LA PODEROSA FUERZA DE LAS BUENAS INFLUENCIAS (2ª PARTE)
By María García Baranda - marzo 20, 2016
Primer
día de la primavera. Bueno, primera noche ya. Titulo mi artículo con unas
palabras empleadas en otro hace ya unos meses durante el último tramo del
verano: La poderosa fuerza de las buenas
influencias. Es esta una continuación, como se puede apreciar, pues. Comenzaba
entonces un nuevo curso y yo me encontraba absolutamente motivada por la presencia
de alguien nuevo en mi día a día por aquel entonces. Así lo valoré, como una
buena influencia en mi vida, alguien que había aparecido inesperadamente y que
a mis ojos se había dibujado como alguien que reunía las cualidades que yo más
valoro en las personas. Era un bálsamo, un soplo de aire fresco, una esperanza
de que sí queda alguien de ese tinte. Alguien absolutamente especial. Desde
entonces hemos pasado el otoño, el invierno,…y hoy, en el comienzo de la nueva
estación me reitero en aquella valoración. Y no quito ni un punto ni una coma a
lo dicho, sino que por el contrario añado mucho más a esa primera impresión.
Una buena influencia representada en un ser de carne y hueso con todos los
matices que he tenido la oportunidad de ir conociendo. Claros y brillantes,
risueños, grises y oscuros, cambiantes, crecientes, decrecientes… variados sin
duda, pero poderosísima es su fuerza y buena es su influencia.
A
la vista de todo ello y de la importancia que tiene en mi vida, me viene a la
cabeza la reflexión que tantas veces leemos de cuánto pueden llegar a
influenciarnos una persona y sus comportamientos para que el día nos resulte
luminoso o sombrío. En nuestro devenir se nos dice por activa y por pasiva que
la felicidad depende de nosotros mismos y que ha de partir de nuestra propia
raíz y de la satisfacción personal que alcancemos. Autorrealización como la
llave de nuestra felicidad. No voy a decir que no. Sé que es esencial saber qué
terreno pisamos y sernos fieles, como mil veces he repetido por aquí. Pero como
soy sincera en lo que escribo diré que despegarse de los actos de los que nos
rodean a la hora de encontrarnos bien o mal es más difícil que acertar a la
lotería. A no ser que seamos una roca, claro. Admito que hay personas bastante
controladoras de sus emociones y que no dejan que casi nada o nadie perturbe su
día. Sin embargo, no es mi caso en absoluto. No creo que lo fuera en otra vida,
ni que llegase a serlo si existiera la reencarnación. Por mi parte una llamada
de teléfono, un comentario, una visita, un mensaje,… si proviene cualquiera de
ellos de alguien que me importa me eleva hasta tocar el cielo o me deja K.O.
hasta nueva orden. ¡Qué le vamos a hacer! Una, que es así de sensiblera.
Así
que vuelvo ahora a esa fuerza con identidad a la que me refería al principio y
a quien dediqué y dedico primera y segunda partes de este artículo, para decir
que ciertamente cuenta con un notabilísimo influjo en mis días. Mil veces me
hace esbozar una sonrisa inmensa solo con una ligera presencia… ¡y amanezco! Y
si no está, tuerzo el gesto y cambio la postura; y ahí,… ¡nubarrón! Y sé que
muchos me dirían que un buen o mal día no habría de depender de nadie más que
de uno mismo, ya, ya… ¡y un cuerno! ¡No me lo creo! Porque cuando alguien se
convierte en realmente importante en tu vida, el cómo se sienta, cómo le vayan
las cosas, cómo sea su relación contigo,… el que esté ahí o lo eches de menos,
aunque solo sea por un rato, te cambia el humor. Y punto. Creo de veras que la mayor parte de nosotros somos material ultrasensible a ello y es tan precioso y tan fácil iluminar el día de los que nos importan,... Solo por eso todo merece la pena.
Y
a ti te digo: tus conversaciones, tu risa, tus detalles,… influencian mis
días. Lo sabes. Ya lo era así entonces y lo es ahora mucho más. No me equivoqué
en las impresiones, ni sobre ti, ni sobre tu efecto en mí… Pero es que diré más. Lo extraordinario de todo esto habita en que no te tengo entre mis brazos cada día, en que no contamos con la posibilidad de mirarnos a los ojos a diario, ni de compartir cada momento. En que las circunstancias nos han hecho ir y venir como la marea. Y sin embargo, a pesar de la distancia física, a pesar de los tiempos irregulares, de silencios y dificultades, consigues entrar en mí con una fuerza que muchos, estando a centímetros, no logran jamás. Me preguntaste una vez, o dos, o... el porqué de lo intenso de mi sentir. Tú eres la respuesta y lo que me provocas lo demuestra. Ahora ya es tanto
lo que me aporta, lo que lo necesito y lo que me he acostumbrado a ello que
mordería a cualquier amenaza que viniese a llevárselo. Y aquí estamos,
influenciándonos. Y por mi parte, sonrío como una boba mientras escribo esto. Y
eso también te lo puedes figurar.
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