Cuando una mujer adulta, madura, se enamora, se enamora contra todo pronóstico. Tenlo en cuenta.
Pasados los cuarenta una mujer habrá vivido ya un ramo de experiencias de todo tipo. Habrá soñado en mil colores. Se habrá desdibujado. Habrá perdido años y kilos de peso en el intento, y muchas, muchas ilusiones por el camino. Habrá llorado exhausta y sin consuelo hasta convertirse en líquido elemento, hasta perder la vista y caerse rendida cada noche en su almohada. Habrá pensado hasta quemarse, peleado sin tregua, analizado el mínimo detalle, discutido con calma y a los gritos, callado y silenciado todo tipo de acciones, de palabras punzantes, de promesas marchitas. Se habrá decepcionado una y mil veces hasta secarse entera. Se habrá dicho: "esto es no es para mí"; preguntado: "en qué equivoco el paso", y "dónde está mi fallo", "qué es lo que he de cambiar". Y habrá dado un portazo, cerrando ese pasado, porque una vez vacía no es posible volver. Ya no hay retorno. No podrá provocarle que despierte de nuevo lo que una vez sintió, siendo más joven, más ingenua, más débil. Y desenamorada, como solo una mujer pues estar después de tan duro trayecto, ya no quedará nada de aquel largo pasado. Y tras ello, habrá puesto sonrisas donde no había ganas, ganas donde no había humor, humor donde habitaba un hueco difícil de llenar. Y se habrá recompuesto mil millones de veces. Se habrá atusado el pelo, maquillado los ojos, sonrojado mejillas y pintado los labios, y subida al tacón habrá pisado firme con un "no pasa nada; yo sí puedo, no es tarde". Y con tiempo y azar, con ganas de sentir, volverá a sonreír. Y ahí sí.
Cuando una mujer madura se enamora, está alcanzando entonces el mayor de sus hitos, porque se está entregando repleta de roturas antiguas, de cicatrices amarillas cosidas y pegadas, pero visibles marcas finalmente. Que si pasas tus manos notarás su relieve, más profundo o más tenue, prolongado tal vez. Pero a ella no le importa, es más, sabe que están ahí y con ellas te ama. Espantará sus miedos solo por darse a ti. Te deja acariciarlas, te cuenta cómo fueron y lo hace con los ojos de una niña pequeña que ha olvidado en los tuyos lo que las provocó.
Cuando una mujer madura se enamora, estate atento porque habrás conseguido el mejor de los premios. No solo trae consigo cicatrices y caídas, no. Trae el mejor tesoro, su gran revelación, pues se habrá puesto en pie y se habrá hecho más grande y más serena, más sabia y más segura. Con solo una mirada sabrá reconocer allí donde no encaja, aquello que no quiere, lo que apaga su luz, lo que la hace infeliz. Sabrá decir sin duda dónde no pertenece, con quién no compartirse. Pero del mismo modo, si una mujer madura se enamora de ti, ¡ay! ten por cuenta que entonces te habrá seleccionado entre más de cien mil. O tú a ella, quién sabe. Que ese será tu mérito, que ese será tu triunfo y que algo especial tienes, pues, en tan solo un instante, efímero e incomprensible a tus ojos tal vez, pausado para ella, habrá identificado que ella sí es para ti. Y hará porque lo sepas, ya verás, créelo: que posees contigo lo nunca visto antes, un sinfín de virtudes y defectos también, no te engañes, de esos que salpimentan cada día de vida, de esos que le provocan no vivir más sin ti. Que sabe que no hay otro, que lo ha encontrado al fin.
Si una mujer madura se enamora de ti, no dudes jamás de ella. No jugará al engaño, no habrá medias verdades, ni dudas ni silencios. No habrá por qué mentir. No te irá con mareos, con tiempos, con espacios ni agobios. Te dirá lo que siente y lo que quiere, sin subterfugios ni trucos. Se te desnudará completamente. Solo a ti. Y lo hará porque está segura de que eres tú y nadie más. No debe nada a nadie. Sabe caminar sola, ha aprendido a seguir. No va desesperada, ya no hay prisa. Podría vivir sola eternamente, continuar cumpliendo con su vida, podría ser feliz, sentirse plena. Y no busca un seguro de vida, un tener a alguien a su lado, ni que la revalides tan solo estando ahí. No se trata de eso, sino que apareciste y lo supo sin más. Y a ti se te entregó definitiva. Y una vez que te quiera, que ya esté enamorada, te amará hasta los huesos, hasta su misma sangre, te dará su experiencia y beberá de ti. Te llenará de besos y de abrazos, de gestos. Te lo demostrará, no tengas miedo. Se mostrará orgullosa de pasear contigo, de compartir su tiempo en cualquier cosa, mientras que estés allí. Te llenará la casa con su risa y sus cantos. Y se derretirá con tus muestras de amor. Respetará tu tiempo y tus espacios, porque del mismo modo tú lo harás con los suyos. Y te escuchará atenta, se grabará al minuto tus palabras, tus cuitas, tus consejos, tu voz. Te admirará de veras, te cuidará a diario y si en verdad te ama no se irá, tenlo en cuenta. Y que hará lo indecible por quedarse contigo, a tu lado hasta el fin. Que sabe lo que quiere, que pisa firme el piso, que te mira a los ojos y te sabe entender, pero en su fortaleza te mira hacia lo alto, para que la protejas y se refugia en ti. Y que en tu abrazo veles por su alma, su cuerpo, su corazón, su vida. Que ella te necesita, te necesita a ti.
Si una mujer madura se enamora de ti, lo sabrás al instante, sin dudas y sin miedos. Sabrás que está presente, no tendrás que esperarla, ni que perder el sueño. Salvo que sea a su lado.
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