LO QUE HAY ES LO QUE HAY

By María García Baranda - marzo 13, 2017

   




 Qué cómo me siento… ¿cómo estoy? A veces mi respuesta es un “no lo sé” o un “aquí, sin más”. Y respuesta tengo, todos tenemos. Se tiene siempre. Lo que sucede es que a veces nuestro estado de ánimo, nuestro estado emocional es tan complejo o está, tal vez, tan cansado, que se queda aparentemente detenido en el tiempo. No habla, no actúa, no se mueve. Simplemente está. Ubicado, no creas que da bandazos o se encuentra perdido. Sabe muy bien dónde se halla, desde cuándo y por qué. Pero es su circunstancia tan enrevesada, que explicarse y definirse sería una historia tan larga de contar, que llevaría casi el mismo tiempo que los sucesos que le hicieron alcanzar su posición actual. Y por eso se mantiene en silencio. Sin tirar del hilo. Para no provocar ira, llanto, atropellamiento, o vaya a saber cualquiera qué reacción. En silencio además se piensa mejor. Sin que nada ni nadie te influya. Que ya sabemos que opinar, opina todo el mundo, y que eso sucede según la experiencia particular de cada uno; esto es, empatía hueca. Y también, que a veces es mejor no entrar en muchos diálogos, o que hay quienes no dicen la verdad ni equivocándose, como dice una amiga mía. Por otro lado, en estados extremos uno dice y escucha lo que haga falta con tal de salir del paso. Y… ¿todo eso para qué? Si no hay mejor carga de realidad y de verdad que la que uno lleva dentro de sí. Las respuestas a todas nuestras preguntas se encuentran en nuestro interior. Tan solo hay que tratar de reunir la calma y la paz necesarias, ese silencio al que antes aludía, para saber leerlas, porque en esas circunstancias nos despojamos de todo aquello que nos lo desvirtúa, que nos engaña, que nos confunde.
   Así que, mi "cómo estoy" de hoy va por esos derroteros. Tiene una gran dosis de verdad muda. Pero hay más. Hay algo de resignación, de aceptación, de pragmatismo. Hay algo también de escepticismo, de mente matemática y de razonamiento. Experiencia y fortaleza. Mucha de cada una. Y también abundante determinación para avanzar digna y elegante, y para llamar a las cosas por su nombre, incluso a mí. Sí, especialmente si a quien hay que llamar por su nombre, es a mí misma. Me guste más o menos. Pero las cosas son como son. Y lo que hay es lo que hay. 
    Y ojo, advierto, que esto que describo no es rendirse ante lo que sea que tengamos que enfrentar. ¡Nunca! Siempre hay que superar(se). Lo que pasa es que yo siempre quise cambiar el mundo, mejorar mil cosas. Siempre quise influir a los míos para mutar a mejores vidas. Y casi nunca he poseído la agudeza de tener en cuenta dos factores. El primero es que casi nadie escucha, casi nadie te mira con ojos de asentir, en lugar de con esos que transmiten la pregunta de qué tienes en la cabeza. Casi nadie cree. Ni en sí ni en lo que dices. El segundo olvidado factor es el de que el primero de los mundos que he de cambiar, antes que ningún otro, es el mío propio. Pero eso sí, sin muletas. Por mí misma y sola, lección que, aunque dolorosa, ya aprendí muy bien. Camino en soledad. Lo que hay es lo que hay, sí. Lo que yo luche por que haya.




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