Respeto a la
autoridad lo llaman. Nerviosismo. Incertidumbre. Miedo a veces. Sea lo que sea
lo que produce, la cuestión es que quién más o quién menos se cuadra ante una
figura de autoridad cuando se ve en tal brete. Poco queda ya del concepto
original, de la larga lista de figuras que la ostentaban por el hecho de ser
reconocidos como depositarios de ciertas dosis de saber. Hoy por hoy, casi que
habremos de asociarlo únicamente con determinadas y escasas profesiones, de
esas que portan uniforme y que, como decía hacen ponerse firmes con su
presencia. Y ahí estamos. Nos topamos con alguno de ellos y cualquiera se
cuadra. Se cuadra, sí. Y se tensa. Y podría decir que llega a perder un
poquillo la capacidad de razonamiento, pudiendo hacer o decir cosas que en un
estado de menor tensión no haría. Pon a alguien frente a un uniforme y no
tardarás en comprobar cómo su capacidad para oír, ver y entender se ve mermada
ante la sensación de control a la que se ve sujeto. ¿Que exagero? En absoluto. Habrá
quien piense que esa idea quedó ya en tiempos pasados. O quien crea que
dependerá del lugar y el contexto en el que se produzca, pero yo afirmo que
hasta en los ambientes más relajados tal efecto puede ser fácilmente
observable. Y para muestra el siguiente botón -inocente y distendido-, que aquí
ofrezco.
Fiestas de Carnaval.
Ambiente festivo, disfraces en niños y adultos, música,… Paseo y charla. Pero
atentos a los datos concretos de mi ejemplificación. A mi lado: mi mejor
compañía. Su indumentaria: atuendo de policía perfectamente equipado y sin
faltar detalle. Y a nuestro paso: algunas miradas intrigadas y preguntas en voz
baja cuestionándose sobre si se trataba de un disfraz o de un uniforme real. Hasta
aquí lo que puede considerarse habitual, solo que a medida que avanzábamos
íbamos encontrándonos con más y más casos que llegaban a la firme conclusión de
que mi acompañante era todo un profesional del Cuerpo de Policía; que estaba
allí para proteger y servir –me guardo el doble sentido que espontáneamente me
viene a la cabeza-; y que o bien se encontraba en pleno servicio, o bien
acababa de darle fin y se disponía a dar una vuelta por ahí. Deducción bien
asentada, sí,… si no fuera por un pequeño y curioso dato, y es que su traje
presentaba, impresa en grandes letras en pecho, espalda y gorra, la palabra
“police”. Así, “in English”. Nadie parecía reparar en el detalle y pista
definitiva para desentrañar el misterio. Algo ocurría que, tal y como
comentábamos, la gente no leía. ¡No leía! Habría sido un gesto simple y
sencillo, natural incluso, pero ¡no! Absortos y distraídos por los detalles, obviaban
la información más evidente: se trataba de un disfraz. Y nos preguntábamos cómo
era posible que una y otra vez ocurriese tal despiste y empezamos a especular.
Antes de continuar he de decir, en honor a la verdad, que no sería de justicia
no hacer mención a una de las posibles –y bastante potentes- fuentes de
distracción del caso. El policía, o supuesto policía, a mi vera ya distrae de
por sí, porque hablamos de metro noventa y dos de planta y alzado, atractivo a
rabiar y cautivadora sonrisa; por lo que encontrarte de frente con tal imagen,
ya le puede hacer a una o uno pensar un poquito menos y sacar conclusiones un
tanto apartadas de la realidad. ¡La que avisa no es traidora! Dicho esto, y
teniéndolo muy presente, no puedo evitar preguntarme sobre las causas que vienen
a mi cabeza respecto al asunto que nos ocupa. Más allá de la anécdota
probatoria, ¿qué tiene un uniforme, qué tiene una figura de autoridad para
desestabilizar hasta los razonamientos más simples? Dos hipótesis alcanzo.
La primera de
ellas me lleva a relacionarlo con la idea preconcebida que se forma en nuestras
mentes ante tal imagen. Asociamos directamente que esa figura lleva las riendas,
decide por mí, por lo que está tintada de verdad. Si me indica tal o cual
cuestión, habré de creerla y obedecer por el mero hecho de que está al mando.
Es figura de autoridad, sí, por más que sea la potestad -o su libertad de
movimiento a la hora de aplicarla-, la que ejerza una fuerza sugestiva mayor
sobre nuestros cerebros. Y ya podrá simplemente estar frente a nosotros en
silencio o pronunciar tan solo un par de palabras que estará vestido de verdad.
La segunda de ellas me gusta bastante menos y se sustenta en la confusión con
la idea de represión o de coacción. Terrorismo psicológico basado en el miedo y
amedrentamiento. Tristemente, aquí el concepto de autoridad, ese que se basa en
la sabiduría- se habrá evaporado y habrá sido sustituido por el de potestad,
ejercicio de poder, pero esta vez basado en el ejercicio de fuerza más
negativo.
En un caso u otro
perdemos destreza mental, autonomía a veces. Bien por miedo, bien por la
necesidad de que lleven la batuta, tendencia también a tener en cuenta en el
ser humano, esto es, la necesidad de que dirijan su baile. Uniformes sí, que
asustan o hacen sentir seguro, o que incluso sirven de alimento a las
ensoñaciones y fantasías de más de uno o de una. Ya se sabe: ¡a mandar! ¡Señor,
sí señor!
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