NI LO CARO LO ES POR BUENO, NI LOS BUENOS SON LOS QUE LLEGAN

By María García Baranda - abril 07, 2018


Eric Oh


     No señores, no se engañen, que el ochenta por ciento de las cosas que nos cuentan son mentira. … De las cosas que nos cuentan o de las que creemos y queremos ver. Mentira de cabo a rabo. Puesta en escena, recreación y teatro. Que arriba no llegan los mejores, ni los más listos, ni los más capaces. Que ese arriba que nos venden tampoco es el lugar más alto al que puede llegar el ser humano. Que ni tan siquiera existe un lugar al que tratar de ascender, ni elevarse, de hecho, es un movimiento de intrínseco prestigio para nadie. Que el esfuerzo, el estudio y el trabajo duros no traen el éxito asegurado de la mano. Que lo bueno no cuesta más caro por ser bueno, ni lo caro cuesta tanto por ser de mayor calidad. Que el camino difícil no es ni el obligado ni el correcto para proceder bien, ni los asuntos importantes conllevan  recorrer un sendero pedregoso. No señores, no. Todo eso es mentira. Es la mayor mentira de cuantas nos rodean en este circo nuestro de vida.


EL VALOR DE LAS COSAS
    
     Las cosas no cuestan lo que cuestan en función del objeto,... ¡ojalá! ¡Ni de lejos! Las cosas cuestan lo que cuestan en función del contexto. Y eso es principio básico de economía moderna, de la ley de la oferta y la demanda y del bendito ideario de Adam Smith a quien, por cierto, debería haberle dado un pasmo el mismo día en el que nació. Pero sobre todo es principio básico de la estupidez humana, y desde luego es muestra del escaso espíritu crítico que desarrollamos. Las cosas no cuestan lo que cuestan por buenas, señores, aunque nos encante pensar eso. Entre su valor y su precio cruza un buque de guerra. La calidad de los objetos que compramos, de la inmensa mayoría de ellos, va a mínimos y su calidad es bochornosa, como bien marca el principio de obsolescencia. Casas de pladur, coches de hojalata y plástico, ropas mal cosidas y comida sintética. Piezas de juguete a precios impagables con los que tragamos, y por las que nos dejamos la piel. Querría pensar que esto es algo que todos sabemos, pero llego a dudarlo a la vista de cómo funcionamos, de cómo soñamos y nos destrozamos por poseer esa mencionada buena casa, por conducir ese buen coche, o por vestir esas buenas ropas,... Que hay que ser gilipollas para creer que bueno es sinónimo de indecentemente caro, y más gilipollas aún para que nuestro objetivo de vida sea gastarnos cantidades obscenas de dinero a costa de la calidad de nuestra propia existencia. 
     La ley de la oferta y la demanda me la trae un poco al pairo, es para mí un instrumento a vigilar, nada más. Lo que realmente me preocupa es que sigamos fomentando que nos roben y que sigamos robándonos entre nosotros. Sería, pues, maravilloso que entendiésemos que entrar a trapo es alimentar a la bestia. Que ir tras la zanahoria de lo costoso -pero no valioso- es seguir permitiendo que crezca esa mentira de que el precio de lo que pagamos es justo. Que comprendiésemos que esa tasa la marca el estatus en el que se encuentre quien quiera acceder al producto, así como cuántos y quiénes más opten a conseguirlo. Y lo que este abunde o escasee. Y cuánto se esté dispuesto a competir. Pero sobre todo el precio de las cosas lo marca cuánto prestigio otorgue poseerlo, cuánto nos distinga y cuánto nos adorne en sociedad. Realmente patético. Bienes de prestigio cuya función es triple. Mantener en funcionamiento esa mentira, continuar enriqueciendo a quienes manejan el cotarro y, la más triste de todas, seguir creando bienes que son tan solo etiquetas para colgarnos de la piel -de modo voluntario y hasta obsesivo-, y así distinguirnos del resto. Que somos tan imbéciles que nos sigue avergonzando no tener dinero y atravesar problemas económicos, y más aún que el resto lo sepa. Tan superfluos como para continuar otorgándole al dinero el poder de distinguirnos. 


SERES DE PRESTIGIO

     Quienes están arriba desde luego que no son los más inteligentes. Tampoco los más listos, no. Ni los más currantes. Ni los más estudiosos. Ni los más formados. Son quienes poseen el dinero que cuesta un pasaje en globo para poder llegar, quienes acumulan lo bastante para tomar atajos, comprar peajes, sortear obstáculos y tirar de agenda para pedir favores pagaderos que les faciliten puestos o ascensos. Y, ¡ojo!, son quienes tienen los medios para remodelar a su antojo el diseño del camino a recorrer, de forma que cruzarlo no sea solo factible para ellos, sino que este contenga las suficientes trabas como para que quien no pueda subsistir en el envite se quede en el trayecto. Atentos al detalle. Que no son tontos, no. Y no van a permitir que se les adelante por la derecha por el mero hecho de poder hacer mejor las cosas. Si hay que cambiar el curso del río, pues se cambia. 
      No se engañen, señores, no. Y no mitifiquen ni ensalcen tanto a quien se ubica allá en lo alto. Que ese es el principal mal. Ni sean víctimas tampoco de ese síndrome de Estocolmo de quien vive a pie de calle y observa con ojos golositos esa posición brillante, admirando, soñando ser ellos,…. Porque con cada suspiro y cada elogio hacia esos seres de élite alimentamos la brecha cavada en la nada, nutrimos ese ascenso meteórico a golpe de influencias y contactos, de favores prometidos y deudas devueltas, y de carnets de pertenencia a lobbies en los que escasean calidad y cualidad, y abundan los dineros. Hoy por ti y mañana por mí. Sin remordimientos. No hay más mérito. No hay más motivo de admiración.
    No se engañen y no tiremos tampoco balones fuera. Que ellos actúan de ese modo asentado desde antiguo, precisamente. Que para ellos es lo propio, lo normal, lo cotidiano. Porque siempre fue así y así ha sido siempre. Porque el resto lo asumimos. Y hasta fantaseamos con ser parte de ello, con alcanzar la cúpula, con recorrer ese camino corto y tirar de patrocinios. Y esa sí es nuestra responsabilidad. Consentimos, facilitamos que siga dándose y engordamos el sistema. 


MAL NACIONAL

   Confieso de inicio que no alcanzo a medir si lo que hoy recojo en estas letras sucede en otras sociedades. No podría decir, a la vista de lo que he observado en otros países, que sea inexistente, pero sí tengo la seguridad de que el modo en el que el sentir de estatus se da en nuestro país es el que es. Se encuentra arraigado al subsuelo de las gentes, inserto en lo más profundo de los cerebros y, lo que es peor, anclado a los sentires. Tenemos años, décadas, siglos de práctica. La historia más reciente de nuestro país fomentó la desigualdad de clases y llevó a cabo una acción sutil, fina y delicada, apenas imperceptible, pero de efecto impecable: enseñarnos a agachar las orejas ante quien tiene más; hacernos creer que ostentar puestos de renombre es la consecuencia de saber más y de ser más válido. Hace un par de días leía por las redes una reflexión que refleja a las mil maravillas este concepto. Recogía el hecho de que hace años se hizo creer a la sociedad que los trabajos bien remunerados lo eran porque se desempeñaban por los mejores, profesionales bien preparados, bien formados y desde luego con títulos universitarios. El ciudadano se dejó pues los cuernos y toda su escasa economía para dar a sus hijos la oportunidad de prepararse, de formarse, de licenciarse en la universidad. Y lo hizo pagando precios que, mientras para otros eran más que asumibles, para una familia normal suponía ponerse en jaque. Pero se hizo. Y entonces surgieron los másteres, más caros aún pero no mejores. Y de nuevo surgió la competencia y la distinción que dejaba atrás, no al peor preparado sino al menos adinerado. Pero volvimos a hipotecarnos para lograr el título, los cursos, los idiomas y el máster. O los másteres. Y de los que sacan canas. Pero tampoco. Porque nació algo con lo que no se puede competir: el descaro, el no disimulo, a la hora de traficar con dinero. La compraventa de títulos a base de favores, los puestos por contacto, el tráfico de influencias y los másteres diseñados por ordenador a golpe de acta firmada en un cuarto de hora. 
   No señores, no se engañen. No llega arriba quien más vale, no. Ni quien más sabe, que por cierto el tener un título ya comprado suele traer de la mano el que se le quiten a uno las ganas de estudiar. Llega arriba aquel al que se le consiente llegar a cualquier precio, pero en especial llega a ese lugar extraño de prestigio ese a quien se elogia y se admira por logros no alcanzados, por cualidades no poseídas y por méritos tan despreciables como tener dinero.


    No señores, no se engañen. Ni lo caro lo es por bueno, ni los buenos son los que llegan. Tan solo es que somos tontos de capirote y nos gusta que nos den cañita. 




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1 comentarios

  1. Si me permites, me gustaria hoy comentar un poco esta reflexion tuya...
    A mi modo de ver, arriba, lo que es arriba, llega el mejor.
    Y me voy a explicar. Yo he tenido bastantes trabajos de distintos tipos y muy diferentes unos de otros, pero todos ellos han tenido un componente comun. En ellos he logrado llegar arriba, con trabajo, con responsabilidad pero sobre todo, sobre todo, con ilusion y ganas de mejorarme. En mi vida personal tambien toque la parte mas alta. Aunque sabemos que la vida personal es un vaiven de altibajos, algunos mas pozos y otros mas cercanos al cielo...
    La clave, la verdadera clave de toda esta comedia es seleccionar cual es tu "arriba". Mi arriba, nada tiene que ver con el escalafon social... Mi arriba tiene que ver con la satisfaccion personal, con la tranquilidad de espiritu, con la bondad, con la observacion pausada de la vida, las cosas cotidianas y los triunfos de gran "valor de uso" ( como diria Karl Marx).
    En " El Capital", Marx, diferencia las cosas, porque todas tienen dos tipos de valores: "valor de cambio" (precio) y "valor de uso" ( el valor subjetivo que viene dado por lo que a ti te aporta). Tengo una bici vieja. Su valor de cambio no llegaria a 40 euros, sin embargo el valor de uso que yo le doy es increiblemente alto... De hecho, no la venderia ni por 300... La regalare el dia que su valor de uso para mi sea menor que su valor de cambio...
    En la vida, el "ARRIBA", yo lo coloco por el "valor de uso". Y ese va inexorablemente adosado a los valores personales... Fundamental es no dejarse confundir por el sistema de lo que es uno y otro valor.
    Mis trabajos son y han sido siempre sin estudios, sin idiomas, sin masteres y sin nada mas que mis manos, mis ganas, y lo poquito de inteligencia o discernimiento, que la vida ha podido darme... Pero he tocado ese " arriba" y me han bombardeado queriendome hacer ver que mi "arriba" es una caca...
    Pero mi arriba, es el sentirme bien, sentirme tranquilo interiormente y nada tiene que ver con el arriba social...
    Es mi arriba y no lo cambio... Aunque me cueste la necia carcajada ajena...

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