Dicen que todos somos el malo de la película de alguien, y seguramente es cierto, aunque me cueste un mundo creerlo o imaginarme siendo el tormento de alguna vida. Pero donde se despierta amor también se suscitan odios. Y envidias. Y simpatías. Y celos. Y todo un variadísimo espectro de emociones y sentimientos que vamos esparciendo, con o sin darnos cuenta, a nuestro paso. Así que asumo que en efecto, aunque quiera pensar que es fruto de las circunstancias, de cabezonerías, o de estados transitorios, posiblemente yo interprete el papel de la mala de la película de alguna vida ajena. Que pude no haber medido el alcance de mis acciones y haber provocado algunos estallidos. Mala. Mala de las de atraer rencores, de las de haber sido soberbia o de las de haber abandonado el barco. Mala de las de haber hecho sufrir o haber provocado lágrimas. O tal vez mala por haber dado un rotundo “no”, un “hasta aquí”, por haber vuelto la cara, haberme airado o simplemente retirarme en silencio. Porque al otro lado no se supo entender mi voz o porque alguien prefiere optar por lanzar culpas al exterior en lugar de comprender y aceptar la vida. La mala. Tal vez,... quién sabe. Pero,… si en algún argumento es lo que soy, he de creer igualmente factible ser la coprotagonista de otra historia. Y del mismo modo, ser la secundaria de confianza en otra, el objeto de deseo inalcanzable, el personaje de relleno, la sabia y siempre certera voz de la experiencia amiga o el personaje del pasado en otras tantas historias.
Somos seres poliédricos, y como al parecer cuentan que la personalidad no existe -o no al menos en sentido rígido-, somos como somos en cada caso y según haya ido la película. Si no existe ni una sola realización humana en la que el contexto no intervenga, en esto no iba a ser menos. Dependerá, y mucho, de con quién nos relacionemos. Cómo sea, quién sea y lo que represente para nosotros, su estado emocional del momento y el nuestro, los vientos a favor y las tormentas en contra. El contexto hablará y determinará nuestro papel en esa historia. El bueno, la mala, el villano o la heroína
Confieso que llevo un poco regular el asunto, puesto que choca frontalmente con mi ego y con la consiguiente necesidad de hacerme autocrítica inevitablemente. Ni qué decir tiene que preferiría tener un papel blanco y brillante en cuantas películas interviniese a lo largo de mi vida. (Casi) Todos creemos actuar correctamente y ser buena gente, pero bien sé que eso es imposible, que ser impolutos y resultar maravillosos para todo el mundo es un fin de plástico, que el dejar huella en los demás es un regalo y que cada uno es libre de sentir lo que quiera, pueda o crea pertinente. Pero aún así sueño… Sueño y divago…
Que si alguien me adjudica el papel de la villana, quisiera que fuese por celos, por envidia o despecho. Por añorar algo que yo poseo -no material, apunto-. O por no poder tenerme o conservarme en su círculo más estrecho. Por berrinche infantil. Una villana por pataleta. Que si soy coprotagonista sea porque me sientan compañera fiel. Confiable, leal. El cincuenta por ciento de un tándem en equilibrio y sintonía, y no muleta. Nunca muleta. Y si soy para alguien secundaria de confianza que sea esa a la que se acude por aprecio a mi mente y el respeto infundido en mis movimientos. Por la búsqueda de esa opinión que, asentida o negada, es escuchada con notable interés. ¿Y objeto de deseo inalcanzable? No negaré lo estimulante de la idea, pero que sea por una atracción a varios niveles, por favor. ¡Mmm,… la sabia y siempre certera voz de la experiencia amiga,… sirvan de bálsamo mi abrigo y mis conversaciones. Y si soy llamada a interpretar el personaje del pasado, de flashbacks o precuelas, deseo que sea porque mereció realmente la pena darme un papel del guión y porque este resulte memorable. Sobran las posibilidades. Y cambian. Y a todos nos gustaría un puesto destacado en el reparto, pero no es posible. Ni falta que hace. Basta con saber que no se interpreta dos veces el mismo rol. Que protagonizar hoy puede convertirse en ser un simple extra mañana. Y sobre todo que el director no siempre es objetivo ni siempre es acertado a la hora de otorgarnos un papel en la historia. A veces su lectura del guión es unilateral y es tan obstinado que no ve más allá de un personaje tipo.
Tal vez sea la mala de la película en la historia de alguien, sí. ¿Lo seré? Lo desconozco. Pero de todos los papeles que podría interpretar hay sin duda uno por el que me desvivo y que requiere toda mi dedicación y pureza de espíritu: el de protagonista de mi propia vida. Que de esta no hay secuelas.
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