ELEMENTOS

By María García Baranda - marzo 10, 2017


LUZ
Hay personas que quieren tanto, tanto, tanto, que absorben por sí mismos la labor y la fuerza de sentimiento de dos personas, y no dejan amor de sobra para que los quieran a ellos. Lo agotan a mordiscos y lo vuelcan de una vez, espeso y macizo. Personas que entregan tanto de sí, que van perdiendo el color. Poco a poco apagadas, tenues, transparentes,… hasta volverse al fin invisibles para el otro. Son seres con tanta electricidad en el corazón que un día estalla en mil descargas y se vacía de pura tristeza. Y es que el otro, deslumbrado por tanta energía, no tuvo jamás forma ni ocasión, espacio ni tiempo en su interior para sentir la necesidad de iluminar el páramo.

AGUA
Hay seres anegados en lágrimas que apenas dejan ver sus ojos sobre el horizonte. El volumen del agua que originan es tan alto, tan profundo que no se dejan ver.  De vez en cuando se ponen de puntillas y asoman las pestañas. Suele ocurrir en época de sequía, esa en el que el sol calienta de plano y aclara el color de sus ojos. Pero vuelve a llover. Llueven reclamos, penurias, tristezas. Pero nunca propias. Siempre de otros. Y es entonces cuando estos seres comienzan a llorar y a llorar y a llorar. Pero entre tanta agua nadie aprecia que el llanto es por sí mismos. Y se ahogan de nuevo. En amor. Y se vuelven de agua. Para siempre.

FUEGO
Se queman entre llamas voraces, avivadas con energías internas que emanan de sí mismos. Sí. Personas que encienden y se encienden, que sienten tanto amor, tanta pasión sin freno, que el aire que respiran alimenta su fuego. Amanecen sintiendo ya ese amor, lo nutren, lo potencian, lo dejar crecer, lo renuevan y ven ante sus ojos cómo se prende en llamas. Arde y estalla. Y se queman con ellas, hasta quedar reducidos a rescoldos, a trazos de quién eran, retirados tan solo en un segundo con la punta del pie de quien amaron.

TIERRA
Enterrados en simas, fosas, pozos, minas se encuentran los restos de personas que aman con el alma, pero no son vistas, oídas o sentidas. Por múltiples razones. Se las enterró allí de puro sentimiento, se las tragó la tierra, o en ocasiones hasta tristemente se enterraron ellos mismos. De dejarse a un lado, de no darse hueco, de no admitir verdades, de no pedirse más. De estar, simplemente. Siempre ahí, cotidianamente, para lo que haga falta. De darse sin más. De puro amor. Pero no se valora lo que se obtiene gratis, lo que está omnipresente. Por deslumbrante, único y brillante que parezca. Hay personas, por tanto, que es tanto lo que quieren que mueren copados por toneladas de tierra removida.

AIRE
Tanto amor que pierden la razón. Enloquecen y pierden el sentido. De sí  mismos, de sus necesidades, de su propia vida. Dar para no recibir. Sentir para ser sin más. Sin abrazo. Sin ser echados de menos. Sin ser sentidos con la calma tranquila de la brisa sin malas intenciones. En su lugar, vientos huracanados de los que ni siquiera son partícipes, causa o consecuencia. Aire que los desplaza hasta un rincón, donde cualquiera, y aún sin merecerlo, entorpece la marcha. Aire en los ojos que ciega su sentido común, que ensordece palabras, que reseca la piel, y que deja un regusto amargo y metálico. 






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