La mayor parte de las noches me acuesto
hecha un verdadero nudo. Pero no un nudo de esos que suponen enroscarse de
brazos y piernas, no. Un nudo de pensamientos y de emociones diversas que se me
enredan en mente, ojos, pecho y en la boca del estómago. Me abrazo fuertemente
a la almohada haciéndome el firme propósito de dormir pronto, bien y largo.
Pero comienzo a girar en espiral sobre mí misma. Giro y giro. Primero de un
lado y luego del otro. Cierro los ojos, pero las imágenes vienen a mí
impidiéndome conciliar el sueño. Y suspiro. Intensamente. Y me pregunto a quién
le pertenecen esas horas robadas a la noche… Ya me sé la respuesta. De pronto,
como si una fuerza externa se apoderara de mi cabeza, todas las ideas que se
alojan en ella salen para reordenarse anárquicamente y volver a su interior
siguiendo lo que no sé si es libre albedrío o una lucidez que no alcanzo
durante el día. Y en ese momento ya está el lío armado porque entre el estado
de lucidez y la del profundo adormilamiento existe un estado intermedio donde
pensamientos y deseos se confunden para aportarse unos a otros ingredientes
desconocidos. Los pensamientos conscientes nutren de datos comprobables a los
disparatados sueños. Los sueños, por su parte, le dan a las ideas ese encanto
mágico necesario para llevarlas a cabo siendo fieles a nuestros impulsos de
felicidad.
Cada noche me acuesto hecha un
verdadero nudo, sí. Pero distingo perfectamente lo real de lo irreal, lo ideal
de lo descartable, lo bello de lo vulgar y ahí, cuando el miedo de la noche no
me nubla los sentidos, es cuando formulo firmes propósitos para mi día a día.
Fijo mi mente en lo que auténticamente persigo; ato mis emociones a aquello que
me late por sí solo, hasta cuando me escondo de la intención; lanzo un
pensamiento al aire a modo de sortilegio. Y todo ello lo hago, porque llegado
este momento de mi vida, los sueños se han convertido en absolutamente realistas,
pasando de ser una abstracción tan solo onírica y etérea a ser un grito de
guerra nítido y perceptible. Pasos de vida que habrán de alcanzarse. Más que
nada porque ya no queda otra y porque de tonta no tengo un pelo. Ni de cobarde.
Ni de insensible.
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