Como
decíamos ayer, dijo el autor y yo repito.
Como decía ayer, o antes de ayer,…y siempre.
A veces no sabemos qué queremos, mas no es mi caso.
Pero juro y perjuro que
a estas horas bien sé lo que no quiero.
No
quiero ya verdades maquilladas, y es que nunca las quise. Hace tiempo, de hecho, que quedaron atrás. Quiero conversaciones bien nutridas, bien plenas, aunque
estas exasperen, pero que estén teñidas de gigantes verdades, del color de la sangre de
quienes las pronuncian. Y esas tengo. Y quienes me acompañan así me las
procuran y esas quieren también.
Tampoco quiero miedos a decir qué se siente o que algo no se siente, aquello que se teme y cuanto de la vida se espera a estas alturas. Ya no es tiempo, tal vez, de perderlo en intentos.
No quiero ásperas sogas. Ni en mi cuello ni en otros. La soga aprieta fuerte, cambia el gesto, ahorca voluntades, quema vidas.
No quiero perseguir ajenos sueños, ni quiero que persigan el mío si es forzado, si no les corresponde. Quiero un mismo camino, un mismo devenir, al que se llegue al fin por dos bifurcaciones en origen.
No quiero que me entreguen una vida vendida, ni quiero que me obliguen a vivir en lo extraño. Sé detectar con tino lo que no corresponde, lo que frunce los ceños, lo que apaga los ojos por vivir un engaño.
No quiero que me carguen tan pesada a sus hombros, ni quiero que me culpen de tirar testaruda. Quiero ofrecerlos pues como acompañamiento, como apoyo infinito buscado y regalado. Y descansar tal vez en otros, si es preciso, reposando un instante.
Ya no quiero insistir en lo que está sombrío. Ni quiero que me insistan para entrar en lugares en los que ya no quepo. Quiero acciones preclaras, suaves y naturales, que resbalen tan solo, que traigan hasta mí lo que haya de acercarse. Quiero aquello que atraiga mi cuerpo cual imán, por méritos ganados, por amores logrados, por adicción a mí, por cierto enganche.
No quiero convencer de nada a nadie, ni hacerles el trabajo, ni responder por ellos. Quiero que el mundo entienda por sí solo, recorra su camino y vea por sí mismo lo que es digno de ver. Yo entregaré mi apoyo, mi ayuda por supuesto, pero habrá cada cual de averiguar su sitio, que yo ya busqué el mío y sé bien dónde tiendo la mano si es preciso.
No quiero malgastarme, ni que tú te malgastes. Quiero una vida intensa, auténtica aun incierta. No quiero más rincones en los que acomodarme por manejarme bien con los ojos vendados. Ni quiero hacer la prueba por ver qué es lo que pasa, sin estar convencida, sabiendo que allí no, tal vez no fluya el día. Eso ya lo viví y quemé sus etapas. Me desgastó por dentro y conseguí huír. Localicé los fallos, perdoné los errores, asumí ya mis culpas y respiré después. Ahora quiero una vida, falta de obcecaciones, de lo no superado ni mal interpretado. Una vida completa. Y libre para todos. Que no genere dudas ni me genere culpas, que no ha sentir menos a quien va junto a mí. Una vida que llene mi espacio relativo y te alimente el alma tan solo con reír.
Tampoco quiero miedos a decir qué se siente o que algo no se siente, aquello que se teme y cuanto de la vida se espera a estas alturas. Ya no es tiempo, tal vez, de perderlo en intentos.
No quiero ásperas sogas. Ni en mi cuello ni en otros. La soga aprieta fuerte, cambia el gesto, ahorca voluntades, quema vidas.
No quiero perseguir ajenos sueños, ni quiero que persigan el mío si es forzado, si no les corresponde. Quiero un mismo camino, un mismo devenir, al que se llegue al fin por dos bifurcaciones en origen.
No quiero que me entreguen una vida vendida, ni quiero que me obliguen a vivir en lo extraño. Sé detectar con tino lo que no corresponde, lo que frunce los ceños, lo que apaga los ojos por vivir un engaño.
No quiero que me carguen tan pesada a sus hombros, ni quiero que me culpen de tirar testaruda. Quiero ofrecerlos pues como acompañamiento, como apoyo infinito buscado y regalado. Y descansar tal vez en otros, si es preciso, reposando un instante.
Ya no quiero insistir en lo que está sombrío. Ni quiero que me insistan para entrar en lugares en los que ya no quepo. Quiero acciones preclaras, suaves y naturales, que resbalen tan solo, que traigan hasta mí lo que haya de acercarse. Quiero aquello que atraiga mi cuerpo cual imán, por méritos ganados, por amores logrados, por adicción a mí, por cierto enganche.
No quiero convencer de nada a nadie, ni hacerles el trabajo, ni responder por ellos. Quiero que el mundo entienda por sí solo, recorra su camino y vea por sí mismo lo que es digno de ver. Yo entregaré mi apoyo, mi ayuda por supuesto, pero habrá cada cual de averiguar su sitio, que yo ya busqué el mío y sé bien dónde tiendo la mano si es preciso.
No quiero malgastarme, ni que tú te malgastes. Quiero una vida intensa, auténtica aun incierta. No quiero más rincones en los que acomodarme por manejarme bien con los ojos vendados. Ni quiero hacer la prueba por ver qué es lo que pasa, sin estar convencida, sabiendo que allí no, tal vez no fluya el día. Eso ya lo viví y quemé sus etapas. Me desgastó por dentro y conseguí huír. Localicé los fallos, perdoné los errores, asumí ya mis culpas y respiré después. Ahora quiero una vida, falta de obcecaciones, de lo no superado ni mal interpretado. Una vida completa. Y libre para todos. Que no genere dudas ni me genere culpas, que no ha sentir menos a quien va junto a mí. Una vida que llene mi espacio relativo y te alimente el alma tan solo con reír.
No
quiero nada a medias, y bien lo podéis ver.
Porque ni a medias vivo, ni a
medias yo me entrego, ni a medias yo me implico.
Yo no comprendo a medias, ni
nunca elijo a medias.
A medias no suspiro, no hablo, ni sonrío.
No me enamoro a medias, ni admiro a nadie a medias.
Ni a medias es mi gente. Ni mi
amor es a medias.
A medias no es mi vida. A medias yo no soy.
Y podré estar
presente o evaporarme, ausente,
pero juro que entonces, jamás, tales acciones
habrán de ser a medias.
Piso fuerte y por tanto
sin dejar de sentir, ni de mirar al frente,
escucho y me repito: no soy mujer a medias, no soy nada sin mí.
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