ALICIA YA NO VIVE ASÍ

By María García Baranda - mayo 08, 2016

    Fui a verla. Llevaba desayuno para las dos y mi idea era que en esa mañana de sábado obviáramos el reloj y nos dedicásemos únicamente a charlar. Era necesario e importante, porque últimamente la encontraba un tanto extraña. Diferente. En lo fundamental seguía siendo la misma, haciendo la misma vida, pero había algo distinto en su modo de afrontar las cosas. Había perdido rigidez, exceso de seriedad, puntualidad incluso. Se perdía por ahí aun estando justa de tiempo para hacer sus cosas, priorizaba de forma inversa, prestaba atención a cosas poco importantes. Para muchos parecía despistada, pero yo tenían la sensación de que tras todo ese cambio de comportamiento había algo más, mucho más importante. 
     Llegué a su puerta, llamé al timbre y me abrió. Pasaban las once de la mañana y ella acababa de levantarse. Aún vestía ropa de cama, tenía el pelo despeinado y esbozaba una medio sonrisa somnolienta.



—Acabo de abrir los ojos, dijo. Con una mano se tapó parte de la cara y con la otra hizo un gesto para invitarme a entrar.


Nos sentamos delante de dos grandes cafés y de los croissants que acababa de comprar. Me decía que había soñado mucho durante toda la noche. Que en realidad estos últimos días soñaba siempre. Bueno, más bien que se acordaba con claridad de lo soñado, porque siempre soñamos. Al contármelo se encontraba pensativa, se evadía, pero su expresión era totalmente placentera. Le pedí que me contara alguno de esos sueños porque es algo que me fascina y no puso objeción.


—Anoche mismo. ¡Ufff, absolutamente surrealista! Estábamos todos y había una celebración. Era un sitio público, animado, parecía un pub de noche y yo creo que estábamos en un cumpleaños. Creo que era el mío. Pero de pronto, a pesar del ruido que había alrededor, yo tenía la sensación de estar rodeada de silencio. Nadie venía a felicitarme, nadie me daba los dos besos de rigor, ni tiraba de mis orejas. No entendía nada. Después de unas horas y con una sensación rarísima, te pregunté por qué nadie me deseaba feliz cumpleaños. Me miraste y me dijiste con certeza: “Claro que no, es que no es tu cumpleaños. Estamos celebrándolo, pero no lo es. ¡Cada vez estás más joven, nena!”


Nos quedamos mirando la una a la otra, fruncimos el ceño, soltamos una carcajada y dijimos a un tiempo: “¡como regaderas!” Le pedí que me contara más y más, que tratara de recordar con qué otras cosas había soñado. Me estaba resultando de lo más interesante. Hizo memoria y comenzó a hacer alusión a esos sueños que suelen repetirse de vez en cuando y que terminan agobiándonos un poco.


—¿Sabes esa sensación de llegar tarde a todas partes?
—Claro que la sé, yo llego tarde a todas partes.
—No, no… la sensación de que llegas tarde a asuntos realmente importantes donde te juegas mucho. Creo que ha sido anteanoche. Me estaba arreglando para salir a la calle e iba justa de tiempo. Miraba el reloj y me agobiaba. Volvía a mirarlo al rato y era más temprano que la vez anterior. Y me relajaba. Al volver a mirar, de nuevo era tardísimo. ¡Un horror!
—Y,… ¿a qué llegabas tarde?
—Pues no lo sé, solo sé que creo que era algo serio. ¿Tú qué piensas?
—Pues que tal vez no lo era tanto o que te estabas revelando contra ello. Tal vez eran los criterios de importancia dados por alguien más. Lo que se espera de ti y cómo se espera que han de ir tus cosas. Tal vez era algo impuesto, algo que se supone que debes hacer en la vida según los cánones establecidos. Tal vez es algo que tú misma te impusiste, pensando que ha de ser así y no hay más, y ahora te enfrentas a ello en sueños. 
Cuesta ver cómo cambia lo que construyes con idea de que sea para siempre. 
Sí que cuesta. Duele. Y, cuánto es para siempre, me pregunto. Hay veces que creo que “para siempre” es tan solo un segundo.
—Deberías ser psicóloga, creo yo.
—¡Uyyy, no sé! Me basta conmigo y con mi gente.

Pasamos así casi dos horas y comenzamos a poner en común esos sueños que todos tenemos y que nos son recurrentes.


— Eyyy, esa sensación de que te caes y te caes… ¿a que sí?, me dijo.
—¡Sí! Pero esa es fácil. Esa surge justo cuando estamos empezando a quedarnos profundamente dormidos. Es el momento en el que entramos en el inconsciente. 
—¿De veras?
—Sí, sí. Te diré que me parece la parte más interesante de nosotros mismos. Ojalá pudiéramos escucharlo con más atención. Creo que si consiguiéramos hacer un cuadro con lo que allí se muestra, sería algo parecido a un país maravilloso.ç
—¡Qué poética estás, amiga!
—Jajajaja,…no me vaciles. Deformación profesional.
—Oye,… y hay otro que también se me repite. Camino y camino y camino, pero no llego nunca a ninguna parte. Es frustrante.
—Sí, lo es. Es cuestión de armarse de paciencia, pienso. De todas maneras, creo que siempre se llega a algún sitio. Ya sabes lo que dicen: “siempre llegarás a alguna parte, si caminas lo bastante”. ¡Eso espero, al menos!
— Yo también lo creo, pero indiscutiblemente, hoy estás de lo más literario.


Volvimos a reír. Llegó la hora de marcharme. Aún me quedaban mil cosas que hacer aprovechando el día. O quizá me quedaba simplemente disfrutarlo y nada más. Me puse en pie y me dirigí a ella mientras cogía mis cosas:


—Sabes que esta gente dice que últimamente estás algo distinta, ¿no? A mí no me lo parece, o no tanto. ¿Qué opinas?
—La verdad es que puede que tengan razón. Sabía quién era esta mañana, pero he cambiado varias veces desde entonces.


La miré con complicidad y con un guiño le dije: “eso es del libro, pero es una verdad como un templo”. La abracé y me dirigí a la puerta, pero antes de abrirla vi sobre la consola del recibidor algo que me llamó la atención. Lo cogí, pasé sus páginas y paseé mis ojos por ello. La miré de nuevo y le dije que ahora era mi turno de abrirme con ella. Volví a posar mis ojos en el texto y en voz alta leí:


—“Me pregunto si he cambiado en la noche. Déjame pensar. ¿Era la misma persona cuando me levante esta mañana? Casi pienso que puedo recordar sentirme un poco diferente. Pero si no soy la misma, la siguiente pregunta es ¿quién soy en el mundo? ¡Ese es el gran puzzle!”


Nos sonreímos y me despedí:



—Adiós, Alicia. Te confesaré algo. Me ha encantado escucharte, como siempre, pero hoy me he sentido especialmente en sintonía. ¿Sabes por qué? Porque a mí hace algún tiempo que me pasa exactamente lo mismo que a ti. Pasa buen día, cariño y si lo necesitas, ya sabes: solo has de dejarte caer un rato por la madriguera.





Un autor no entiende necesariamente 
el significado de su propia historia 
 mejor que los demás.


Prisas, imposiciones. Vidas estipuladas.
“Se supone que hemos de…”
Planos hechos por nosotros mismos.
Dibujos que se rompen con el paso del tiempo.
Frustración porque el cuadro
ya no se corresponde con el boceto original.
Complacencia al resto. Resistencia al cambio.
Y nuestro inconsciente tratando de gritarnos
la verdad de todo.
Ya no somos los mismos. Ya todos han cambiado. 
Y eso no es malo.





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