SI ESTA NOCHE EL MUNDO DEJARA DE GIRAR

By María García Baranda - mayo 09, 2016

         Da la media noche. Ding - Dong. Medio mundo en su cama. Profundamente dormido, soñando, tratando de coger el sueño, insomne, dándole vueltas al día,… El otro medio da rienda suelta a la mañana, o a la tarde, o a la noche. Corren, gritan, ríen, lloran. Se ocupan de sus hijos, de su trabajo, de sus amigos, de sus padres. Están sentados frente al televisor con la mente en blanco. Se encuentran absortos en la lectura de un buen libro. Disfrutan de una película. Comen. Beben. Aman. Descansan sentados en una playa viendo la caída del sol. Velan una muerte. Alumbran un hijo. Medio mundo en su cama y el otro medio en pie. Y son en punto, de una hora concreta y de un día determinado. Y con un ritmo acompasado, pero cada vez más lento, el mundo va girando más despacio. Última vuelta y al fin se detiene. Se acabó todo. Fin del trayecto.
¿Y si el mundo se detuviera esta noche? De pronto todo se encuentra fundido en negro. Cada individuo, a sus 5, 15, 25, 40, 50, 60,… años, se da cara únicamente a sí mismo. Es el momento de ajustar las cuentas de manera individual y en absoluta soledad. Pacífica soledad, por otro lado. No nostálgica, ni tormentosa, sino ese momento que todos necesitamos para mirarnos por dentro. El momento de hacer balance y de hacerse una serie de preguntas determinadas. ¿Cuáles te harías tú? Yo las tengo ciertamente claras. Sé que volvería la vista a determinadas cuestiones que corro a anotar por si me hicieran falta.
 Me preguntaría si he amado suficiente, profunda, generosa, honesta y desinteresadamente. Qué bien suena, pero no es tan solo una expresión hecha. Consiste en dar el paso a un amor emocionalmente maduro. En escapar de aquello que me dijeron una vez que era mi forma de amar entonces, un amor adolescente, ultrarromántico. Sentí rabia y pronuncié un qué sabe nadie, pero acabé con el tiempo comprendiendo. Un amor sin esperar, solo por dar. Un amor completo en el que ambos se complementan y hacen crecer, un amor donde el respeto a la identidad de cada uno es posible porque se basa en el equilibrio. Un amor inteligente, de cabeza y corazón, porque no genera preguntas, ni dudas; porque da rienda suelta a los pensamientos; porque no pone barreras a las necesidades, ni a ser uno mismo; un amor donde el reproche no se instale a vivir y se pueda discutir hasta el amanecer si es posible. Me preguntaría si he amado, sí. Porque eso es amar a alguien y el resto es amar la idea de poseer amor, de no estar solo, de estar enamorado.
Me preguntaría si he sido capaz de anteponer otras necesidades a la mías. De saber si mis ganas de algo en concreto eran tan importantes como para remover cielo y tierra, si eso podría hacer tambalearse el mundo de alguien a sus pies. Si había sido capaz de procurar o desear la felicidad ajena a costa de no salirme con la mía. Si pude comprender lo incomprensible para perdonar lo imperdonable y así soltar amarras. Si liberé de yugos y de interrogatorios. Si levé anclas a fin de no forzar las cosas.
Me preguntaría si supe separar el trigo de la paja, lo auténtico de los cantos de sirena, el capricho de lo verdadero. Si supe dar a cada quién el valor que merecía y admitir de cada uno el elogio que con sinceridad me procuró. Si hice justicia y rescaté lo que verdaderamente mereció la pena, alejándome de lo tóxico. Si tuve la capacidad de discernir dónde, cuándo, cómo y a quién dedicarle mi esfuerzo.
Me preguntaría si me apliqué en aquello de no buscarles rendimiento a las personas, de no usarlas como parajes confortables, ni amarrarlos por miedo a la oscuridad. También si fui capaz de no dejarme mover por los celos, por las envidias, por rencores y por el orgullo de no perder batallas o guerras, aun sabiendo que conservar ciertas cosas no era legítimo, si estas no eran ganadas por derecho propio, ni logradas por mis méritos, o habían sido perdidas por mis desmanes.
Me preguntaría...
Si me fui leal. Si me cuidé a mí misma. Si me vendí en algún momento por dos pesetas. O si me regalé sin yo considerarlo pertinente, claro. Si consentí desperdiciarme. Si permití la burla.
Si fomenté mi mente. Si amé mi cuerpo. Si coloqué mi corazón como mascarón de proa.
Si aprendí a navegar sola. Si supe mudarme de ciudad, romper los planos y empezar de nuevo. Si aprendí a no conformarme con lo evitable y a asimilar en cambio lo asumible.
Si quise crecer cada día de vida. Si me lamenté y quejé en exceso sin poner remedio. Si no me moví para solucionar lo que me dañaba.
Si no supe pedir perdón. Si caí en la mezquindad. Si supe escoger mis contrincantes, si me rendí a tiempo o a destiempo, si luché por lo realmente valioso o le volví la cara en un descuido.
Si olvidé ser empática. Si me callé demasiados “te quiero” a quienes de verdad lo merecían o pronuncié un número excesivo a quienes perdieron el derecho de escucharlo. Si dejé de escuchar o de ver a los que me gritaban y mostraban su rostro frente al mío.
Si renuncié demasiado pronto a mis sueños o alargué agonías evitables. Si exploté en demasía mis talentos o disimulé con demasiado ahínco mis defectos.
Si me quise en exceso. Si dejé de quererme. Si dejé de querer injustamente.
Si me perdí vida por obstinada. Si me privé de sentir, de darme oportunidades, de ser y hacer feliz.
Si me negué a ser niña cuando debía. Si pasé a ser verdaderamente mujer, no ya tan niña. Si supe ser yo misma. Para mí y para el resto.




Si esta noche el mundo dejara de girar... me haría mil preguntas obligándome a ser sincera en mis respuestas. Y una cosa aseguro: trataría de tener la conciencia tranquila, los deberes bien hechos, la justicia aplicada y las deudas saldadas. La primera conmigo. Si esta noche el mundo dejara de girar…





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