MÍA

By María García Baranda - junio 22, 2019




   He llegado a sentirme sumamente celosa de cada uno de los instantes que componen mi tiempo, de mis momentos íntimos con aquello y con aquellos que me acompañan. Y puedo verme en ocasiones terriblemente enervada ante la más nimia sensación de encontarme rodeada de un escenario que no es el mío, por cuanto no fue elegido por mí. Ni el lugar, ni la hora, ni la presencia de alguno de los seres que en él se hallan. El tono de su voz, la palabra a destiempo, el distendido descaro...

   Ya no acudo a lugares a los que no quiero ir, ni paso mis tardes con gentes con las que no quiero estar. No tolero situaciones invasivas por eso que llaman diplomacia, ni me expongo a ocasiones en las que me vea obligada a morderme la lengua cuando lo propio sería ofrecer una merecida dentellada. Así como mantengo mis muros, las fronteras de mi propia vida, altos y firmes, infranqueables, para evitar intento alguno de ser atravesados o incluso amenazados por nadie.  

   Detectar que mi propio compás, hasta en lo más insignificante, lo marca un elemento extraño e inoportuno, un elemento además altamente evitable es una de las sensaciones más desagradables que hoy encuentro. Y por ese motivo, ha llegado a nacerme de manera espontánea una precisa y constante tendencia a velar por cada una de las decisiones, hasta las más diminutas, que conforman mis días. 

   Detesto profundamente a quienes juegan al juego de la vida, detesto a los que, incapaces de construir su propio cosmos, entrometen su molesta nariz en otros caldos para sentirlos propios. Pero detesto aún más sentirme cómplice de esos seres, ni alimento de sus apetitos, ni mucho menos alcahueta.

   He llegado a sentirme... mía, tan sumamente mía, que ya no hay marcha atrás. Ni quiero darla.




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