EL CLUB DE LAS PRIMERAS DAMAS (o cómo cargarse el principio de igualdad)
By María García Baranda - mayo 28, 2017
SERIE: ♀ Fémina
El club de las primeras damas se encuentra formado por las esposas de los presidentes de gobierno, jefes de estado en muchos casos, de todos los países del mundo. De todas ellas, hay quienes destacan más que otras y quienes se encargan de extender su nombre, sus marcas, y con ellas las de sus esposos y sus respectivos países. Guapas, elegantes, con glamour, con clase. Siempre educadas y sonrientes, discretas, buenas anfitrionas y ejemplo a imitar. Acompañan a sus maridos a los actos oficiales y en las visitas de estado, y reciben en su casa a los representantes políticos del resto de naciones. Suelen contar con su propia agenda de actividades, casi siempre de acción social, como inauguraciones y visitas a centros educativos, solidarios o culturales. En algunos casos es posible incluso verlas ofrecer una ponencia sobre dichos temas de interés y alta sensibilidad social. Su labor es siempre la de fiel compañera, apoyo incondicional y enlace conector con la gente.
El club de las primeras damas se encuentra formado por las esposas de los presidentes de gobierno, jefes de estado en muchos casos, de todos los países del mundo. De todas ellas, hay quienes destacan más que otras y quienes se encargan de extender su nombre, sus marcas, y con ellas las de sus esposos y sus respectivos países. Guapas, elegantes, con glamour, con clase. Siempre educadas y sonrientes, discretas, buenas anfitrionas y ejemplo a imitar. Acompañan a sus maridos a los actos oficiales y en las visitas de estado, y reciben en su casa a los representantes políticos del resto de naciones. Suelen contar con su propia agenda de actividades, casi siempre de acción social, como inauguraciones y visitas a centros educativos, solidarios o culturales. En algunos casos es posible incluso verlas ofrecer una ponencia sobre dichos temas de interés y alta sensibilidad social. Su labor es siempre la de fiel compañera, apoyo incondicional y enlace conector con la gente.
Y es que el club de las primeras damas rezuma delicadeza, casi tanta como los cuentos que leíamos de niñas, aquellos en los que la princesa era un verdadero sueño y cautivaba a su futuro esposo. Emana de él sabor a antiguo, a otros tiempos en los que mandaban las buenas maneras, las formas y la cortesía. El club de las primeras damas se compone de verdaderas muñequitas a observar con atención, pero como los tiempos cambian ahora tienen en la espalda un mecanismo con un par de pilas y dicen unas cuantas frases. Las hay incluso que caminan y portan unos atavíos imponentes. Sus actividades como esposas y como primeras damas eclipsan en resto de sus quehaceres, que, si los tuvieron, quedaron aparcados hasta tiempos venideros. Y es que la sociedad civil le debe mucho a esas primeras damas que…, que pensándolo bien no sé por qué se llaman así, a no ser que cada uno de sus maridos sea el primer caballero, en cuyo caso yo me giro esperando a ver llegar al Rey Arturo,….mmm… ¡es igual!
La cuestión es que son todas ellas mujeres que con sus responsabilidades y labores pasiva y activa dan al traste con cualquier principio de igualdad que se luche y se pretenda, ya en sus propios países ya en los vecinos. Ejercen un puesto de difícil catalogación, pues no posee la legitimación política, no han sido elegidas en las urnas, ni cumplen con una labor que vaya más allá del adorno más o menos útil. Su agenda será siempre diseñada en calidad de “mujer de”: la figura de la mujer rica solidaria, compasiva y concienciada con los pobres y los necesitados, y altruista y mecenas cuando hace falta. Y hay entres ellas ejemplos de correctísima formación y una más que satisfactoria carrera profesional previa, pero todo ello es arrojado por el sumidero cuando olvidan totalmente quiénes son y siguen alimentando con ello la idea sexista de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. La mayoría de ellas entregan su identidad a cambio de ser la perfecta esposa florero, pero con la etiqueta de una inteligencia prefabricada. Tristemente. Anacrónicamente. Irresponsablemente. Por mi parte, cuando elijo a un candidato político para un puesto, especialmente para la presidencia del gobierno, me importa cuatro pitos si está casado y con quién. A no ser, claro, que sea una integrista kamikaze y suicida, o una malversadora de fondos profesional y de guante blanquísimo. Cuando elijo a un cargo político no pretendo que por el mismo precio se dé trabajo a su feliz esposa, por más que estén casados en gananciales o se lleven fenomenal de la muerte; porque casados están, hago hincapié, legal y ordinariamente casados como mandan los cánones y la tradición más enraizada. Tampoco pretendo ocuparme de vigilar que su armario sea impoluto ni tener que verla constantemente exponerse al ojo público. Cuando elijo a un candidato pretendo que me represente a la cabeza de un país en el que se luche de manera efectiva porque la igualdad de hombres y mujeres se respire más allá de la pose, del discurso parlamentario o de las campañas electorales. Pero mal va a poder cumplir el candidato con mi exigencia si el principio es traicionado ya en el interior de su propia casa.
0 comentarios