Cuando crees que en el interior de ciertas personas se
esconde algo mucho más profundo, algo más allá que la sencilla lista de rasgos
de carácter que muestra en sociedad, en ese mismo instante, la curiosidad se
dispara. Tienes un pálpito, tu interés gira su cara a ahondar en ello y
automáticamente se plantea el reto de ser la fuerza motriz de que esos seres se
abran a ti. A su ritmo, paso a paso, pero entregándote el preciado regalo de
dejarse ver.
Hace ya más de medio siglo que la actriz Marilyn Monroe
hizo popular la expresión de que en estos tiempos costaba menos arrancarse un
vestido que desnudarse por dentro. No se equivocaba. Se cuentan con los dedos
de una mano -y seguramente sobra alguno-, los seres sin ningún tipo de
prejuicio ni freno para mostrar al mundo sus sentimientos, temores y sueños más
íntimos. Defiendo con fuerza que, junto a la empatía, es la cualidad más
preciada del ser humano. Ser capaz de decir sin cortapisas y con valentía: esto
siento, esto es lo que me pasa y esto es lo que opino. ¡Ahí lo tienes! Yo misma
trato de hacerlo con valentía, aunque se me pongan de corbata las congojas; así
que, si me cruzo con alguien con la misma forma de conducirse por la vida, a
partir de ese momento, esa persona me tiene ganada de por vida. Así de simple.
Quizá sea por eso mi tendencia a asomarme a los ojos de
la gente. En determinadas ocasiones -no muy a menudo, para ser franca- veo en
alguien algo que trasluce brillantemente más allá de su epidermis. No puedo
evitar ponerme en sus zapatos, observar sus reacciones y sí, confieso, formular
alguna que otra hipótesis sobre quién es realmente, qué le motiva, qué teme y
cómo afronta su vida. Podría calificarlo como la búsqueda del potencial que se
esconde en su interior y tal vez se trate de una conducta aprendida en mi
profesión. Quienes me conocen saben que desarrollo mi trabajo más allá de los
límites de la mente, empujando a mis chicos a su desarrollo personal y
emocional, y sincera e inmodestamente creo que me funciona. A lo largo de estos
años son muchos los alumnos que han llegado a mis manos desahuciados
intelectual y emocionalmente por algún ciego de conveniencia. Con un poquito de
paciencia y voluntad he visto como en poco tiempo el potencial que creía haber
detectado en ellos ha comenzado a emerger con resultados realmente
sorprendentes. Creo que solo se trata de saber mirar al interior de las
personas a través de su propia mirada.
Por lo que se refiere a mis relaciones personales sigo
siendo una idealista. Creo que la mayor parte de las personas podemos ofrecer
siempre una versión mejorada de nosotros mismos. De todos y cada uno podría
sacarse un activo, ahora bien, el valor que este tenga es ya harina de otro
costal. O al menos, el valor que para mí alcanza. En primer lugar, porque si
esa persona no está dispuesta a compartirlo con algún otro ser, no me sirve. Y
en segundo lugar porque, como de todo tiene que haber en este mundo, no todo
aquel con el que me cruzo resulta especial a mis ojos, naturalmente. Tal vez
sea cosa de la edad, pero con el paso de los años he ido ganando en tolerancia,
mi carácter se ha suavizado y he reforzado mi capacidad para ser empática ante
las conductas ajenas. Y al tiempo, aunque parezca contradictorio, me resulta
más costoso verme cautivada por alguien. Muchas son las horas, los días,
dedicados a buscar la causa y creo que finalmente he dado con la clave: sé que
aquellos que realmente me fascinan son quienes me dejan compartir su interior
sin miedo, quienes no renuncian a salir de una fase de estancamiento, quienes
son capaces de ofrecer signos de cariño a raudales, quienes son valientes para
perseguir sus sueños y -al igual que yo me digo a diario-, se dicen: hacia
atrás ni para tomar impulso.
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