La
chica de los ojos tristes es la chica de los ojos chispeantes. Justo la misma,
no se extrañe. Titilan como estrellas cuando los miran unos ojos sonrientes y
se quedan sin tiempo de marcharse. Y cuando rememora alguna boba broma que
habrá de quedar ya fijada como obligatoria.
La
chica de los ojos tristes es la chica de los ojos transparentes.
A
dos colores reflejando la luz que siente dentro o la tiniebla que le veló el
día. Se pone gafas de sol aun en la niebla, porque el halo de luz se clava
dentro y arruga alrededor con algún gesto espontáneo y vivaz. Las usa en algún
día complicado, para esconder aquello que resulta evidente a quien la mire.
La
chica de los ojos tristes sonríe a todo dar, pero no sirve. Porque no se la
cuela a quien conoce que es todo cuanto ve, cuanto se expone. Que si ríe es de
pura alegría. Que si llora es que se rompe en veces. Que si riñe lleva la espada
al hombro. Que si ama es que derrite el hielo. No hay disimulo.
La
chica de los ojos tristes se va en un mar, alguna que otra vez. Hoy, por
ejemplo. Anoche y anteanoche. Y es seguro que mañana aún suba la marea. Y que
desborde diques, malecones y puertos.
La
chica de los ojos tristes se hace pedazos en acontecimientos. Pero es inteligente,
no se apure, ni me sufra por ella. Tan solo es que es auténtica cuando promete
el alma, cuando le falta el aire, cuando asume y comprende, cuando espera un
milagro y hasta cuando se rinde. Aunque nunca se sabe, no se confíe.
La
chica de los ojos tristes siempre los tuvo enormes y expresivos. Demasiado
diría, por eso se los rasga y los maquilla. Para... bueno, ella ya sabe.
Felices, relucientes, tiernos o pícaros, caídos u ojerosos, eso depende. Pero
hoy tan tristes, tristes, tristes. Es la vida, así que no se apure, ni me sufra
por ella.
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