La otra tarde visité una de las terrazas de la ciudad de
las que soy asidua. Bochorno amenazando lluvia, uno de mis cafés favoritos y
nutrida charla. En la mesa de al lado había un grupo de cuatro o cinco
veinteañeros, chicos y chicas, comentando su fin de semana. Como yo estaba a mi
propia conversación, y no suele interesarme en exceso lo que se cuece fuera de
mi entorno más próximo, no sabría dar detalles de los temas de los que allí se
hablaba, pero de pronto hubo algo que captó mi atención. Tales chicos
intercambiaban opiniones acerca del nivel de importancia de las relaciones
sexuales con sus novias, rollos, ligues o aquel que pasaba por allí a la
pastelería… Y me hicieron pensar. Inicialmente se me puso cara de... ¡ay, almas
de cántaros, no os queda recorrido! Injusto pensamiento por mi parte ya que a
cada edad un grado y la madurez no debe nunca justificar la prepotencia. Mea
culpa. Pero reaccioné y sus palabras me sirvieron de punto de partida para
analizar el nivel de mitificación o infravaloración -según quien sea- que se le
sigue dando a las relaciones sexuales.
Cuando se dice que es el dinero el que mueve el mundo no
solo se está mintiendo como un bellaco, sino que además se es tan estúpido como
para no darse cuenta de que ese es solo el pasaporte hacia un destino
posterior: sexo a gogó. Es el sexo, sí, el que mueve el mundo o al menos la
satisfacción que de él obtienen quienes, a mi modo de ver, no han captado su
esencia más elemental, desvirtuando su verdadero sentido. Infla los egos, sirve
de moneda de cambio y material para traficar con intereses de todo tipo, se
convierte en foco de manipulación, segrega, discrimina…y separa, adulterando lo
más bello de las relaciones humanas, que sin duda alguna podrían enriquecerse
con una concepción bien entendida del sexo.
Necesidad humana e instinto animal, fuente de placer,
desarrollo práctico de sensaciones y/o sentimientos -dependiendo del caso-, …
definirlo resulta absurdo pues tan intrínseco en nosotros como el respirar. Pero
¿y el componente relacional que lo rodea? Desprendidas de mi propia vida, de lo
que oigo a propios y extraños, de lo que observo a mi alrededor, se acumulan
impresiones un tanto pesimistas al respecto. Creemos, como en casi todo, vivir
el estado evolutivo más puntero, pero mucho me temo que analizando la cuestión
desde una perspectiva diacrónica queda mucho camino por andar. Incluso me
atrevería a decir que se ha retrocedido en la materia. La educación sexual
sigue siendo tan necesaria como lo es la formación intelectual, la alimentaria,
la emocional…o cualquier otra que se nos ocurra, por más que se trate de un
impulso natural. Su cara más pragmática no dista en absoluto del instinto
animal que obviamente poseemos y que es demostrable además desde los principios
científicos más básicos. Sin embargo, su práctica en absoluta libertad, la
desmitificación del propio acto, y el respeto a todos y cada uno de los gustos
e inclinaciones se despegan ya de su carácter más primario, entrando en juego
factores de obligado paso por el intelecto. Y ahí sí viene Paco con la rebaja.
Algo tan natural puede convertirse en un verdadero quebradero de cabeza si
quien lo maneja no alcanza unas mínimas cotas de sentido común y madurez, y sus
descabalados efectos pueden ser innumerables. Podemos encontrarnos el caso
-quizá el más abundante- de quien no sea capaz de experimentar unas relaciones
sexuales sanas y en consonancia con sus verdaderos deseos, oprimido por el yugo
de los estereotipos y de los convencionalismos sociales. También aquellos que
como absoluto signo de rebeldía decidan vivirlo en plena libertad, pero que no
sepan gestionar el antes ni el después que lo acompañan; porque no nos
olvidemos en una relación sexual entran a formar parte dos personas -como
mínimo- con sus sentires, vivencias, caracteres y corazoncitos. Igualmente se
encuentran aquellos que creen que una relación sexual trae consigo poco menos
que un contrato vitalicio, por el cual una de las partes se va a ver obligada a
venderle su alma a la otra y seguramente la otra salga corriendo despavorida…
Posibilidades y ejemplos hay muchos, pero todos ellos cuentan con un factor
común: la falta de comunicación y sobre todo un ínfimo nivel de madurez en
cuanto a emociones se refiere. A eso me refiero hoy al afirmar que la educación
sexual urge. A mi edad no pienso en clases de anticoncepción, prevención de
enfermedades ni nada que se le parezca. Doy por hecho que aquellos que superan,
digamos, los veinte años de edad, ya se saben esa lección; si no es así corran
a informarse, mejor hoy que mañana. Lo que de verdad me preocupa es que el sexo
pueda convertirse en un acicate más en el ya conflictivo mundo de las
relaciones personales. Si se conoce a alguien con quien hay química, el momento
de intimar llegará tarde o temprano y, ya desde un punto de vista muy personal,
creo que es lo propio; lo es tanto como charlar de lo más íntimo de nuestras
vidas o compartir las cotidianidades con esa persona, sin que por ello haya que
rasgarse las vestiduras ni tenga que darse obligatoriamente una afinidad
posterior; eso ya se verá. Pero opiniones se escuchan de todo tipo y el
análisis de la cuestión mata de un golpe seco toda su naturalidad. Puede ser
muy pronto o ser muy tarde; puede estropear lo que comenzó como amistad; puede
crear miedos e inseguridades; puede ser interpretado como un compromiso
indisoluble y provocar huidas; puede separar o fortalecer el vínculo; puede
decepcionar; puede… ¡Agotador y absurdo! Y aquí vuelvo al inicio de mi
reflexión: que al aterrizar en la edad adulta se planteen estas dudas resulta
del todo comprensible y hasta necesario, pues forma parte del aprendizaje y del
crecimiento. Lo que de verdad me llena de desasosiego es ver como con el pasar
de los años siguen apareciendo. Ahí permanecen, a los treinta, a los cuarenta,
a los cincuenta… Dudas todas ellas frescas como lechugas, dudas recién
plantadas, dudas renacidas y reencarnadas. ¡Y mira que el asunto es tan viejo
como el hombre! Eso sí que me provoca decepción. Y no el que siga siendo
necesaria una educación en materia sexual, sino el que dicha necesidad denota
tanto una paupérrima educación en cuanto a relaciones humanas se refiere, como
una auténtica incapacidad para comunicarse con el otro.
0 comentarios