SOLO ANTE EL PELIGRO

By María García Baranda - octubre 27, 2016

       Uno de cada cuatro adultos de hoy día vive solo, de forma independiente por elección u obligación. Y no solo en cuanto a convivencia se refiere, sino que en gran parte de los casos no comparten su vida con una pareja sentimental. A propósito de ello señalo un reciente estudio que revela la previsión de que para el año 2025 aproximadamente la mitad de la población mundial vivirá en dicha situación. ¿Preferimos caminar solos?, ¿hemos perdido las habilidades sociales en los contextos más íntimos?, ¿ya no nos satisface buscarnos compañeros de viaje?, ¿o es que nos hemos hecho tan insoportables que se ha convertido en una misión imposible? A la luz de tal panorama me vienen a la mente mil preguntas para tratar de averiguar qué sucede al respecto, y a proiri no sabría aseverar si se trata de un cambio humano claramente positivo o negativo. Si soy sincera, inclino más la balanza hacia la negatividad del asunto. Mezclarse y relacionarse es, en la mayor parte de los casos, nutrirse. Elegir compartirse es además generoso, cálido y útil hacia los demás, creo yo. Pero es ya una cuestión subjetiva y no hacerlo es una opción de vida libre y plenamente respetable. Fuera de ella, lo que me inquieta es que se haya ido convirtiendo en una tendencia al alza. Y suma y sigue.

    La vida de a uno no es un fenómeno de reciente aparición. Tampoco es resultante de ninguna moda o cataclismo social. Podríamos decir incluso que no es algo que miremos con extrañeza ya, pero sí que es cierto que observar las cifras nos hace al menos pensar cómo cambian los hábitos y la necesidades humanas, así como en sus posibles causas. Las estructuras sociales mutan, naturalmente, y en especial las familiares. A lo largo de los siglos hemos asistido al paso de comunidades más cerradas y nutridas, hacia modelos más abiertos y con menos componentes, pero ¿por qué?¿Tanto ha cambiado el sistema de vida que nos ha ido haciendo perder facultades para convivir en pareja o es que es el sistema se ha adaptado a los cambios del ser humano? Es decir, ¿el hombre se va aislando e individualizando por efecto del mundo -laboral, social, tecnológico,...- que le rodea, o es el entorno el que se va modificando a demanda y a raíz de que el hombre cada vez es más aficionado a ese caminar en soledad? Veamos.

      Desde finales del siglo XIX el individualismo se ha ido haciendo un generoso hueco en las estructuras sociales. Solteros, divorciados, viudos, que bien de forma voluntaria o bien por las circunstancias que les rodean deciden o terminan viviendo solos. La cuestión es que, más allá de que la idea de familia haya variado, de que se tenga mayor o menor número de hijos, del aumento de las familias monoparentales o del declive de la institución del matrimonio, el hecho revela una condición social, antropológica y hasta mental que caracteriza al hombre contemporáneo como un ser más independiente, más autónomo y hasta más autosuficiente. Pero, ¡cuidado!, porque dicha individualidad hay que cogerla con pinzas. El tenderete que es nuestro mundo actual se basa en la máxima del "divide y vencerás" en aquellos aspectos en los que la sociedad integraba grupos bien conformados y cohesionados en etapas anteriores de la historia. Comemos solos, dormimos solos, compramos para uno, viajamos por nuestra cuenta y hasta salimos solos a tomarnos una copa, todo ello impensable tiempo atrás. Como consecuencia nos volvemos recelosos de nuestro tiempo y guardamos belicosamente una supuesta libertad virtual, que al fin y a la postre se traduciría a tomar la iniciativa en actividades que finalmente llevaríamos a cabo de la misma y exacta manera. "No me impongas ir al cine, que quiero proponértelo yo". Somos pues falsos independientes. O lo somos tan solo para aspectos muy concretos, reducidos y hasta me atrevería a decir que insignificantes de nuestro día a día, porque a mi modo de ver, ese supuesto caminar por nuestra cuenta requiere de una marcada ayuda del sistema exterior. Ese mundo al que me refería está montado de tal forma que facilita nuestro sendero en soledad, pero al tiempo nos empuja a ello. Nuestras profesiones, el sistema económico capitalista se frota las manos ante el citado individualismo y como tío avispado echa más leña al guego y lo potencia. Pero, ¿a qué se debe tal éxito? Pues creo sinceramente que a que ha encontrado el mejor y más abundante alimento para subsistir. Dicho individualismo come sin saciarse del ego y subsecuente egoísmo humano.

     Compartir tu vida con alguien,... más antiguo que el propio mundo. ¿Qué es lo que hace ahora porque muchos opten por rechazarlo de plano?, ¿tan negativo es?, ¿tantos quebraderos reporta?,... Habría que observar el pasado de todas y cada una de esas personas, pero mucho me temo que vienen de historias terminadas. No digo ya, de intentos fallidos ni de fracasos, porque quizás deberíamos empezar a entender que separarse de alguien con quien compartiste tu vida o una parte de ells no es ya un fallo ni un fracaso, sino una historia, un proyecto que funcionó y llegó a término. Más largos unos. Más cortos otros. Generaría menos taras, menos traumas sin resolver y no contribuiría a cebar ese individualismo mezquino, forjado en el egoísmo y en no querer mirar lo que, con suerte, se ve. Primero yo, luego yo y siempre yo. Mi vida, mi saber, mis experiencias, mis problemas, mis necesidades. No es, sin embargo, causa única para que uno opte por ir a lo suyo, puesto que el inevitable miedo a volver a sufrir, a repetir la historia, pone su granito de arena. Por lo tanto se van creando seres que prefieren estar solos, que a la mínima toman las de Villadiego, que se hacen adictos a mirarse a sí mismos y que pierden la capacidad de prestar atención a los demás.
    Pero donde hay voluntad, también hay obligación. Y es que las circunstancias de las que hoy hablo son el caldo de cultivo de docenas de intentos por dar con el acompañante vital y acumular historias que no cuajan. No todo el mundo quiere estar solo. O no lo quería en inicio, pero después de un tiempo no le ha quedado más remedio que resignarse a ello. Mi optimismo ante tal posibilidad es siempre que todo aquel que comenzó resignándose, continúe acostumbrándose, para seguir tomándole gusto a eso de vivir solo ante el peligro, sin que eso haya de suponer renunciar a una vida de dos, si se da el caso. Cruzo los dedos porque sea así, porque me disgusta enormemente cuando veo casos de esos que se emperran en conseguir amor, como si fuese ganar a la lotería o como si se tratase de ahorrar dinero en una cuenta que nunca baja. Se atrincheran, aunque de ese amor quede ya solo un álbum de fotos, y son capaces de venderse a una versión de sí mismos increíble para todos, así como perder a girones sus propios principios y su dignidad. Pero dicen tener amor. Consecuencia de pánico a caer en la soledad y en ese frío individualismo que arrasa nuestro presente. 



   Paradójicamente, si aprendiésemos a vivir solos, no caeríamos en una enfermedad de loa constante a nuestro ego. Perderíamos esa visión limitada. Tenderíamos a acompañarnos de personas de las de verdad, de las que aportan y asisten a nuestro crecimiento y a la inversa. Paradójicamente nos lanzaríamos a compartirnos con una pareja. De las de verdad, en lugar de ponernos medallas por cabalgar solos ante el peligro, cuando el verdadero peligro es la soledad no deseada y la compañía adulterada.





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