HABRÍA QUERIDO QUE ME AMARAS...

By María García Baranda - octubre 23, 2016


Habría querido que me amaras como aman los niños pequeños cuando aún nada les ha estropeado sus emociones, cuando aún la cabeza no se ha convertido en una entrometida en los asuntos del corazón. Sin interés. Sin miedo. Sin necesidades. Sin palabras pensadas ni medidas. Sin reticencias. Sin acotaciones ni límites. De verdad.

Habría querido que cerraras los ojos y, agarrando mi nuca muy despacio, hubieses notado tan solo el tacto de mi pelo en tus dedos, y el olor de mi perfume caído al desenredarme uno a uno mis mechones. Tan solo esa emoción. Por sí misma. Sin pensar en nada más, ni en lo que habría de venir después.

Habría querido que al besarme fueras notando, milímetro a milímetro, el tacto esponjoso de mis labios. Lentos, tibios, mullidos, para que a través de ellos traspasara a los tuyos ese sentir que poco tiene que ver en ese instante con el deseo o con la lujuria.

Habría querido que se unieran las piezas del rompecabezas, de esos que hacen los niños, sí. Que me llamases a jugar y que el día se ocultase tras haber perdido la noción de un tiempo en el que el juego había de acabarse.

Habría querido que por un momento hubieras perdido la habilidad de recordar. Que repentinamente hubieran desaparecido las lecciones aprendidas, los nombres de las cosas, las palabras ya oídas y dichas por otros, lo preconcebido. Que se esfumasen las unidades de medida, las escalas de amores y los referentes, para que así, limpiamente y sin estereotipos, acudieras tan solo a lo que tiraba de ti irremediablemente a mi lado. Habría querido que permitieras que lo inaudito se desbordase en ti.

Habría querido que me amaras sin pensar que me amabas. Sin creer que era eso. Sin admitir siquiera que un antes y después se fijó en nuestras vidas cuando nos conocimos. Y que nada es igual por más caras que pasen por delante, por más conversaciones, por más pieles desnudas que se crucen.

Habría querido que me amaras como aman los niños. Como yo te amé y nadie, ni siquiera tú mismo, entendió. Con ese único y extraño modo de amar que estoy segura ninguno de los dos conoció antes. 

Habría querido que me amaras como ni tú ni yo alcanzaremos ya a amar a ningún otro que no seamos nosotros.
Como se aman los niños. Tan solo por sí mismos. De verdad de la buena.










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