Autorreflexión.
Desde lo más interno de mí misma y respecto a uno de los rasgos más acusados de
mi carácter. Desde muy pequeñita me calificaron como hiperresponsable. Yo no
diría que tanto, más bien creo que se referían y refieren a cierta preocupación
ante el modo de hacer las cosas, ante la consecución de un resultado y ante las
posibles consecuencias que traiga. Obediente como era y nada contestataria se
me instaba incluso a protestar de vez en cuando, a rebelarme y a no ser tan
sentida ante una reprimenda. El resultado o la raíz quizás de dichos rasgos me
llevó a lo que soy hoy: analista en profundidad de todo aquello que hago,
pienso y siento. Algo heredado, diré. Años de práctica ya sumo unos cuantos y
la sensación de quienes me rodean es que hay una dosis excesiva de autoexigencia
y de autocrítica en aquellos proyectos que emprendo. No puedo por menos que
darles la razón al respecto. Soy capaz de pasarme setenta y dos horas sin
dormir hasta que doy por finiquitado un asunto. El gasto de energía que empleo
es seguramente muy superior al necesario, por lo que no soy demasiado
pragmática. El resultado suele satisfacerme, pero ¿es rentable? Según y cómo se
considere. La cuestión es que mi modo de hacer no dista del de muchos otros a
los que se les llama perfeccionistas y entre los que yo no me identifico del
todo. La cuestión es que junto a ese modus operandi existe otro y es de la
necesidad de preparar el terreno. ¿Para qué? Para todo. Necesidad de ensayo, de
saber cómo van a ser las cosas, qué va a pasar, cómo vamos a sentirnos, qué
puedo provocar en el resto y qué pueden ellos provocar en mí. Sesenta o setenta
pueblos son los que me paso del camino, ya lo sé. Prometo que soy consciente y
que me paso el día tirando y aflojando la cuerda de ese comportamiento nocivo
donde los haya. Resta espontaneidad y (me) hace sufrir sin necesidad.
Es
cierto que con los años he conseguido ganar en improvisación y son ya muchas
las cosas que abordo sin necesidad de hacer una planificación bien medida de
pros y contras ni un análisis similar al cuadre de un balance. Pero tengo una importantísima
labor por delante por llevar a cabo y que hoy día, no sé si por mi edad o por
mis circunstancias de vida, se me hace imprescindible: no anticiparme a los
acontecimientos y aprender a vivir el hoy, a sentirlo, a disfrutarlo. A poco
que emplee la lógica no me cuesta trabajo llegar a la conclusión de que quién
sabe qué pasará mañana, dónde estaremos o cómo transcurrirán nuestros asuntos.
Sé que por más que la experiencia me haya enseñado a vislumbrar ciertas
cuestiones y a sospechar por dónde irán ciertos tiros, la historia no está
escrita, por lo que… ¿para qué demonios me dejo caer en el insomnio dándole
vueltas a cómo habré de sentirme mañana y cómo se sentirán quienes me rodean?
Para darme de cabezazos, lo sé, porque dicha actitud se contradice
absolutamente con ese otro pensamiento que tengo bien presente: el hecho de que
no podemos dar nada por sentado y que no hay garantías de nada, menos aún al
interaccionar con más elementos en la ecuación.
Consecuentemente
me toca ponerme manos a la obra. Quizás sea buena edad, quizás sea buen
momento. Y es que lo que sí me duele de ello –aunque no pienso flagelarme-, es
que mientras me dejo llevar por ese remolino me estoy privando de ser feliz hoy
y de hacer más felices a quienes me rodean. Una hora de felicidad, una tarde,
un día, una semana,… son momentos ganados al tiempo. No, de hecho son el tiempo
mismo, la sustancia de la que se hace la vida, tiempo que no vuelve y momentos
que uno a uno van sumando en nuestro aprendizaje, en lo que nos alimenta, en nuestras relaciones. Si un gesto me hace feliz, una
conversación, un movimiento vital… ¿y por qué no? ¿A quién he de dar cuentas si
lo siento verdadero?, ¿a mi yo futuro? Mi yo futuro no ha llegado o tal vez si
llega, esté más satisfecho y más de acuerdo con mi yo presente de lo que hoy
creo. Y más vale que me ponga a ello, porque como no lo haga mucho me temo que voy a cargarme experiencias y caminos esenciales en mi vida. Y ya que no me he dado cuenta antes, espero no llegar demasiado tarde.
Pensar
el hoy, vivir el hoy, sentir el hoy… Este es el verdadero objetivo que me planteo en mi momento presente
y degustar todos y cada uno de los ingredientes que lo conforman.
0 comentarios