PARÍS BIEN VALE UNA MISA

By María García Baranda - noviembre 14, 2015

No suelo escribir sobre ello. Sí pensar y opinar, naturalmente, pero no escribir de ello. O al menos no aquí. Salvo hoy. Llevo poco más de treinta minutos viendo el telediario. La noticia hoy es indiscutible. Atroz, devastadora…, sí, indiscutible. Hoy es París. Ayer fue Nueva York, Madrid, Londres,… Y Siria, Irak, Kuwait, Irán y Libia. Y nombres como Al Qaeda, Isis, CIA, Azores…, retumbando. Y sumamos y seguimos. Y denunciamos a quien da el más reciente y fulminante golpe. 
Treinta minutos viendo el telediario y de ellos llevo ya tres cuartas partes asistiendo a una retahíla de imágenes únicamente consistentes en mostrar cómo los dirigentes del mundo occidental dan sus condolencias a Francia. Firmas en libros de pésame, ruedas de prensa, prendidas luces de homenaje y brindis al sol. Treinta minutos de diplomacia en su más pura esencia. Brillante, balsámica y amansadora de masas. De esas que te hacen esbozar una media sonrisa y exhalar un suspiro al tiempo que decimos “todos somos…”. Y tras las condolencias se da paso al seguimiento de la noticia en la prensa internacional. Y hasta en las redes sociales. Y eso es todo. La noticia se nutre de la necesidad de mostrar públicamente la férrea unión en contra de la barbarie. Nada más. Y no aparece en pantalla ni un por qué, por más que sea un acto inexplicable y sin por qué, sin razón de ser y sin justificación. Ni un análisis de los actos que conforman esa acción-reacción tan común en el ser humano. Ni una reflexión respecto a ese ojo por ojo, Ley del Talión. Pero es que tal análisis, siempre ausente, no interesa. 
Una noticia como la de hoy habrá de horrorizar y conmover a cualquiera que tenga un mínimo de humanidad. Pero es tanta la responsabilidad que se esconde en el modo de contarla que el hacerlo mal contribuirá a avivar aún más la llama de ese odio. Porque ese dolor –que defiendo que siempre hay que mostrar–, enseñado como un cierre de filas sin mayor explicación, clama justicia; pero se adereza con sed de venganza. Supone la búsqueda del apoyo del ciudadano de a pie en una nueva cruzada y bajo el lema: el fin justifica los medios. Supone querer tener carta blanca para llevar a cabo cualquier acción que se diseñe al respecto. Y el ciudadano de a pie entenderá el contraataque y lo pedirá a gritos incluso, por más que suponga alimentar a la bestia. Y tras él vendrán nuevas y más sangrientas respuestas. La espiral que nunca acaba… La noticia al servicio de los dirigentes. Y todos ellos moviendo el mundo, porque quien paga es el anónimo, de Oriente y de Occidente.
Y tras el llanto derramado –también el mío– mucho me temo que de nuevo quedará tan solo en eso, al menos para el gran público. Porque a puerta cerrada, y una vez ganados los favores de este, tras las cortinas de los grandes despachos, el circo seguirá en marcha. Y se seguirán sembrando las semillas del odio, porque la siembra de dichas semillas germina en algo que se le hace irresistible al ser humano: el poder. Atrayente, deslumbrante, hipnotizador. Poder sustentado en dinero. Dinero como fuente de poder. Pero sobre todo el ansia por alimentar ese ego encerrado en el tuétano del ser humano. Maquillado en los actos en masa, en obras de conjunto, un solo principio: salvar el propio culo, caiga quien caiga. Sobresalir, saberse el primero, el más listo, el más potente. Y la búsqueda del interés particular por encima de cualquier otro principio. Y el resto…, el resto son solo daños colaterales, heridos de guerra.
Y hoy es París quien tristemente bien vale una misa. Y esta noticia de hoy, y la anterior, y la que vendrá detrás son la muestra a lo grande del mayor mal que adolece el ser humano: un enfermo, pestilente y cruel individualismo. Egoísta independencia observable ya desde las relaciones más sencillas hasta en la lucha de civilizaciones. Y vivimos en sociedad…, ¡hay para reír con la incongruencia, si no fuera tan desgarradoramente trágica!
Y esta idealista que aquí escribe cae cada vez más a menudo y piensa que lucha en una batalla perdida de antemano.

Por todas y cada una de las víctimas de la barbarie, de la atrocidad,

de la violencia y hasta del egoísmo más íntimo.





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