¡Y yo que pensé que se trataba de una idea manida, un
tópico surgido de los razonamientos a los que echar mano cuando buscamos una
explicación fácil! Pero sí, mucho me temo que el fenómeno existe y que
una considerable parte del sexo masculino aún se asusta ante una mujer que se
le dibuja rompedora.
Sirva
la aclaración, por si hubiese dudas, de que estas letras pretenden alejarse de
todo grado de una fácil generalización. Y del mismo modo, manifiesto mis
respetos a todas las opciones de vida posibles ¡faltaría más! Pero pongo hoy mi
foco de atención únicamente en el mencionado comportamiento, esencialmente
porque me causa una profunda pena al perderse así ocasiones de relacionarse con
personas que, con otra voluntad, podrían merecer mucho la pena.
Volviendo a la cuestión, siempre he sostenido que a
través de los tiempos los seres humanos no han cambiado su esencia, sino tan
solo el maquillaje con el que embadurnaban su aspecto, proyectando así imágenes
aparentemente modernizadas que hemos tildado de evolución. Los roles masculinos
y femeninos han ido adaptándose a los tiempos, pero creo que lamentablemente
tal proceso ha sido tan solo epidérmico. Si echamos un vistazo rápido a los
cambios que han afectado al colectivo femenino de los últimos treinta o
cuarenta años, nuestro papel nos ha empujado a incorporar trazos nuevos a los
ya adquiridos. Sin perder ni un ápice de femineidad, ni uno solo de los rasgos
asignables a la mujer amante, mujer esposa, mujer madre, mujer amiga… llegó la
mujer académicamente ultra preparada y profesionalmente competitiva y
emprendedora. Poner en marcha un circo con tal número de pistas acarrea
inevitablemente una compleja labor de autoanálisis y de crecimiento emocional.
Y tras ello, las consecuencias son esperables: quien se trabaja emocionalmente,
quien disecciona su interior a golpe de un afiladísimo bisturí, exige en un
compañero un esfuerzo parejo. He aquí la raíz de los desencuentros.
Muchos son los hombres que dan la talla de sobra en los
tiempos que les han tocado vivir, no me cabe la menor duda de ello. Pero lamentablemente
hay también un amplio sector que decide dar media vuelta a la derecha. Ante la
premisa de no querer complicaciones en su vida optan bien por no comprometerse
con nadie, bien por elegir como compañera a quien consideran fácilmente
manejable, epítome de mujer que dice a todo amén. Pero… ¿por qué? Rechazo de
plano afirmaciones que los encasillan en la comodidad, en quererlo todo y nada,
o en interesarse solamente en cubrir necesidades primarias, por cuanto nosotras
buscamos igualmente sentarnos en un cómodo sillón, necesitamos un tiempo para
saber si es algo o todo lo querido y, sin ninguna duda, agudamente respondemos
a la satisfacción de nuestros instintos más básicos. ¡Bendito sea! No me
sirven, como ya dije, las generalizaciones. Así que rascando un poco llego a
pensar que si este fenómeno es relativamente nuevo en el panorama de las
relaciones sociales es porque en tiempos pasados el despiece de las emociones
no fue asunto de extrema necesidad. Pocas eran las que habían de rehacerse
sobre sí mismas y menos aun las que decidían dar un puñetazo en la mesa y
comenzar un camino por ellas mismas. Y, por ende, pocos los que se veían
obligados a mirar al interior de sus emociones con espíritu crítico. Y las
culpas repartidas: unas por no manifestar sus querencias y otros…, otros
víctimas de una educación social defendida a ultranza por ellos y
sobrealimentada por ellas. Son los flecos de una herencia recibida y se enredan
estos para estropear más de un tándem con alto potencial.
Si de algo sé es de la impronta que deja una educación
bien entendida y de que se necesita tiempo para que esta cale. No se puede
pedir que actúe a quien no se le ha indicado el cómo ni el porqué. Así que a
todos nos corresponde comunicarlo y compartirlo; hacernos entender sin caer en
reproches vacíos de sustancia y gritar a los cuatro vientos que no hay nada
mejor que mirarse con lupa a las entrañas tras cada nueva sensación. No pasa
nada, no es un drama y, por trabajoso que sea, es garantía segura para degustar
intensamente la experiencia venidera, sea esta cual sea. Por añadidura
dejaríamos de formular sentencias como “a las mujeres no hay quien las
entienda” o “a vosotros sí que no hay quien os entienda”…, ¡agggg!
A
pesar de todo ello, sé bien que seis días no hacen una semana y que lo arriba
expuesto es asignable tan solo a un sector cuyo porcentaje desconozco. Hay
quien pisa fuerte en su trayecto y de una patada aparta las piedras del camino.
El resto no me interesa, ni capta mi atención, ni me motiva en absoluto. Y como
si pido, he de dar, lanzo un mensaje que asiente las bases de un acuerdo
tácito: sé inteligente intelectual y emocionalmente a partes iguales y
prometo esforzarme en corresponderte al mismo nivel.
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