ESQUIVANDO CODAZOS

By María García Baranda - octubre 24, 2017

   Sueño con que llegue el día en el que las acciones de la gente no salpiquen al resto, con que los ahorcamientos vitales por mala gestión de la propia vida no deshilachen las existencias de los demás. Sí, que ya sé que es una quimera y que vivir en sociedad es lo que tiene: tu codo se clava en el estómago del siguiente y, a malas o peores, en su esternón. Pero soñar es gratis y escribir de ello un desahogo. Y pensaba, sentada en una terraza mientras me tomaba algo, que tendría que haber un limitador de onda expansiva que nos protegiese de las decisiones del resto, si estas han de llevarse por delante cuestiones básicas del día a día de uno mismo.

    Así que pienso en ese día, sí. Ese día, luminoso como ningún otro, en el que si alguien quiere embarcarse de pronto en un carguero panameño y dejar atrás sus cotidianidades, no genere a su paso un efecto dominó que joda la vida del resto. Embárquese usted, pero tenga en cuenta que esa nueva ilusión puede no casar bien con su vida burguesa anterior. Esa tan ilusionante que usted pidió por cargado encargo y que constaba de casa, conyuge, hijos, perro y coche. Porque ni ahora caben todos en el carguero, ni creo que haya planeado usted llevárselos. Es más, calculo que no quieran ir. Y tampoco me sirve mucho eso de que la vida son dos días y mi vida es mía y de nadie más, por la sencilla razón de que sí, en efecto, dos días son esa vida, y la libertad de uno acaba donde empieza la del de al lado. Y ellos, el cónyuge, los niños, la casa, el perro y el coche, son marineros de agua dulce y prefieren tierra firme. Así que, libertades encontradas.
    Apuesto con firmeza por los cambios de vida necesarios. Y por la valentía para llevarlos a cabo si uno detecta esa necesidad. Pero a mayor nivel de cambio, mayor compromiso de no agresión con el prójimo. Y si uno decide mudarse a las antípodas de su cotidianidad, ha de saber que hay un precio que pagar para minimizar los daños. No es gratis. No se puede tener todo ni quedarse con lo mejor de ambas vidas. Pero escasea quien entiende este concepto. Y así va el mundo, esquivando codazos. ¡Y todos hasta la peineta!






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