INÚTILES VITALES

By María García Baranda - febrero 12, 2018





     Veinticuatro horas al día, siete días por semana, treinta días de media al mes, doce meses en el año. Trescientas sesenta y cinco jornadas -una más si es bisiesto- convertidas en oportunidades para enfrentarnos y tratar de sortear un mal endémico y pandémico: los cánceres humanos. Sí, leéis bien, cánceres humanos o personas que a su paso van infectando de problemas, quebraderos de cabeza y malas experiencias a cuantos se cruzan con ellos. ¿A que os ha venido a la cabeza algún que otro nombre? Estoy segura de que es así. Pero dejando aparte que todos sabemos de su existencia, permitidme que me detenga hoy en algún subgrupo del mismo de manera especial y concreta, porque creedme que necesito compartirlo. De entre todos, entre la gente materialista, la egocéntrica, la falta de valores, la egoísta, la falta de escrúpulos,… se encuentra una especie que a mí entender es altamente peligrosa: la inútil vital. Cualquiera a su paso podría decir que este tipo de personas conforman un conjunto de seres simples y con cierto grado de idiotez, insulsos tal vez en su propia simpleza. El tonto de toda la vida, vamos. De esos que se dedican a molestar, pero cuyo incordio no pasa de ahí. Y sí, su descripción es esa, pero a quienes me refiero hoy no es a ellos precisamente, aunque en su totalidad cuenten con el denominador común de incordiar igualmente al resto. Los inútiles vital son seres que pasan por esta vida sin pena ni gloria. Propia, al menos. Porque pena provocan y la poca gloria que obtienen es a costa de los demás, seres infinitamente más válidos que ellos.
     Un inútil vital cumplirá los años que le depare su vida y no habrá conseguido llevar a cabo ningún logro significativo en términos sociales o humanos. Nadie de cuantos lo rodeen acabarán diciendo de él: “¡qué gran persona era!”, “¡qué válida!”, “¡qué gran corazón!”, “¡cuánto aportó!” Eso no sucederá jamás. Si observamos sus diferentes facetas de desarrollo humano, detectamos en todas ellas una serie de carencias significativas y que se repiten en todos los individuos de esta especie. Emocionalmente son analfabetos. Caprichosos, débiles por conveniencia, teatreros y cuentistas. ¡Todo en esta vida les parece un mundo! Ir a trabajar, resolver un conflicto personal, arreglar un enfado, enfrentarse a un reto. Absolutamente todo es un drama ante el cual es preciso encomendarse a toda la retahíla de dioses habidos y por haber puestos en fila de a uno. Si lloran, lloran más que nadie. Y si temen, es un temor insoportable. Quieren con golpe de pecho y la puesta en escena de sus emociones es merecedora de un prestigioso galardón, que dejarán por cierto en la estantería a la media hora del evento para seguir con otra cosa que les distraiga más. Intelectualmente es para echarse a temblar, porque por mucho que busquemos no hallaremos ni el más mínimo resquicio de ganas de aprender, de amor a la cultura, de afán de superación personal y mejora, de hambre de saber. Nada. Cero. Y lo que es peor, ni intención de cambiarlo porque les importa un auténtico bledo. Socialmente tampoco es muy halagüeño el panorama, porque en sus relaciones personales dejan mucho que desear en cuanto a comprender, saber escuchar activamente, capacidad de diálogo o empatía. Tratar de sacar algo en limpio con estas personas es predicar en el desierto porque, de nuevo, tampoco les importa hacerlo. Su limitada visión de larga distancia y su propio reflejo en el cristal impiden que vean más allá de su propia estupidez. Pedir piden. Y quejarse se quejan. ¿De qué? ¡Ay, no sé!, ¡de todo!, ¡mucho! Pero dar así sin más,… hagamos memoria, ¿cuánto? Muy poco.
    Algunos dirán que bastante mal tiene un inútil vital en ser como es, pero ojalá muriera ahí el asunto. ¡Qué va! A mí eso ya no me sirve. Por desgracia estos seres no son ni serán jamás conscientes ni de sí mismos ni de su efecto cancerígeno en los demás. Suelen ser niños de papá, o de mamá, que nunca se han enfrentado realmente a verdaderas y maduras dificultades en la vida. O por suerte no tuvieron que hacerlo, o el responsable de turno lo tuvo metido en una urna hasta obtener un individuo que no vale ni para Dios ni para el mundo. De esos a los que les venía bien un par de vicisitudes de las gordas o, como decía mi bisabuela, de esos a los que habría que darles una docena de hijos y las tetas malas. A ver si espabilaban. La cuestión es que cachos de carne con ojos siempre ha habido, sí, pero ya digo que eso no me consuela, por cuanto, como dije al principio, infectan, dañan y enferman a cuantos se cruzan a su paso. En su incompetencia emocional, su tendencia a los dramas particulares somete a su entorno a una constante montaña rusa de emociones que acaba agotando la paciencia del más calmoso. Sorben la energía del resto y… ¡tampoco hacen nada con ella!, ¡no saben aprender del resto! En su limitado -o nulo- afán de crecer intelectualmente van dejando anquilosar su cerebro con sucedáneos y entretenimientos cutres, que imposibilitan el intento de madurez y mejora de cualquiera que se comparta con ellos. Gustan de ser bobos, vale, pero es que tampoco aprecian la calidad de quienes les rodean y podrían nutrirlos. Socialmente son venenito auténtico porque en su mascarada y en el autoconvencimiento de esta que practican, tampoco serán capaces de valorar a quienes gozan de una generosidad de corazón digna de tener al lado por siempre. Desagradecidos en estado máximo y casi siempre acomplejados ya desde antiguo.
    Todos nos toparemos con unos cuantos inútiles vitales a lo largo de los años, pero esta ineptitud es de tal toxicidad que no basta con volverle la cara. A mí, desde luego, me resulta intolerable. Y rabio y lamento profundamente chocarme con seres que dañan a otros que valen la pena de verdad. Me asquean sobre manera. Y sin dudarlo me provocan el impulso de desenmascararlos frente a todo y frente a todos. Que ser un incapaz mezquino regocijado en ello no es un eximente y mi sentido de la justicia es bastante alto, ya desde pequeñita.


(A quienes quiero con todo mi corazón, 
con mi garantía de valorar para siempre 
todo cuanto me han dado, me dan y me darán, 
y mi promesa de tratar de corresponderles como merecen.)



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