase. Pero sobre todo me pregunto qué les hace valorar, opinar y juzgar cuál es la forma más idónea de enseñar en el aula, así como qué les hace manifestarlo en casa para que sus hijos después se tomen la licencia de, con total insolencia, arrojárselo al profesor en el aula. Me pregunto dónde adquirieron esos conocimientos que les permiten saber si viene a cuento o no que se explique un tema u otro, por encima de docente, Consejería de Educación, Ministerio de Educación y Ley Educativa. Me pregunto qué milagro del conocimiento absorbido de las plantas es lo que les hace detectar si un examen se ajusta a lo esperado o no, o si está bien corregido y adecuadamente calificado. Me pregunto por qué no se dedican ellos a la enseñanza, si cuentan con tales conocimientos específicos y pedagógicos. Me pregunto si mañana, cuando indiquen a sus hijos cómo hacer algo y estos les contesten con un “calla que no tienes ni idea”, ellos se extrañarán y se cuestionarán el porqué de esa reacción. Pero sobre todo me pregunto, cómo tienen ellos la osadía de evaluar y adoctrinar sobre aquello de lo que no tienen ni idea, y de faltar al respeto sistemáticamente a quienes educan y enseñan a sus hijos día tras día. Me pregunto cómo existen seres con tantísima prepotencia alimentada, sorprendentemente, en una dosis de ignorancia tan espesa. ¡Ah!, y se me olvidaba, me pregunto si en medio de una operación se incorporarán de la camilla en el momento que el médico se dispone a hacer su incisión con el bisturí, para decirle: “¡no, por ahí no!, mejor por aquí”.






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