SAN VALENTÍN NECESITA ESTUDIAR PSICOLOGÍA
By María García Baranda - febrero 14, 2018
San Valentín necesita estudiar Psicología. En serio. Urgentemente. Y hacer un máster de educación emocional para poder ayudar a cuantos enfermitos va cruzándose por el camino, que son muchos. Hoy es miércoles, 14 de febrero, y es San Valentín. Como cada miércoles he ido a dar mis clases al Instituto en medio de un día que se tiñe de rojo pasión y se viste de corazoncitos a cada paso. En el trayecto que va desde mi casa hasta la puerta del Centro me he topado con una tienda de cosméticos, cuatro de ropa, una lencería, una tienda de complementos femeninos, una de decoración y una pastelería. En todas ellas podía verse en sus escaparates el correspondiente recordatorio del día del amor acompañando a preciosas propuestas del regalo del año para los enamorados. Sabía que una vez que entrase a trabajar seguiría encontrándome con estímulos y símbolos que recuerdan que hoy es un día para el romanticismo y para decirnos cuánto nos queremos, más aún teniendo en cuenta que mi clientela está en la edad ideal de enamorarse un par de veces al año al menos, de vivirlo intensamente y de experimentar cuantos matices emocionales conforman el corazón humano. No me equivoqué. Había frases, detalles y regalos. Dulces, bombones y chocolates. Y… había ausencia de prácticamente un tercio de mi alumnado. Algunos estaban de celebración, según me dijeron, y por ello habían considerado que asistir al aula era secundario. Algo así como si ese día se cumpliesen sus bodas de plata. Yo que siempre he sido una blandita en estos temas, y que recuerdo con absoluta frescura y nitidez cada suspiro de amor adolescente, entiendo tal gesto excesivo y desmesurado. No obstante, más, mucho más me preocupa la otra razón de tales huecos. Y es que algunos de mis alumnos se habían quedado en casa porque este no era su día. San Valentín les recordaba un desengaño, una ruptura, un amor no correspondido,… y para ellos tragar con la jornada suponía un esfuerzo casi sobrehumano.
Verdaderamente el día de hoy ha sido para mí bastante extraño, porque me ha puesto frente a los ojos, y de una sola vez, la panorámica de unos corazones debilitados y doloridos en exceso, y a edades demasiado tempranas. Yo he llorado auténticos lagos a mis quince, a mis dieciséis, diecisiete,… ¡y a mis cuarenta! Pocos saben cuánto. Pero la fragilidad que hoy observo me entristece. Son demasiadas las almas atormentadas por penas de amor. Penas que no caminan solas, sino que normalmente van acompañadas de heridas en la autoestima, inseguridades y algún que otro trauma, no ya sin superar, sino sin trabajar. Y eso es infinitamente más preocupante. Para enfatizar el asunto todo ese padecer se encuentra acompañado de un bombardeo externo de alta frecuencia, cuyo mensaje continuo es el de que en días como hoy todos hemos de ser felices. Felices, plenos y enamorados. Y estupendísimos. Y guapos. Y rodeados de bellísimos detalles que mostrar en Instagram. Mal para todos. Desastroso para ellos que, insisto, son aún demasiado jóvenes.
Mi pregunta esta mañana ha sido, ¿qué pasa?, ¿qué está pasando para correr sin tregua a consolar y secar las lágrimas -cosa que hago de mil amores- de tantos chicos tan jóvenes? No podía creerlo. Ya sé lo que supone la adolescencia. Ya sé cómo funcionan cuerpo, mente y corazón, naturalmente que lo sé, pero para lo que no estoy preparada es para ver en ellos reacciones y padecimientos, males de amor propios de la gente de mi edad. Relaciones desequilibradas, desiguales, interesadas, aprovechadas. Faltas de empatía y de respeto. Engaños, mentiras, desprecios y frivolidades. Comercialización de sentimientos. Comportamientos que siempre han existido y todos hemos vivido, pero demasiado frecuentes hoy y en chicos que de año en año voy encontrando más frágiles emocionales. En ellos me duele más y me recuerda lo que ya tengo asumido desde hace tiempo respecto a lo mal entendido que está el pobre Amor entre adultos. Sigo sin tragar con la idea de que alguien que te quiso ayer hoy te destroce. Tampoco con competir, machacar o envidiar a la persona con la que te compartes. Y desde luego no contemplo la posibilidad de un amor forjado a golpe de intereses, de sacarle el jugo en propio beneficio, ni sobre el que constantemente planea la sombra del “cuánto me das tú a mí”. El amor no se pesa. Ni se mide. Ni se materializa. Ni se exprime. Y más allá de las relaciones de conveniencia, esas que llevan siglos respirando por el mundo, me repugna encontrarme tal cuadro entre la gente de a pie que ni siquiera es consciente de que las practica, ni intuye tampoco que no tiene ni puñetera idea de lo que es el Amor. Enorme. Sin cuerdas. Sin reproches.
No hay duda, algo le pasa al heredero de Cupido que está un pelín despistado en esta historia, y tiene a sus usuarios desquiciados, de los nervios y llorando por los rincones. Sin condición ya de edad, sexo, situación personal,… Hemos aumentado sustancialmente los motivos por los que nos herimos de muerte. Ya no radican solo en el fin del sentimiento, en las rupturas por vía natural, en los desencuentros. Ni siquiera en las infidelidades. El fuego se encuentra avivado por causas absolutamente evitables si nos molestásemos en aprender lo que es el Amor de verdad. Por mi parte, entono de corazón mi mea culpa por mis infligidos daños pasados, presentes y futuros. Los lamento y lamentaré muy de veras. Y me digo que a amar jamás se termina de aprender.
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