Había leído aquella novela media docena de veces, pero
nunca había reparado en esa palabra como en aquella ocasión. Se le erizó la
piel y sus ojos comenzaron a brillar con la fuerza de los cuerpos celestes. Con
un movimiento cuidadoso cerró el libro y lo apretó fuertemente contra su pecho
como si quisiera atesorar en lo más hondo la fuerte impresión que había
sentido, y que le había provocado un fuerte escalofrío que le recorrió todo el
cuerpo, desde la punta de sus pies hasta el último rizo de su pelo. Sonreía,
entendía el concepto con una intensidad vívida que sabía poco habitual. Los
presentes, figuras desdibujadas a su vista, se percataron de que algo
extraordinario le estaba sucediendo. La miraban inquisitivamente unos, con
curiosidad otros, queriendo averiguar con avaricia el contenido de aquellas
letras que la habían transformado la expresión del rostro. Comenzaron a
especular sigilosa e individualmente, para después dar paso a un sinfín de
cuchicheos. Se oían comentarios acerca de si entre las páginas de aquel libro
habría encontrado la inspiración para comenzar alguna otra historia, o si le
habría recordado alguna experiencia ya vivida.
Ella callaba cautelosamente. Apenas dejaba oír su
respiración cuando comenzó a sentirse observada y a temer si era evidente lo
que emanaba de su expresión, si todos cuantos la rodeaban podrían adivinar lo
que estaba sintiendo. Y por otro lado jugaba al despiste, por aquello de que
las hipótesis se tambalean siempre ante la amenaza de la certeza de no conocer
nunca del todo a quien tenemos en frente. Prefirió mantener el misterio.
El día que comenzó la relectura de su novela buscaba en
ella resquicios no percibidos en ocasiones anteriores, nuevas perspectivas de
la historia a través de los ojos de personajes aparentemente insignificantes.
Lo que de ningún modo pudo sospechar fue que en esa ocasión iba a sentirse
absolutamente identificada con la protagonista, la misma en cuya piel se había
puesto tantas veces y a la que creía conocer como a una amiga. Tantas veces
había hecho suyas sus palabras, tantas había reaccionado conforme al retrato
que de ella ofrecía su autor…y sin embargo esa era la primera vez que
comprendía lo que le atravesaba el alma. Eso le hizo asombrarse de sí misma y
llegó a pensar que una y otra vez había paseado entre las páginas de su
historia tan solo de puntillas. Y al punto dio con otra posible causa: jamás
antes aquella palabra había adquirido tal dimensión porque cuando llegaba a sus
dedos, estos estaban dormidos por la rutina e incluso por los momentos de
letargo que había atravesado en momentos anteriores de su vida. Ahora no. Ahora
esa palabra se había desplazado como un calambre brazo arriba, alcanzando sus
hombros, recorriendo su cuello hasta llegar al extremo de sus labios. Una vez
allí el resto del trayecto fue sencillo pues un suspiro hondo permitió que
entrase en el interior de su boca. Su sabor era dulce y pulposo, y al tiempo
emitía un ardor incombustible. Era una palabra con cuerpo, grandiosa y sería
por sí misma agua y alimento. No haría falta nada más, pues en tan solo un
segundo le había despertado los sentidos sin tan siquiera pronunciarla.
Durante unos minutos llegó a plantearse si sería
conveniente decirla en voz alta para que tomase vida por sí misma y no correr
el riesgo de que se desvaneciese en el camino. Pero el miedo de no tener voz
suficiente para que todos pudiesen oírla se apoderó de ella y pensó que tal vez
sería mejor esperar a escucharla y así palpar su ritmo, su volumen, su tono. Le
invadió la duda: ¿las palabras se sienten o se piensan?, ¿se dicen o se
escriben?, ¿se reinventan o se reviven? Tendría que consultarlo con la
almohada, a menos que alguien le diese una palmadita en la espalda y esta
saliese espontáneamente de sus labios. Fuera como fuera, una cosa era clara: tarde
o temprano esa palabra sería pronunciada con la misma fuerza con la que ella la
había redescubierto entre las páginas de su novela favorita.
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