Recién salida del horno de estar con mis chicos haciendo orientación académica respecto a la sempiterna pregunta: Cuando esto acabe, cuando finalices el Bachillerato, ¿qué quieres estudiar?, ¿a qué te quieres dedicar? Para ellos, que nadan en un inmenso mar de dudas, es la pregunta del millón y, como es lógico, es fuente de agobio. Les falta información, pero sobre todo les falta madurez. Y lo comprendo. A medias. Que un chico de esta edad no sepa aún a qué se quiere dedicar en la vida, que desconozca qué se cuece en el interior de las múltiples profesiones que circulan por el mundo, resulta más que comprensible. ¡Cómo van a saberlo ya! No les ha dado tiempo de meter la nariz en el asunto. Lo que me hace torcer el gesto un poco más es que se repitan expresiones como “se vive bien”, “eso no que son muchos años”, “si perdemos un año…”, “a ver si me voy a pasar lo mejor de mi vida estudiando…”, y un largo etcétera del pelo. ¿Cómo les digo yo que esto no funciona así?, ¡ni por asomo! ¿Cómo les cuento que esas palabras solemnes, constancia, entrega, y dedicación, son la clave de…¿todo?, sin que suene a perorata de educadora?
Me quedo pensando que ni siquiera son conceptos adquiridos e interiorizados en la edad madura, que no damos ejemplo y que si el mismo adulto quiere placebos, fuentes de placer inmediatas, drogas emocionales que le quiten la insatisfacción, el que nuestros jóvenes crean que la vida es eso es más que entendible. "Hoy quiero esto porque lo necesito, pero mañana ya veremos". "No quiero hipotecarme, por nada, por nadie; no vaya a ser que me roben el tiempo, la atención y el alma".
Siempre supe que lo que merece la pena conlleva un esfuerzo y esa constancia imprescindible. Permanencia e inmutabilidad. Siempre supe que seis días no hacen una semana, que querer tener una buena profesión exige años de estudio y que el amor se demuestra todos los días. Siempre supe que conservar es invertir tiempo, trabajo y calidad. Y que no siempre lo conseguimos aun así. Que no basta con necesitar algo para ir a por ello, porque la necesidad es poca cosa y el desear cubrir una carencia, aunque entendible, es engañoso y egoísta. Siempre supe que si alguien me importa ha de importarme a diario -y lo hace, aún en las malas, de veras-, esté mi humor como esté y haya a mi alrededor un tsunami o un terremoto escala nueve. Siempre supe que… ahí afuera hay una tormenta constante.
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