PIES QUE NO BAILAN ES PORQUE LIBRAN BATALLA
By María García Baranda - febrero 10, 2016
Bailar
a un tiempo, todos a un mismo ritmo y una misma melodía. Eso es fantástico,
aunque no abunde. En tales casos, cuando miras a tu alrededor y esencialmente
ves decorados similares al que te encuentras en tu propio despertar, cuando
nada produce una disonancia demasiado marcada, ahí el movimiento es sencillo.
En tales casos las almas se unen con facilidad. Y se comprenden. Y se
comparten. Ríen, opinan y diseccionan el día a día. Ahí, repito, resulta simple.
Vidas afines. Pero no siempre sucede así, porque en ocasiones los hechos van
contracorriente y con ellos las personas, saliéndose por lo tanto de lo
conocido, habituado o diseñado por uno mismo. Y ahí llegan las interferencias.
Ya no hay baile, ya no hay mismo ritmo, ni misma melodía. Tal vez, solo tal vez,
porque uno de los actantes se ha quedado en silencio, descansando en una silla
aledaña. Y tal vez porque tan solo puede reposar ahí. Se encuentra cansado. Ya
no está a pie de pista, no se le ve, ni se le oye, no participa. Y alguien se
le acerca y le dice: no bailas, nos has roto la coreo. Pero nadie pregunta por
qué, si se ha herido un pie, si se ha quedado sin fuerzas o si trata de marcar
una danza alternativa. Primero ceño fruncido, después,…todo lo demás. Y es que
quizá no se entienda que a veces, de vez en cuando en la vida, las cosas no son
para todo el mundo iguales. Que los parámetros que hoy les sirven a uno, pueden
no encajar con el de enfrente. Que otros tipos de vida no siempre se escogen
voluntariamente. Y que cuando se ve a alguien llevándolos a cabo a lo mejor,
solo a lo mejor, es porque está librando su propia batalla. Que no es sencilla.
Que no es voluntaria. Que no es indolora. Pero que no le queda otra opción que
esa. Y por eso está en silencio, intentando reunir fuerzas para poner en pie,
no a sí mismo, sino su propia vida. Que si no hace otra cosa, será quizás
porque no puede. Y porque forzar un “no pasa nada” en público a veces duele más
que el propio silencio en privado.
Así
que, si ven a alguien salirse de la pista de baile, separarse del grupo y sentarse
en una silla, no le gruñan sin pensar, porque quizá sus pies se encuentran un
tanto doloridos y lo único que pretende es tratar de no olvidar al menos ese
un-dos-tres, un-dos-tres, un-dos-tres,… Quizá no sea una actividad alternativa
la que está poniendo en práctica, sino que es su propia vida la que está
tratando de poner en pie y para ello necesita todas las fuerzas del mundo, algo
de empatía con lo que no se comprende y una pequeña tregua a los reproches. Quizá no se imaginen que ese gruñido le suponga una herida del tamaño de un zarpazo. Piénsenlo.
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