Nunca he considerado que perdiese el tiempo con nada. Sí me lo habrán oído decir puntualmente, aunque reconozco que era solo un arrebato, la pose de un momento de rabia. Pero sinceramente jamás he sentido, por fortuna, que el haber vivido lo que fuera que tocase haya sido malgastar el tiempo. Quizás es porque no creo que el tiempo pueda perderse. El tiempo se vive. Mejor o peor, activa o pasivamente, pero se vive. Como todos he emprendido proyectos que he abandonado o que no han sido exitosos, que me han aburrido que no he sabido defender. Pero cada minuto empleado en ellos tuvieron para mí una razón de ser. Si hice eso y no otra cosa, es porque no estaba preparada para nada distinto a ello. Unos estudios superiores mal elegidos me enseñaron la diferencia entre lo que realmente me apasionaba y lo que me habría apagado internamente. Una relación sentimental en exceso trabajada o forzada me mostró lo que era ya tan solo cariño y lo que habría de reconocer en un futuro como amor profundo. Años de una amistad agotadora me abrieron los ojos ante lo que era la toxicidad y las personalidades rémora. Y así sucesivamente. Todo aquello en lo que ponemos ganas, esfuerzo, horas, puede llegar a dejar la sensación de pérdida de tiempo cuando toca a su fin. Pero a mí no. Es muy curioso. Tampoco cuando el final es positivo digo aquello de “cómo hemos perdido el tiempo hasta llegar aquí”, porque por algo se dieron los pasos que se dieron. Todos ellos necesarios para colocarnos en un estado emocional e intelectual concreto y vivir lo que hayamos de vivir.
El tiempo es sustancial a la vida y no veo que esta se pierda hasta que llega a su fin, por lo que aquel tampoco. Ni tampoco se gana. Simplemente llegamos a las cosas con mayor o menor número de pasos y escalones, en función de lo que acontece. Así lo veo yo y así lo siento, y realmente creo que es una suerte, porque me evita estados de frustración ante cómo sucedieron las cosas. Si fueron mal, al menos lo intenté de todo corazón y, por ende, lo viví y sentí intensa y desenfrenadamente. Y si el final resulta ser feliz, obtendré el fruto cuando llegue a su punto exacto de maduración. Y ojo, eso no significa que me dé lo mismo cómo resulten las cosas, ¡no!, sino que puedo aferrarme orgullosa -y eso nadie me lo puede quitar-, a que todo cuanto vivo siempre es de veras. Poniendo el alma. El final,… ese hace tiempo ya que quiero que sea feliz. Naturalmente.
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