FIEBRE

By María García Baranda - mayo 13, 2016

    Aquello le ocurría también en plena infancia. Se acordaba perfectamente de la sensación, tanto como si fuera hoy. Bueno, en realidad la sensación la tenía hoy también. Entonces solía pasarle cuando tenía fiebre muy alta. Era una sensación de agobio y de asfixia que aparecía durante el sueño. Noche agitada, calor pegajoso, sed e incomodidad. Soñaba sin parar, además. Sueños sin pies ni cabeza, absurdos, pero que precisamente por eso eran agobiantes. Por eso y porque las imágenes variaban a una velocidad rapidísima. Seguramente entonces eran debidos al efecto de la fiebre, pero hoy no tenía. Estaba sin embargo bajo una fortísima inquietud y una sensaciones difíciles de digerir. Y en esos casos le ocurría exactamente igual que hacía años.
       Había soñado, sí. Mucho. Angustiosamente. En uno de esos sueños iba caminando por la calle, largo rato y tratando de no resbalar, lo cual le resultaba francamente difícil. No había dónde agarrarse ni dónde buscar un punto de estabilidad para su equilibrio. Se inclinaba a izquierda y derecha. Y para colmo llovía, lo que imposibilitaba dejar de caminar aprisa, pues tampoco había dónde refugiarse. Tras un rato tratando de evitarlo y un par de amagos anteriores, casi sin percibirlo cayó de bruces contra el suelo y sintió un golpe seco y un dolor agudo. Notó algo húmedo en la cara. Brotaba sangre de una herida. Se puso en pie y sacó un pañuelo del bolsillo para cubrirla. Como no había nadie a su alrededor, comenzó a caminar de nuevo hasta casa con el único objetivo de limpiarse la sangre y curarse. Llegó enseguida, corrió al baño, se quitó el pañuelo de la cara y se miró al espejo. No había ni rastro de sangre, ni herida, ni golpe. Ni siquiera un rasguño o arañazo. No había nada. No se lo podía creer y por un momento pensó que todo aquello era de locos, preguntándose qué estaba ocurriendo en su cabeza. Se quedó con la mirada fija a su imagen en el espejo, observándose, sin prisa. Mismos rasgos de siempre, pero una expresión novedosa. Y despertó después de casi diez horas de sueño, justo en el momento en el que el sudor lo empapaba todo. Quizás sí que tenía fiebre.

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