ESOS MODOS MÍOS

By María García Baranda - noviembre 22, 2015

De todas las personas con las que compartimos un pedazo de vida, o la vida entera, ¿cuántas merece la pena conservar en un lugar de honor?  La respuesta a esa pregunta tan solo puede darse posicionándonos en un punto de no egoísmo. Es preciso, además, enfocar ese punto de manera recíproca. Es decir, por un lado, requiere valorar nuestras vivencias con dichas personas siendo generosos, y evitando anclarnos en esa tendencia de ponernos a nosotros mismos en primer lugar; y por otro lado, escogiendo a aquellos que, tras poner en la balanza todas las experiencias comunes, y haya pasado lo que haya pasado, tenemos claro que no son tildados de seres esencialmente egocéntricos, por más que en algún momento hayan necesitado mirar hacia sí mismos y hayamos echado algún que otro sapo y alguna que otra culebra por nuestras bocas.

 

Por mi parte, tengo claro a qué personas querría conservar a mi vera para siempre y a quiénes no les daría ni un rinconcito de mí. Sinceramente, creo tener la certeza de a quiénes tengo entre mis imprescindibles, seres que se me revelaron como realmente especiales y que me mordieron el alma incluso sin ser conscientes de ello. Seres que ocupan un buen lugar en mi corazón. En algunas ocasiones, si hago esa lista pública, las críticas me llueven en forma de piedras que me acusan de inconsciente –como poco-, de blanda, de ciega, de bla, bla, bla…y un largo etcétera. Pero es que yo tengo mi propia forma de amar, querer, apreciar y encariñarme. Y, fíjense, ni puedo ni quiero desprenderme de ella. Me siento segura y convencida de dicha forma e incluso hay un gran componente racional en esos modos míos.

 

Para mí, amar consiste esencialmente en preocuparme de forma efectiva por el crecimiento personal de aquellos a los que quiero, en contribuir a la superación de sus problemas y en tratar de poner mi granito de arena en fomentar su lado más positivo. Sé, por otro lado, que en ocasiones dicha tarea puede resultar realmente dura y entrar en conflicto con lo que en apariencia podría convenirme. Podría incluso ir en contra del objetivo de mantenerme a salvo del dolor. Pero es que si de mis labios sale un “te quiero” hacia alguien, acto seguido de mis acciones saldrán hechos de esa tonalidad. Y me equivoco, y me equivocaré, y me empecinaré metiendo la pata mil y mil veces, y hasta mostraré mi enfado y mi portazo… pero lo sigo intentando. Sigo luchando por su pervivencia en lo más íntimo de mí y me resisto a perderlas, porque dichas personas se me enredaron en el corazón y no hay vuelta atrás. ¿Y por qué ellos? Por regalarme un simple gesto desprendido en el momento justo; por asomarse a mí de un modo determinado, ese que a mí me hace de miel; por abrirse por dentro hasta cuando no suena bien lo que hayan de decir; por hacerme reír con las bromas más fáciles y hasta de mí misma; o por esa conversación hasta las tantas, en apariencia simple, pero tremendamente enriquecedora porque contribuye a compartirnos. Así de sencillo.

 

Y bien sé que ha habido y hay ocasiones en los que la vida me ha colocado en la posición de perdedora de algunas batallas, pero la guerra es otra cosa. Mi guerra es ser consecuente con esos sentimientos que me procuran dichas personas y, por lo tanto, mi modo de amarlos va por esos derroteros.





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