LUZ Y VIDA PARA ILUMINAR NUESTRAS VULNERABILIDADES
By María García Baranda - septiembre 08, 2016
Hoy
alguien a quien quiero mucho y que me quiere igualmente, recogiendo algún
lamento por mi parte, ha pronunciado una frase para la que la única respuesta que
he tenido ha sido el silencio. “¿Tú no te
das cuenta de que desprendes vida, de que tienes luz, mucha luz?” Callé y
rompí a llorar.
Hay
ocasiones en la vida en la que una herida reabre algún que otro rasguño pasado
o incluso infecta algún zarpazo que necesitó cirugía para cerrar. Suele suceder
con los puntos débiles de cada uno. Puntos porque se trata de dianas bien centradas
y objetivas. Débiles, porque nos hacen tan vulnerables como para caer no solo
de ese lado, sino como para ser derribados por completo. Nunca he confiado en
exceso en mis puntos fuertes o no les he otorgado divina supremacía. He de decir
que en algunos de ellos, los más internos sí. Pero por lo que se refiere a mi
capa externa, no tanto. Diría, es más, que rápidamente me encojo de hombros y
hasta reduzco mi tamaño cuando no tengo todas conmigo en eso de dar la talla.
Voy a dejarme de eufemismos: gustar. Y siempre me sucede. Comienzo con fuerza.
Soy muy terrenal en ello y consciente de que hay miles de tipologías que gustan
o disgustan a propios y a extraños. Nunca olvido tampoco que sobre gustos no hay
nada escrito y que la apariencia es subjetiva. Y sí, contando con ello, aún así
suelo comenzar con fuerza, porque con fuerza suelen venir hacia mí las
respuestas. No me puedo quejar, dentro de unos estándares más que aceptables.
No menos, ni tampoco más. Pero lo cierto es que a medida que pasa el tiempo y
mis vínculos personales se afianzan, mi seguridad pierde enteros y comienzo a
dejar de ver esos puntos fuertes a los que antes me refería y a ganar presencia
en mi cabeza en cambio aquellos otros que no son santos de mi devoción. Como
siempre hay causas, mal encauzadas e interiorizadas, lo sé, pero las hay.
Muescas del pasado mal interpretadas. Si cuento esto es porque precisamente a
esa colación venía la expresión con la comencé hoy, esa que me recordaba esa
supuesta luz y vida que de mí se desprende a ojos de esa persona, que no
pretendía otra cosa que ofrecerme su sentir y pensamiento por tanto y apuntalar
mi seguridad. O más bien poner una mina en los cimientos de su adversaria, mi
inseguridad.
Sé
también que mi caso personal, mi desnudo de hoy, no es único. Todos y cada uno
de nosotros tenemos talones agujereados que pinchan y llegan a suponernos tal
freno que nos hacen variar y negativizar nuestra conducta. Lo cierto es que
nada sucede porque sí, sino que nuestras experiencias más traumáticas –en el
grado que sea- tienen sus efectos y las vulnerabilidades de cada uno, las dudas
sobre si llegamos al nivel requerido o no proceden siempre de dos orígenes que
no tienen por qué ser excluyentes: haber oído demasiadas críticas de ese
aspecto concreto de nosotros y/o no haber recibido suficientes refuerzos o
elogios al respecto. Mina, toc, toc, toc,… y acabamos generando una
inseguridad. Por mi parte, confieso que a día de hoy hago algunas aguas al
respecto. Y reconozco que si esto es así se debe a dos cuestiones. La primera
una situación o experiencia personal inmediata en el tiempo que me ha hecho
sentir así, dadas sus peculiares circunstancias, y que ha hecho que me esté
preguntando a mí misma repetidamente cuáles eran mis fallos y dónde estaban. He
de decir que mi cabeza, por sí sola, generó su propia explicación y se dio una
respuesta, instalada cómodamente y de forma permanente en mí. Ese era mi fallo
y la causa de mis desvelos. La segunda cuestión que alimenta mi citada
inseguridad es el hecho de que se trataba de un punto delicado y especial en mí,
porque siempre creo que he necesitado una cierta constancia en las dosis de
palmaditas en la espalda necesitadas. Mis experiencias de vida me llevaron a
ello. Esas junto a un nivel de autoexigencia de aúpa. Cóctel mortal.
Esa,
el bordear esos mares últimamente es la razón de que haya elegido este tema hoy.
Esa y mi lagrimeo al señalar la luz y la vida que apago en mente con demasiada
facilidad. ¿Qué pretendo con este artículo? Muy sencillo, hacernos conscientes de lo importantísimo que es
saber gestionar nuestras críticas y nuestros elogios con las personas que nos
rodean. Pronunciados o recibidos, ambos sentidos. Y no importa la seguridad que
desprendan esos seres. No importa lo potentes que veamos sus virtudes. O lo
adultos que sean. Eso no exime de ser material sensible ante las punzadas o de
necesitar algún que otro piropo y palmadita. Soy consciente también de que no
siempre es fácil medir las cantidades exactas que le vienen bien o mal
receptor, ya que dependerá mucho de su personalidad base, pero principalmente
de la trayectoria que haya experimentado. Pero creo que hay que intentarlo.
Consejo
para navegantes. No demos las cosas por hechas, por favor. Si algo nos agrada,
nos gusta, nos atrae,… digámoslo y demostrémoslo. Se necesita y el “ya sabes
que sí” no sirve de nada. Y por otro lado, si algo no nos complace, mucho
cuidado con ello. En primer lugar porque juzgar es muy fácil. En segundo lugar
porque tal vez si nos miráramos a nosotros mismos, a nuestro alrededor o a
nuestra vida, no formularíamos algunas críticas. De hecho es más que seguro que
evaluaríamos y calificaríamos más al alza. Y en tercer lugar, porque compartir
esa opinión ha de ser un acto cuidadoso y justo, tratando de que sea lo más
objetivo y constructivo posible, pero sobre todo útil. Hacer por hacer tan solo
puede ser contraproducente. Y ¡qué demonios! Yo no sé si todo el mundo es tan
susceptible a estas cosas, pero yo sí lo soy, y subo y bajo de potencia con una
facilidad pasmosa. Por lo que sacando ahora los pies un poquillo del texto en
cuanto a rigurosidad dialéctica digo: si quieres que me quede ahí al ladito,
ojo con tu gestión de estas cosas, porque huyo de esas autolesiones a una
velocidad próxima a la de la luz. Eso y que, dicho sea de paso, me vas a hacer
mucho, mucho daño. Sé amable, sé dulce, porque a mis ojos seguramente tú no
eres en absoluto perfecto, pero no solo no me importa, sino que jamás será
causa determinante en mi juicio de ti. Eso y que practicar el refuerzo positivo
con mi gente me tira bastante. Aunque tengan ya más años que la orilla del río, sí.
Reflexión
y agradecimiento por esas palabras.
Trataré
de recordarlas. Luz, vida…
Fijadas
en mi mente ahora que las necesito tanto.
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