TORTURANDO ALUMNOS

By María García Baranda - enero 13, 2018




      He de hacer una confesión: me hallo en un estado de rebeldía permanente con la labor que desempeño cada día. Esta mañana al despertar, no recuerdo por qué razón, me he puesto a hacer balance del tiempo que llevo enseñando. Eché cuentas y concluí que son diecisiete los años que acumulo de labor docente, cuyos doce últimos son de enseñanza oficial y reglada. Se me antoja un periodo suficiente como para ser capaz de observar los cambios que  se han producido en mi forma de enseñar, en mi opinión y actitud ante el sistema educativo, en el propio perfil del alumnado,… Resulta del todo lógico a la luz de que soy un ente social trabajando con grupos sociales. Estamos sometidos a variaciones constantes, naturalmente, y me resulta casi obligado contemplar dichos cambios y responder a ellos. De eso se trata enseñar, ¿no? De eso se trata vivir. Así que me paro a mirar y me digo aquello de cómo hemos cambiado. Y en efecto, mi percepción de la enseñanza, de mi propia actividad analizada al detalle, ha ido despojándose de ciertos elementos que tornaron en lastres y en adornos inútiles, para centrarse en aspectos que hoy considero de una importancia mayúscula. 
    Debería comenzar diciendo que me he convertido en una intolerante respecto a determinados hábitos y costumbres que se dan en el aula. Cuanto más observo una clase convencional más ganas me dan de dar un puñetazo en la mesa y dar al traste con todo. Observo a chiquillos recién llegados al instituto, niños aún de doce años, removerse en sus sillas buscando postura y se me representa la imagen de pequeños seres enjaulados, grapados a sus puestos y con la amenaza constante de una reprimenda -electrodo virtual-, si se mueven. Con los mayores no cambio mucho de opinión tampoco. Y nos escucho a los que llevamos las riendas del cotarro: "fulanito no te muevas", "menganito ponte derecho", "así no se está en clase", "no mires al compañero", "no hables", "mira hacia delante", "no te distraigas", "deja de hacer ruido con el lápiz en la mesa", "no te peines en clase",…. ¿Qué demonios estamos haciendo? Soy la primera defensora del saber estar, de enseñar a comportarse a las personas desde niños -¡y desde casa!-, para que sepan conducirse con propiedad en cada contexto. Adoro las buenas maneras, la delicadeza, la elegancia de esos momentos en los que somos apacibles unos con otros. Pero lo descrito anteriormente me parece aberrante. Y sí, ya sé que no le va a pasar nada a un chico por estar seis horas sin moverse apenas en un aula. Y también sé que casi todos lo hicimos, que yo lo hice,… pero con el sentido común de la madurez, hoy por hoy me parece un espanto. He llegado a considerarlo una práctica contra natura, castradora de instintos y de un sano desarrollo personal individual y en libertad, un modo lícito de mermar su capacidad para convertir sus impulsos naturales en su propia forma de buscar qué les gusta, qué les atrae, qué les interesa y en qué son buenos. Y ahí los veo, sentados, haciendo cada día lo mismo robóticamente y exponiéndose a las consecuencias de no hacerlo. "Si no os portáis bien, os pongo deberes". "Si no os portáis bien os castigo sin recreo". "Si no os portáis bien os pongo un parte". "Si no os portáis bien, más deberes aún". "Y otro recreo". "Y llamo a casa". "Y te quedas sin excursión". Y…. ¿y qué es portarse bien?, ¿no removerse en la silla? Repito, aberrante. Busco la causa inmediata a que un alumno esté incómodo en una clase y doy con que simplemente están vivos e inquietos. Y busco su causa mediata y es que la mayor parte de lo que les contamos y la forma en la que se lo contamos les importa más bien nada. El desfase es mayúsculo. Acrecentado por una era en la que la cultura y el gusto por el saber no atraviesa sus mejores horas, desde luego, pero yo desde luego me siento anacrónica varias veces al día. Detesto profundamente y soy firme opositora de la imposición de deberes sistemáticos. No creo en la efectividad de los castigos para provocar cambios de comportamiento y mucho menos para hacer reflexionar sobre si su actitud es la adecuada o no. Cada vez me siento más útil cuando me salgo del currículo oficial, de los contenidos a impartir y me readapto a las circunstancias. He llegado a un punto en el que mi grado de satisfacción es mayúsculo cuando se me cae una clase por tener que atender a otras cuestiones en las que veo claramente que estoy aportando a las vidas de mis alumnos, dejando a un lado cuestiones menos urgentes quizás, y abordando otras que piden a gritos. ¡Qué curioso, oye! En ese momento, en esos casos, no se oye una mosca. Sus ojos me miran atentos. Atentísimos. Sus oídos están abiertos de par en par. Y la alimentación de impresiones, preguntas y respuestas, dudas, aportaciones y opiniones es constante. Me viene a la cabeza una expresión que les he oído ya varias veces a lo largo de los años y que me enorgullece: “Con María aprendemos más cosas que Lengua. Aprendemos de la vida”. 
    Sinceramente son muchos los días en los que observo mi panorama cotidiano y siento que estamos torturando alumnos. Sí, torturándolos. Y no porque les impulsemos a trabajar, a estudiar, a esforzarse,… eso no. En absoluto. De retarse y superarse no muere nadie y… ¡pobre del que no lo practique!, además. No es por eso. Sino porque hemos logrado que nuestro sistema docente se convierta en un sistema carcelario que nada tiene que ver con los jóvenes actuales, con la vida que se mueve rápida ahí afuera, con las necesidades imperantes. Hemos conseguido desincronizar vida real y vida académica, y generar pues un sistema obsoleto e inútil, artificial, que además resulta altamente nocivo para el talento. 





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3 comentarios

  1. Muchas gracias María. Ha sido un placer leerte. He tenido la sensación de que escribías para decírtelo a ti misma. Para asegurarte de que no estás loca apostando por metodologías más cercanas a tus alumnos. Y es que es muy complicado hacer bien las cosas en un contexto que castiga esa rebeldía.

    Me gustaría preguntarte cómo se toman tu trabajo tus compañeras/os, y sobre todo tus superiores. Porque conozco a muchas personas que apuestan por metodologías activas y participativas [revolucionarias], que tienen que hacer bien su trabajo a escondidas. Porque de hacerlo público puede haber desagradables consecuencias ¡un saludo!

    Tu ejemplo marca una diferencia.

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    1. En primer lugar, muchas gracias, Gorka. Me alegra que te haya gustado leerme. Aciertas cuando dices que el texto es un autorecordatorio, un desahogo.
      Por lo que respecta a cómo desempeño mi trabajo, en mi caso, más que una metodología revolucionaria creo que se trata de una actitud. Y en el fondo, en esa búsqueda constante que tiene todo el mundo de dar con la fórmula y con la metodología adecuada reside el error. La enseñanza se siente o no se siente. Y a partir de ahí, creo sinceramente que el método concreto y adecuado para los alumnos brota y se va generando solo. Creo firmemente que la enseñanza es -debería ser-, la mezcla de: actitud, sentido común, observación del alumnado y conciencia de la realidad que nos rodea. La actitud se transmite en el aula, traspasa a los alumnos. Ellos lo captan desde la primera clase y creo que es una cuestión directamente relacionada con el carácter.
      Por mi parte no he tenido hasta el momento ningún problema con mis compañeros. También es cierto que al trabajar en la Pública cambia el panorama. Todo el que está aquí porque le gusta enseñar y le importa la docencia lo va a hacer de la mejor manera que sepa. Y aquí es dónde se encuentra de verdad el punto de ataque. La mayor parte de los métodos, fórmulas, comportamientos,... que se aplican en el aula, incluidos los que yo critico en el artículo, están mimetizados, aprehendidos de no se sabe dónde, dados por hecho… A los profesores de Secundaria y Bachillerato nadie nos enseña a enseñar. Y ese es el verdadero cáncer. Los docentes de Infantil y Primaria están formados, sí. Pero poco. Y no siempre bien. El sistema que impera en España amarillea, es tardofranquista,… y la sociedad que habría de generar un sistema más modernizado tampoco está precisamente a la última.
      No sé si soy ejemplo o no, no lo pienso como tal. Tan solo siento la docencia. De veras.

      Gracias por leer y por comentar. Un saludo.



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