No pido tanto, creo. ¿Tú pides tanto?, ¿mucho?, ¿será adecuado? Y es que para mí lo natural reside en lo cotidiano. En lo terrenal. En lo defectuoso. En que no importe lo irrelevante, que por algo se llama de ese modo. En hallar la belleza en las imperfecciones. En hallar imperfecta la belleza. Del alma. Del cuerpo.
Y es que yo, una vez me despojo de mi manto que todo lo cubre, me quedo a solas conmigo misma y con quien me ame. Con quien me ame tanto por fuera, como me ame por dentro. Con quien se conozca las docenas de lunares que tengo repartidas por el cuerpo a su libre albedrío. Quien sepa que cuando me levanto, lo hago con los ojos hinchados, de puro redondos. Quien sepa que cuando río dejo asomar un diente rebelde en busca de protagonismo en mi anguloso rostro. Quien sepa que mi cuerpo no es perfecto, que ensancha mi cadera, que tengo los pies grandes y mi culo necesita atraer atención, y por ello hace méritos. Quien me ame por fuera, sí, así tal como soy, no posando en las fotos, ni vistiendo tan chic, ni mirando de lado. Quien me ame por dentro, quien me vea marcharme sacudiendo el andar, y salirme de mí y llorar como un niño. Quien me escuche de noche hablar de una y mil cosas, y comprenda mi mente. Quien me albergue en el alma. Quien me ame tal cual. Ya lo he dicho. A un mil por ciento.
No pido tanto, creo. Solo ser poesía, imprescindible el verso, inagotable el ritmo. Eterno el sentimiento. Si no es así, no hay trato. Que de hecho, no lo pido.
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