QUIERO SER UNA ESCRITORA VALIENTE (II): Describe cómo te sientes esta noche.
By María García Baranda - mayo 11, 2017
En el texto anterior de esta serie, Quiero ser una escritora valiente (I), me pregunté si escribía sin miedo. Confesé que no, que siempre me había guardado unos gramos de esos posos espesos que cimientan cada asunto, sepultándolos con ello en un silencio intencionado, buscado. Para no herir, para minimizar daños, para no acusar injustamente. Para no dejar nunca de ser mentalmente equilibrada. Pero me prometí intentar ser valiente y matar ese miedo para golpear el papel con todo aquello que llevo dentro, por disparatado y contradictorio que fuese. Y bien, aquí estoy. Podía haber sido ayer o mañana. Pero ha sido esta noche. Y para ser sincera, este momento de mi vida es campo abonado para ese fin, porque me encuentro repleta de astillas, de sentimientos y sensaciones mundanas y entremezcladas, llena de kilos de nutritivos materiales de cuyo hilo podría tirar para sacar el mapa perfecto de cómo me siento hoy día.
¿Sería capaz de describir mi latido, por ejemplo, esta noche? Con todo lo que en mí habita, con todo lo que mastico hoy. Lo sabré cuando haya terminado de escribirlo y lo relea. Pero no hoy, sino con algo de perspectiva. Sin prisas.
Para abordar mi ejercicio voy a empezar recurriendo a una conversación de esta misma noche en la que precisamente se me oyó decir: “...es que me siento…”. Hace escasos minutos alguien me ha pedido que no me encierre en mí misma. Que vaya contra esa tendencia. Por mi bien. Digo ahora, al igual que dije en ese instante, que no lo hago. Que cualquiera que me observe en mi presente puede interpretarlo como tal, pero sinceramente afirmo que no es así. En mí es difícil se dé un encierro en mi interior tal y como se concibe, porque no es mi naturaleza, porque necesito hablar de mis cosas, porque lo muevo dentro y fuera; pero sé bien y entendí enseguida a qué se refería con esa expresión. Me rodea un núcleo de personas afines a las que no tengo ni la más mínima intención de castigar con mi silencio ni con un hermetismo enfermo. Ni me encuentro en una fase de ese tipo, ni quiero, ni puedo. Así que el peligro no se encuentra ahí. Y de hecho no creo que haya siquiera amenaza o peligro de ningún otro tipo. Sí atravieso una etapa de fuerte introspección, ahí sí he de asentir. De la única persona que soy capaz de encargarme en este momento de mi vida es de mí misma, y me refiero con ello, no a un abandono de atención hacia mis seres queridos. Ni mucho menos. Sino a volcarme en mi interior, en mi intimidad y en mis proyectos. Si tuviese que materializar la sensación que me recorre por dentro es la del silencio. Necesito constante silencio. Paz de la mente. Tranquilidad. Perderme en mí misma. Y mantenerme ajena a reclamos externos en los que habitualmente me dejo una gran parte se mí. No poseo voluntad de escuchar materiales nuevos de personas nuevas, con el enorme esfuerzo que supone tratar de averiguar qué tipo de seres son y qué les sucede. No tengo, por otro lado, en este momento, apetencia ni ganas de compartirme apenas con nadie, salvo con quienes ya están y cuyo terreno ya piso segura aunque no mire al suelo. Rechazo esa idea tajantemente y lo hago, de nuevo, porque quiero y porque no puede ser de otra manera. No insistan. Sentiría que me roban la energía, que me exprimen mente y alma, y sería capaz de dar un portazo en plena cara a quien osase tan solo a asomar una patita por debajo de la puerta. Es esta una opción en absoluto victimista, penosa o negativa. Tampoco va de autoproteccionismo. De verdad que no y de eso estoy segura. Es una decisión libre y voluntaria, que asumo además, y que, por otra parte, es única. No elijo. No la elegí. Lo cierto es que no había otra. Así ha venido a mí, así me ha encajado con la medida perfecta -o yo en ella-, y así lo vivo. Estar conmigo misma y no asomarme a nada ni a nadie que no salga radicalmente de mi interior.
¿A cuántos os suena un sentir así? A muchos, ¿verdad? Siempre hay un momento en el que esto llega. A todos o a casi todos, creo. Pero para mí es nuevo. Completamente a estrenar. Antes ya estuve de mírame y no me toques, delicada, pasando tragos realmente duros, por lo que ahí sí había aislamiento, naturalmente. Y es de comprender la reacción, porque cuando un ser pasa por una experiencia de ese tipo, tiene enferma el alma, y hasta que esta no sane, no podrá darse a nadie. Ni amigos, ni familia, ni pareja sentimental. A nadie. Pero no es ese exactamente mi estado actual. No hay cerrazón de tristeza en mí. Triste me siento en muchos momentos del día, muy triste, pero no es ella la que provoca mi silencio. Eso sería un silencio angustioso, y no se trata de eso. Si permanezco abrazada a mí es por egoísmo blanco y por incapacidad y falta de ganas de otra cosa. No lloro, sino que mi rictus es serio durante la mayor parte del día. Si ocurre algo gracioso, lo río. Si alguien querido me cuenta algo simpático, lo celebro. Y funciono. Pienso y proyecto. Mi mente trabaja. Pero seria, me siento seria. Por dentro, en lo más profundo de mi interior. No me ocurre nada que no le haya ocurrido ya a media humanidad, ni que no le esté pasando en este mismo instante. Pero es mi instante. Y lo estoy contando porque juré ser valiente para describirlo tal y como es.
Así que silenciosa y seria, porque me falta aquello que me hacía no estarlo, sino al contrario. Estoy atravesando un síndrome de abstinencia humana y sentimental, en el que la chispa y la alegría a la que me había acostumbrado ya no está. Me había acostumbrado a ello y hacía ya un tiempo muy considerable que estaba ahí. Pero ya no. Lo he perdido. Nos hemos perdido. Y no se puede hacer nada, porque las cosas son como son. Que la vida es eso: tener, perder, seguir. Y hace tiempo que aprendí que no tengo ni un milímetro ni un gramo de poder para impedir que ocurran ciertas cosas. Lo que sin darme cuenta compartí de a dos cada vez con más ímpetu, lo más íntimo y lo más banal del día a día, lo cotidiano y lo explosivo, ahora queda solo para mí. Se fue mi compañero de juegos y de diario. Y es por eso que me mantengo en silencio, porque el lugar al que dirigía mi habla a cada rato se encuentra vacío. Y así va a quedarse, ya que en mi mundo las personas somos irremplazables. La única persona a la que querría contárselas, con la que querría compartirme y vivir mis cosas se evaporó. Y no me sirve nadie más. Pero claro, eso es en mi mundo. Soy yo la que funciono de ese modo.
Esto último que acabo de mencionar no es aleatorio, no. Hila también con este sentir mío que esta noche ofrezco por completo. La idea de… en mi mundo y solo en mi mundo. Repito que es un sentir y no un razonamiento justo ni equilibrado. Pero no me toca hoy ser analítica ni racional, sino descriptiva y emotiva. Fielmente descriptiva y emotiva, sí. Junto a todo lo que llevo ya contado añado: siento unilateralidad. ¿Se puede sentir eso con cosas del corazón? Naturalmente que sí. Veréis, cuando una halla un vacío como el que yo siento es por dos razones. La primera porque sabe que se ha entregado sin escatimar y ahora no hay nada ahí afuera. La segunda porque ha de asumir que ese vacío que ella siente es solo de ella, y no ha de sentirlo la otra parte. También en eso camina sola. Por mucho que esas cosas no tengan sistema métrico al uso. El hecho es que me descubro el día entero diciéndome eso de cómo es posible que la otra parte me haya dejado marchar. Que cómo puede ser que no haya movido un dedo por mí. Que como yo extraño, solo es cosa mía. Que eso de conservarme para siempre en su vida, hasta ser muy, muy mayor, se ha perdido en las palabras y en los acontecimientos. Que las horas que empleo tratando de mantenerme segura y firme, pero pensando en esa persona, solo las gasto yo. Que mientras yo me desgasté y desgasto en él, él desperdiciaba la ocasión con engañabobos y asuntos sin sustancia. Etcétera, etcétera, etcétera. Unilateralidad. Eso es. Desnuda y con la puerta cerrada a mi espalda.
Puedo añadir, sin ampliar detalles, una lista de emociones más que van y vienen al son que me hierve la sangre o se me hiela, según el minuto y recuerdo del día. Rabia. Melancolía. Rencor. Despecho. Incapacidad de olvidar y/o perdonar ciertas ofensas. Dolor en mi autoestima. Infravaloración. Incomprensión. Y una inmensa y tremenda decepción, pero no con aquel a quien extraño, sino con la vida, con lo que nos ha pasado, con algunas de sus reacciones -especialmente esta última-, con su incapacidad para otorgarme un lugar destacado como yo le doy a él, y con la putada que me ha hecho el destino por condenarme a sentirme eliminable. Otra vez borrable y eliminable. Y de la mano de alguien a quien yo nunca habría querido invisibilizar. Aun sin merecerse del todo ese gesto de mi parte, y él lo sabe, a tenor no de él sino de sus acciones. Todo eso siento. Y de todos y cada uno de estos casos, sus opuestos positivos. También hay sitio para ellos. Así que, figuraos la batidora.
Y así estoy, en silencio. Con un nudo en la garganta, pero digna. Con mis cosas. Siendo muy, muy celosa de mí misma. Sin dar tregua a nada ni a nadie, pero sin psicopatías ni recelos absurdos. No se trata de eso. No me doy, porque no tengo nada que dar. No desconfío, porque para eso antes hay que confiar. Y no ha lugar. No es esa la historia. Y de nuevo con eso que ya estoy acostumbrada a sentir: sin una pieza fundamental que me han arrancado.
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PROPÓSITO: Escribir para mí, para expresarme yo y sentirme en paz conmigo misma. No para lanzar ningún mensaje, ni desquitarme. Ni fruto del enfado, de ese dolor escrito, de ese rencor intermitente,… No. Tan solo porque es verdad. Tan solo porque es así. Tan solo porque no debo maquillarlo ni descafeinarlo.
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