YONKIS DEL DOLOR

By María García Baranda - febrero 19, 2018



    Ofrezco hoy un artículo dedicado a todos aquellos que se encuentran inmersos en un momento de vida delicado, del cual no saben cómo salir y que ya se prolonga demasiado en el tiempo. He de reconocer que mis reacciones fluctúan ante este tipo de situaciones. Hay momentos en los que acudo a ofrecer mi hombro, mi ayuda y mi escucha. Muchos. Pero existen otros en los que me enciendo sobre manera y en pleno cabreo daría dos meneos bien dados a quien observo casi impertérrito e inoperante ante su propia infelicidad. Así pues, aquí está este artículo, nacido por cierto de dos gérmenes muy particulares. El primero es, como ya anticipé, la observación de personas más o menos cercanas -y el tiempo dedicado a reflexionar sobre sus casos-, que han atravesado o atraviesan un momento vital oscuro, triste, deprimente o depresivo,… y no consiguen remontar el vuelo. El segundo es el aprendizaje a raíz de mi propia experiencia, el análisis de mí misma cuando me encontraba sumergida en un momento tal y el ejercicio que, a mi juicio, hay que llevar a cabo irremediablemente si se pretende no vagar eternamente por la infelicidad.

   Todos y cada uno de nosotros pasamos a lo largo de nuestra vida por, al menos y con muchísima suerte-, un momento en el que se nos da la vuelta la vida. Me refiero a tener que enfrentarse con experiencias realmente duras que nos sumen en una profunda tristeza, decepción, vacío, tal vez en una depresión, que nos engulle y nos obliga a pasar por lo que la psicología determina, con muy buen criterio, un duelo de etapas y duraciones varias. La muerte de un ser querido, un divorcio o ruptura sentimental, un abandono o engaño, la pérdida de una amistad estrecha, un tropiezo o cambio laboral drástico,… En todos estos casos es esperable, entendible, humano y hasta necesario sentir un golpe seco que nos hiere hasta el alma. Rompernos. Y con tal dolor, atravesar un proceso de negación, ira, negociación, depresión y aceptación; esto es, las cinco etapas del citado duelo. Es un principio absolutamente básico el saber y asumir que esto es así, que las cinco etapas son necesarias, y que superar todas y cada una de ellas es inevitable. Pensad en ese momento que os tumbó al suelo y en cómo negasteis al principio, montasteis en cólera después, tratasteis de buscar una solución a la desesperada, caísteis en picado y,… finalmente aceptasteis las cosas. ¿Cierto? Es el proceso natural, sano, y ni una sola de esas cinco fases pueden evitarse, saltarse o parchearse. Aunque se haga, y a veces en exceso. Cuando eso sucede, pasará indudablemente factura. Bien, pues existen momentos vitales y/o personas en concreto que por las circunstancias que sean se atascan en una de esas etapas, hasta sin ser conscientes de ello, y se ven imposibilitadas para avanzar y mejorar. De hecho cualquiera de nosotros puede en un momento de su vida verse en dicha tesitura, habiendo salido de otras anteriores con trabajo, esfuerzo y éxito. No se trata, pues, de ser más o menos inteligentes, sino de ponerle la inteligencia al asunto que nos ocupa. En su medida justa y en el momento preciso, cosa que sucederá cuando además estemos emocionalmente maduros y preparados.

    Al respecto de todo lo anterior llevo tiempo ya acudiendo a un término de propia creación para denominar a aquellas personas que se ven imbuidas por su propia experiencia negra y que al no conseguir superarla, se convierten en eternos vagabundos de esa tristeza y/o depresión, de ese golpe recibido por la vida. Son yonkis del dolor. Auténticos dependientes de ese estado que entran en bucle y de forma absolutamente inconsciente boicotean su propia salida de él. ¿Por qué? Porque mientras duele, al menos se están sintiendo vivos, dentro de eso de lo que han sido expulsados y no logran asumir. Cuando nos enfrentamos a un momento devastador el denominador común es siempre la pérdida. Algo que nos es arrancado de nuestra vida, de nuestro corazón, en contra de nuestra voluntad. La ausencia es sempiterna, omnipresente, y con ello nuestro sentido de desubicación al no ser capaces de reconocer la vida que nos rodea, radicalmente diferente a la previa a dicha pérdida. Admitir y asumir del todo el hecho, llegar al final de la gymkana es un auténtico reto, entre otras cosas porque lo convierte ya en definitivo, inapelable, indiscutible,… Y de ahí que nos entretengamos por el camino y remoloneemos por las fases anteriores. La aceptación, por tanto, nunca llega, y con ello el peligro de caer en el remolino imparable del dolor perpetuo. Al otro lado de este se halla lo desconocido, lo nuevo, la incertidumbre y, por qué no, el riesgo de volver a sentirnos heridos. A partir de ahí no tenemos ni idea de qué nos deparará la vida y eso desde luego inquieta. Es entonces tentador quedarnos a vivir en la otra orilla en la que desde que abrimos los ojos sabemos qué pasará, cómo nos sentiremos, qué dolerá, de qué nos lamentaremos, por qué lloraremos -llegado el caso-,… Ante el miedo atroz por avanzar, somos capaces de drogarnos de ese daño e ir a buscar la papelina de lo que más nos hiere. Duele, sí. Mata incluso. Pero, repito, mientras existe hay al menos tema y no hemos de aceptar lo sucedido.

    Soy plenamente consciente de que, a pesar de lo anterior, lo normal es que nadie quiera sufrir por propia voluntad. Salvo determinadas excepciones, el yonki emocional no es demasiado consciente de que lo es, o no en su amplísimo significado. Puede llegar a identificar actitudes que no le benefician o pensamientos poco recomendables para salir de su pena, pero no logra ver con claridad (aún) el alcance de su adicción a sentirse eternamente enganchado a la fuente de su infelicidad. En esto también hay tipos e incluso fases. Existe quien no sale de la espiral porque no quiere, ni de mente ni de corazón. Se niega de todo grado. En algún caso hay incluso soberbia. En otros comodidad. Si es preguntado siempre dirá que desde luego que no quiere sufrir más, pero ni razona lo que hace mal consigo mismo, ni reconoce lo que no entiende, ni trata de mantenerse sentimentalmente tranquilo. Se da candela. Hay también quien no sale de su situación, porque emocionalmente no quiere, pero sí lo desea y entiende mentalmente. Es capaz de razonar que su estado es un sinsentido y un veneno, pero suspira por los rincones. En el fondo es un caso más avanzado del anterior, alguien que ha logrado mejorar entendiendo que las cosas a veces son como son y no hay más vuelta de hoja que aceptarlas. Sea como sea, hablamos de adicciones y de adictos. 

     Así que hoy advierto: mucho cuidado que el dolor es una droga muy poderosa que a algunos les resulta tremendamente atractiva; tanto por las almas caritativas que acuden a sanarlos ante su llamada de atención, como por tratarse de ese espacio conocido libre de mayores y ulteriores sorpresas. 

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