Hoy me he dado cuenta de que te has convertido en mi debilidad. Mi punto flaco. Sentados el uno frente al otro no pude aguantarte la mirada al saberlo. Dejé de percibir el ruido circundante para pasar a oír tan solo el agitado ritmo de mi propia respiración. Atronadora. Tomé las gafas que tenía sobre la mesa y me cubrí los ojos en un acto instintivo y reflejo, algo inconsciente, propio de quien se siente al descubierto y no quiere que le adivinen todas sus cartas. Creo. O mostrarse tal vez un blanco fácil para ser abatido. En un par de minutos un escalofrío me recorrió el cuerpo, desde las plantas de los pies hasta la nuca, porque pude entender cómo la misma alma que me nutre de amor y fortaleza se me dibujaba al tiempo como talón de Aquiles. Y me tembló la voz, ajándose en un sonido apenas perceptible. Casi inentiligible. En cuestión de segundos la mujer se hizo niña, un tanto frágil, un tanto más sensible. Salió mi punto débil, mi vulnerabilidad escrita con tu nombre. Solo porque te amo. Únicamente. Y cogí a peso entre las manos, imaginariamente, esa forma de difícil figura y extraña descripción, y calibré cuánto es que escocería un mordisco dado justo en ese talón. Y me sellé los labios.
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