Entre el miedo pavoroso y la irrefrenable -y a veces suicida- curiosidad gatuna ubico el sentimiento que me provoca saber la visión que los demás tengan de mí. ¡Deformación desde niña tendente a no querer decepcionar!
Cacharreando por las redes leo una se esas sentencias en forma de tarjeta de autoayuda y me paro a pensar. Esta vez decía: “siempre he querido saber cómo soy desde los ojos de otra persona”. Y me pregunto: “¿he querido?” Pues sí, sí que he sentido siempre tal comezón, como la mayoría, sospecho. Porque cierto es que una va eligiendo con el tiempo de quién le importa un pimiento su opinión -véanse ajenos titulados-, de quién le despierta consideración -los seres relevantes de tu vida-, y de quién importa mucho, mucho lo que se cueza en su cabeza -esos se saben sin duda, se nota el pálpito-. Y verdad es también que deseamos, en tal caso y con los dedos cruzados, llevarnos una buena impresión de vuelta, a qué negarlo. Porque ese saber cómo somos a los ojos de otra persona esperamos que se ajuste a nuestras virtudes y bondades, aderezado también con algún defectillo tal vez, pero así, en diminutivo. Esperamos que sea una conclusión positiva, que nos llene oírla, que nos haga sentir al milímetro lo especiales que somos para esa persona. Esperamos desde luego que nos regale los oídos, porque todos necesitamos escuchar ese tipo de cosas, y a todos nos gusta. En definitiva, y por encima de todo, necesitamos que nos haga sentir cuánto nos quieren. Ese es el verdadero objetivo. El riesgo, pues, radica en que con ello venga una dosis de rasgos que no nos gusten tanto, que no estemos preparados para encar, o que… simplemente duelan. Porque sí.
Hay entre el elogio y la crítica para mí una línea divisoria tan fina que atravesarla me parece el ejercicio más traicionero del mundo. Traicionero porque llega sin avisar. Quiero decir que aquella persona que te conoce con tanta profundidad como para ofrecerte el bálsamo de todo cuanto de bueno hay en ti, también te conocerá como para formularte una crítica o hacerte sabedor de alguna peculiaridad tuya no tan blanca. Va en el lote, inevitablemente. Tiene el poder y el tino para ello; y sobre todo, como digo, el conocimiento. Acierte o no. Y es en estos casos en los que precisamente por no ser infundado y por provenir de alguien íntimo esos defectillos escuecen más. Así que, saber cómo soy a los ojos de otra persona me atrae sobre manera. Si me dan a elegir, ¿quieres saberlo con detalle?,… escojo un "sí". Aunque al tiempo que me cause una cierta sensación de vértigo. Y sin embargo, me digo: “Sé valiente, importa el vínculo. Y conocerte. Y nada más.” por tanto, sí, ¡quiero saber cómo me ves!
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