¿Qué hay debajo del envoltorio, de cada pose, de cada
coraza? Intuyo una presencia, no sin temor de que sean mis deseos los que me
manejen en esa búsqueda constante de las bondades del ser humano. Inagotable
fuente que en mí habita.
Hace
unos días me dijeron que, rascando un poquito, incluso los seres que
consideraste infranqueables pueden ofrecerte el regalo más sorprendente. Y me
encantó escuchar esa idea de boca de alguien más que no sea yo misma. Dulce a
rabiar, arriesgada hasta el límite más alejado de la autoprotección. Y es que
en tal empresa no hay garantía de éxito. No hay antídoto contra las
decepciones. Tan solo dos compañeras de viaje no siempre bien avenidas: la
intuición y la fe. Invencible equipo en ocasiones, encarnizadas combatientes
las más veces. Porque cuando la primera se deja cubrir por el velo de la
desconfianza o la inseguridad puede asestar un golpe mortal a la segunda,
convirtiéndote así en cruel verdugo de ti mismo.
Yo que soy beligerante defensora de la intuición y de los
instintos, hoy me cuestiono incluso lo certero de mis percepciones. ¿A quién
hago caso?, ¿a la parte de mí que me empuja con fuerza a enseñarme y a invitar
a que se muestren?, ¿o a mi discretísima, infrecuente y pragmática faceta que
se inclina por no lanzarse al vacío? Y sí, también lo reconozco…, yo que suelo
ponerme por bandera la primera opción hoy me encuentro divagando sobre la
cuestión… ¡Hay que fastidiarse!
Me disculparé a mí misma pues diciéndome a mí misma que
soy humana, ante todo. Y me iré a dormir pensando que mañana, con la luz del
día, veré las cosas con mayor claridad. Y tal vez, solo tal vez, algún estímulo
interno o externo me dé un empujoncito que me ayude a elegir hacia dónde
inclinar mi balanza… De momento, ¡buenas noches!
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