Me pregunto cómo se sentiran esas personas de las que termina alejándose todo el mundo. Asfixiados. Rendidos. Aburridos. Saturados. ¿Se darán cuenta? Pero no esa cuenta de boca poco vocalizadora. Ni tampoco de la cabizbaja con ojillos de echar dos lagrimillas y marcharse deprimidos a dormir. No de esa de dar pena para que les adoren. No. Cuenta de la de hacer balance y recuento y ver que terminan echando incluso al más leal, provocando que huyan de sus balas.
Me pregunto si harán alguna vez el intento de análisis o de acto de contrición precisos, sin terminar diciéndose que todos les abandonan y dejan en la estacada, convirtiéndose en víctimas incomprendidas.
Me pregunto si un mea culpa interno podría finalmente hacer que abran los ojos quienes llevan a gala aquellas actitudes machacantes e insensibles, llevando hasta el hartazgo, destrozando en pedazos incluso al más fuerte.
Me pregunto si... si habrán, algún que otro día, de mirarse al espejo. De mirarse por dentro y darse cuenta del veneno que llevan en forma de complejos. De rencores. De ira. De rabia y frustración. Tan arraigados ya que ni ellos se dan cuenta de los dardos lanzados, ni del inmenso daño causado. O eso dicen al menos. Hasta que expulsan fuera a todo el que se acerca. Y después se lamentan.
Me lo pregunto, sí. Pero tampoco me importa la respuesta. Y es que esa no es mi guerra. Y la soledad es el mínimo precio a pagar, el más barato, por esas actitudes pagadas de sí mismas capaces de pulverizar hasta lo más noble y bello que habita en otro ser humano. Eso es lo merecido.
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