LAS MEJORES SOLUCIONES SIEMPRE SON LAS MÁS SENCILLAS

By María García Baranda - enero 25, 2019





   Las mejores soluciones siempre son las más sencillas. No te compliques. Déjate de terapias, de libros de autoayuda, de exprimir en detalle el “de dónde venimos y el hacia dónde vamos”. Ser feliz se encuentra muchísimo más cerca de lo que tú te crees. No es mañana, ni se halla dentro de ese proyecto que te mantiene en vilo noche y día. Es hoy y aquí, es ahora… Porque mañana -no exagero- puede que ya estés muerto. Y aunque no expires, muerto en vida, tal vez, y sin saber ya cómo sentirte a gusto. 

   Pensar, reflexionar, saberte bien la historia, quién eres y por qué… es necesario, sí. Acaso imprescindible, acción obligatoria. Pero hasta ahí. Que una sabe que las espirales endiabladas tienen más de seis pisos y que una vez que entras en la adicción de observar la vida al microscopio es difícil salir y volver a la orilla sin que una caiga enferma. Soluciones sencillas.  

  No hay Diazepanes o Tranxiliums, médicos, loterías ad hoc, ni palabras que curen o hagan magia. Hay amigos, hay charlas, hay besos de infartar y abrazos de verdad, de puro amor de veras. El quitarse al ropa cuando uno llega a casa y el colocar los pies sobre la mesa sin que te importe el orden. El calor de un buen polvo que haga temblar el suelo; y las paredes; y el techo; y tus propias rodillas. Un libro con enjundia; y si es tuyo, ¡mejor!, aunque nunca lo muestres (que ya hablaré de eso en alguna ocasión). Una película antigua del Hollywood dorado, con glamour y elegancia contagiosa. Una sabrosa cena, opípara y obscena. Una botella de vino…, por persona, hasta que la inhibición se pasee desnuda por la calle y tan solo percibas dos pares de emociones: euforia y carcajada, lujuria y desenfreno. Solo cosas sencillas al alcance de todos, esas siempre funcionan. Y también ser de veras, saber pedir perdón y perdonar; y guardar la dosis de rencor cuando sea preciso, que eso te estira el cutis. Y mandar a la mierda a quien proceda, por necio. Hay que no cuesten prendas hablar claro y decirle a la gente lo que hay. Hay meterse a la cama cuando nos vence el sueño y echar un par de horas de más a la mañana. Y hay el regocijarse en las pequeñas cosas, los diminutos gestos de todos los días; que no simples, no, sencillos. 

   No cuenta nada más, ni nada más dura que aquello que alcanzamos en una sola tarde; que si es más el trayecto, seguro es secundario. No lo olvides. Y al carajo con todo…, con todo lo demás. 


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