Me asomo a la ventana. Hoy no amanece como el resto de los días. Le cuesta despertar al alba. Hay un color rojizo en el ambiente, una luz extraña como de aurora boreal, pero caliente. El aire no huele a limpio, huele a leña quemada, huele a invierno, pero hace calor. No amanece bien el día, no. Me tomo mi primer café de la mañana mientras sigo mirando el panorama. La calle está muy seca. Tremendamente seca. Justo en frente veo los edificios próximos comenzando a despertar. Algunas luces encendidas muestran las primeras señales de movimiento. La gente se pone en pie. Se prepara. Hay ventanas que dejan entrever las siluetas de sus inquilinos deslizándose por la casa. Me gusta imaginar quién habita dentro. De sus soportes exteriores cuelgan banderas. Banderas de España. Están ahí desde hace unos días en que había amenaza de que el país se partiera por su esquina superior derecha, y algunas gentes necesitaron mostrar su amor a la patria. Miro hacia abajo, a la calle. Empiezan a verse seres de camino al trabajo. Pero no amanece. Vuelvo a mirar al cielo. Sigue rojizo.
Comienzo a prepararme yo también para enfrentar el día. Pongo la radio y hay noticias. Sigue el ritmo de ayer. Los temas de ayer, los problemas de ayer, las desgracias de ayer. La noche no ha servido para calmar las aguas. Tampoco para provocar su llegada, tan necesaria hoy. Lo que sí escucho son palabras de aliento. De apoyo. Y cómo los nombres y apellidos responsables de nosotros se apenan y se solidarizan. Visitarán a quienes hoy más lo necesitan. Su presencia es importante, sí, en efecto, ahora que España se quema. También lo fue hace unos días, cuando España se rompía por su esquina superior derecha. Y allí estuvieron. Acompañados de quienes pueden poner orden y concierto en esas lides. Impidiendo agresiones y amenazas a lo más puro que somos, una nación de hermanos unida bajo unos colores en los que todos cabemos. Una patria en la hay que preservar nuestra identidad. Nuestra cultura. Nuestra historia. Nuestra fuente de alimento, sin perder nada que pueda suponer el pan del pueblo. Ni siquiera una esquina superior izquierda. Y tampoco ahora. No ha de permitirse que se pierda el pan. Tampoco el de la esquina superior derecha. Que sus tierras habrían de ser fuente de riquezas. De trabajo. De empresas en las que dar calor y cobijo a muchas bocas. De aquellos que elevarán construcciones renovadas sobre el suelo hoy abrasado por las llamas. Tan solo hay que saber ver el panorama. No confundirnos. Que muchas veces los árboles no nos dejan ver el bosque. Ni el bosque nos deja ver el pan. Y si es así hay que arrancarlo. Eliminar obstáculos. Talarlo. Excavarlo. Acaso quemarlo. Por el bien de ese pueblo que comerá ese pan. Ellos lo saben bien. Los que alientan la bandera para que ondee alto. Bien alto. Los que habrán de defendernos de amenazas varias. Los que nos protegen y luchan contra el enemigo a la bandera, el disidente, el loco, el fanático. ¿También el incendiario, el cacique o el empresario sin escrúpulos? Los que ponen su rúbrica en las leyes que facilitan la reconversión de este amado suelo español cuando es pasto de las llamas. Porque no hay mal que por bien no venga, y es síntoma de un país próspero saber buscarle el lado bueno a las cosas malas. Los que negocian con quien suena a plata, porque esa plata tintinea y nunca ha de perderse la posibilidad de crecer. Los que jamás matarán a la gallina de los huevos de oro, aunque uno de cada dos esté bañado en cianuro. Los que claman por España y su progreso azuzando el fuego. Por su esquina superior derecha. Por su esquina superior izquierda. Tanto da.
Ya han pasado las horas y las noticias vuelan. Y donde hubo fuego queda aún mucho más que rescoldos. Y animales agonizantes. Y cadáveres. Y casas asoladas. Y gentes sin sus casas. Y víctimas mortales. Y ya no queda oxígeno. Y no hay recursos humanos suficientes que puedan apagar esa tremenda sed del bosque. Que fueron despedidos hace unos cuatro días. ¡Vaya casualidad! Y hay terrenos donde se asentarán en meses cimientos de metal, moneda y timbre. Porque afortunadamente está todo atado y bien atado en esa ley de montes que así lo facilita, y que al ser aprobada puso ojos golositos a unos cuantos avispados que sí veían bastante más allá del bosque. Poniendo a trabajar también a otros dentro de los despachos que cuidan esa ley. “¿Y se verán banderas por la zona en estos días?”, me pregunto. Que se quema la patria. No lo sé, la verdad.
Mañana,… mañana miraré al panorama de nuevo. Y veré a nuestra España. Con sus dos esquinas intactas. La superior derecha seguirá produciendo dentro de las fronteras y para nuestra tierra. Sus empresas creciendo, negociando hacia dentro. Y el teléfono rojo directo con Madrid. La superior izquierda aún seguro humeante. Y como el Ave Fénix de esas cenizas rojas, pero esta vez de sangre, sacará su provecho. Y será el alimento de quienes procuraron que así fuese su historia. Al fin y al cabo España es nuestra tierra, nuestra patria. Y de paso el cortijo de unos cuantos caciques de heredaron el puesto, las maneras, las formas, la falta de vergüenza y el apoyo de idiotas que siguen fomentando que esos sigan ahí. Bandera en mano, eso sí. Y sin cuatro que suman ese dos y ese dos.
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