LA GENTE SUELE DURARME MUCHO, MUCHO, MUCHO...

By María García Baranda - marzo 13, 2017








      Esta tarde estaba llevando a cabo una actividad que me dejaba tiempo para pensar relajadamente. Descansadamente. Música de fondo, poca luz, buena temperatura y dejarse ir. Algo así como cuando vas conduciendo por una carretera desierta y formada por kilómetros en línea recta. En ese estado de calma me dio por la idea de las distintas velocidades de pensamiento de los seres humanos. Sí, sí, velocidades. Sabemos que el cerebro humano cuenta con varias capacidades intelectuales. Capacidad lingüística, matemática, espacial,… Sabemos también que cada uno de nosotros desarrolla unas por encima de las otras. Y sabemos que el ritmo de aprendizaje y de proceso mental varía según el individuo y la capacidad en cuestión. Pues bien. Ahí, con todo eso rondándome en el coco, tumbada como estaba -porque lo estaba, sin llegar a dormirme-, me puse a psicoanalizarme. Y nunca mejor dicho. Porque empecé a pensar qué velocidad de pensamiento tiene esta que aquí escribe hoy con uno de sus desvaríos. Conozco mi mente con bastante profundidad y objetividad, creo. Dedico mucho tiempo a ello y ya sea por profesión o por afición suelo llevarme al límite para ver cuánta rapidez de análisis, asociación de ideas o improvisación poseo. Soy considerablemente rápida relacionando ideas, puedo decir. Evidentemente no todos los días estoy igual de fina, ni en todos los temas funciono igual, porque bien claro digo aquí que en algunos soy nefasta. Espacialmente hay una nebulosa que me deja prácticamente ciega, por ejemplo. Aún así, con mis cotas más altas y mis carencias más acusadas sé que soy intelectualmente rápida, tanto en absorción de ideas, como en proceso y en capacidad de conclusión. Y digo intelectualmente, porque emocionalmente ya soy harina de otro costal. Rápida en absorción de materiales, en asunción de sentimientos, pero lenta en el camino del proceso a la conclusión.
     Si echo la vista atrás, detecto un denominador común: soy notablemente lenta a la hora de tomar decisiones que impliquen emociones y sentimientos. Con esto no quiero decir que sea dubitativa. No lo soy. Sé lo que siento y lo que quiero con absoluta claridad. Siempre. Pero tengo un factor en contra y es que soy una idealista que espera siempre que todo vaya a mejor. Y eso implica emplear tiempo. Así pues, suelo tener una capacidad de resistencia que aunque suene muy bien, no es nada bueno, porque supone oponer una fuerza contraria a los acontecimientos que suele traducirse en dolor, malestar y emociones nada positivas. Impide además que las cosas fluyan siguiendo el curso de su propia inercia y eso puede desvirtuar las experiencias. Además de tocarle las narices al contrario. Creo que esto siempre ha sido así, a lo largo de toda mi vida. Suene como suene, y creo que se entiende el contexto, diré que a mí la gente suele durarme mucho. La razón pienso que es evidente y ha quedado explicada. ¿Es eso  bueno?, ¿es malo? No tengo ni la más mínima intención de valorar eso en este momento. Es… ¡así! Y ya. Por algo habrá sido, es y será. Tan solo puedo concluir con que soy consciente de que mi rapidez intelectual no es equivalente a la emocional. Y añadir que castigarnos al respecto es del todo absurdo. Cada uno tenemos nuestros ritmos, nuestros tiempos y nuestra duración de proceso, que culminará solo cuando estemos preparados para ello.



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