Hasta cuando parece que no sé hacia dónde me dirijo, hasta en estos días de viento extraño, ese que hace perder una pizca de razón, hay algo que me guía a ciegas. No lo percibo ni con la vista, ni con el tacto. Tampoco puedo oírlo, pero lo palpo dentro. Muy adentro. Y suspiro para hacerle sitio.
Hasta cuando parece que el viento trata de tumbarme y lluevo lágrimas que llenan mares, hay algo que me dice a oscuras que todo está bien. Que todo ocurre por motivos fundados, por causas que se escapan a la mente, pero que traen consigo ocultos propósitos.
Hasta cuando parece que todo se evapora, que pierde su sentido, que vacía la cuenca donde se me refugia el corazón, incluso ahí, me brota hoy una ligera sonrisa, cómplice de algo más grande que yo misma, más poderoso, más valioso.
No podría expresarlo. Y sé que suena extraño, porque verbalizo todo cuanto cae sobre mi piel y sobre mi alma, pero esta presencia es inefable. Y así lo acato. Solo podría decir, para curiosos, que hay paz en ella, que sé que es correcta y necesaria, que me atrae cual imán a los metales más preciosos y que del mismo modo me secará los mares y guiará mis pasos por el sendero elegido.
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