Ni más ni menos.
Que nada ni que nadie. No hay niveles.
Hay tan solo modelos de personas,
perfiles definidos
por rasgos inherentes que unen o desunen.
Que hacen crecer o merman. Que realizan o apagan. Esa luz.
No hay más explicaciones.
Hay sensaciones frías de estar hablando en una lengua bárbara,
extraña e ilegible. De no hacerse entender,
de no aprehender ni un mínimo sonido,
pronunciado de más. Significando menos.
De vacíos y huecos.
Y hay no obstante otros medios que conectan las mentes. Impresiones ocultas. Y secretas
en el fondo abisal que nos habita el alma
y que fluyen sin pena, que emergen sin esfuerzo. Compás marcado.
Hace tiempo que opté por escuchar atenta, sí.
Porque la escucha es gratis, porque todos merecen,
porque es un privilegio y un honor escuchar
a quien quiera contarte cómo hierve por dentro.
Escucho atenta, sí. Pero elijo muy bien
por puro instinto, por la fuerza inequívoca de atracción imparable
a quien me da alimento. Afortunada yo.
El más preciado y rico, esa savia esencial
que es llenarse por dentro de matices, de ideas,
de estímulos tan vivos como el aire exhalado
que me nutre por dentro.
Elijo por instinto, y me mantengo insomne y asombrada
por quien me reta el alma. Y la mente. Y mi yo.
Y no me cansa el ingenio, ni la curiosidad, muy al contrario
me despierta la sed.
Y me quita el sombrero con un gesto invisible
en apariencia humilde,
y me hace ir a por más. Y aún más sed
de fuente inagotable, de vida, de saber,
como aquel que no quiere; que no quiere perder.
Elijo por instinto. Sí. Para hacerme mayor.
Y me ofrezco yo a cambio. No hay un trato mejor.
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