MI CONSEJO AL ANÓNIMO

By María García Baranda - mayo 29, 2018



    Mi consejo al anónimo pudiera resultar un tanto loco. Podría este sonar en exceso altruista o tal vez un ejercicio de buenismo de los que a priori a nadie sacian, pero yo sé que es útil. Sé más que eso. Sé que funciona, que va bien para eso que todos perseguimos que es el pasar nuestros días felices y tranquilos. Medianamente. Razonablemente. Yo,… yo intensamente, lo confieso. Mi consejo consiste en realizar cada día un mismo ejercicio. Idéntico, exactito. Repetitivo y constante. Consiste en perdonarse a uno mismo por lo hecho y por lo dicho. Y perdonarse, aún con más ímpetu, por lo pensado, lo sentido en la capa de piel más profunda y por lo no dicho más que a uno mismo y en voz muy baja. Por esas trazas que mantenemos en un nuestro interior enganchadas a las aristas del alma. Por esos girones de lo que fuimos y ya no somos, de lo que soñamos y desechamos ya rendidos al tiempo, de lo que vivimos y se extinguió. También por esas costras que no pudimos despegar de la piel y que de cuando en cuando, a la hora de la siesta o en el desvelo de las tres de la madrugada nos inquietan el cuerpo, pero más aún la sangre; y nos hacen confundir sueño y vigilia, realidad con imagen. Perdonárnoslo todo porque somos humanos. Y perdonar al resto. Aquí es cuando os suena todo a terapia, ¿a que sí? Y suena porque es, porque dulcifica y calma. Y eso es terapia, cierto, decís bien. Pero lo he comprobado y es que marcha. Y cuando lo consigo me quito unos kilitos de la losa vital. Y me quedan aún sueltos algunos que otros flecos de la vida, sin duda. Cosas que al recordarlas aún escuecen, aún me muerden la planta de los pies mientras estoy dormida. Y siempre morderán, eso está claro. Cosas que perdonar, cosas que perdonarme por pensarlas así, sin anestesia. Por guardarlas ocultas en el rincón más lúgubre y oscuro, ese que con pisarlo ya nos huele a humedad, a sala no aireada. A lugar áspero y secreto. Pero allí habitan. Ellos. Y todo junto… ¡yo! Ese es el resultado. ¿Y mi objetivo?  Perdonar, asumir, entender, convivir con los cuatro costados que tiene el ser humano: lo pensado, lo dicho, lo sentido y lo oculto. Y armonizarlos todos bajo un único ritmo acompasado. Y leal, muy leal. 


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