PARA QUE NO ENFERMEMOS

By María García Baranda - marzo 23, 2017





     Curamos las heridas con las firmes y contundentes posaderas. Exacto. Con el culo. Dado que la vida, por esplendorosa que sea, que lo es, tiene sus bien dispuestos dardos para incomodarnos, y dado que esquivar su trayectoria se me antoja imposible y hasta inconveniente, rasguños hay para todos. Pero creo de veras que nos curamos de esos dolores de la peor de las maneras. ¿Por qué? Pues porque no vamos al foco del dolor, ni a la raíz de la infección, sino que tratamos un poco la superficie a modo de que no tengamos que ver la sangre, que es la que nos asusta. Nos preocupa más ser conscientes de que nos han herido, que el daño profundo. O al menos le ponemos más empeño. ¿Total para qué? No sirve para nada, además de ser pueril. ¿Que alguien nos hiere con sus palabras? Dejamos de hablarle. Ni nos explicamos, ni pedimos explicaciones. Rara vez paramos. No pensamos porqués, ni si es reversible o menos grave de lo que nos pareció en inicio. Nuestra primera reacción es seca e inmediata. ¿Y si nos separamos de una pareja? Evitamos hasta encontarlo por la calle. Y no me refiero al aislamiento sano y necesario por el que hay que pasar, sino a que lo convertimos en algo enfermizo y patológico, entrando casi en pánico si existe la más mínima posibilidad de olerlo. Matar moscas a cañonazos. ¿Y qué me decís de las tecnologías que apoyan las relaciones sociales? Arsénico, cianuro, bella donna,... y que somos imbéciles de libro. Me bloqueas, te bloqueo, me quitas de tu lista, te quito de mi lista, te destino un estado, me destinas una foto,... Y miro, y releo, y última conexión, e interpreto, y me invento, y me psicotizo,... Como si esos gestos idiotas nos aliviaran o solucionaran el problema. Lo que es a mí, me vuelven gilipollas con un punto neurótico. Y al resto, parecido, porque es para no contarlo. Nunca. Jamás. A nadie. A mí, al menos, me da vergüenza. Sea como sea, es la huída nuestro recurso más socorrido para curar heridas. Y no las cura, las parchea y pone emplastos que tapan la infección y no la dejan respirar. 


No quiero medicinas, curas, ni placebos. 
No quiero agujas, ungüentos, ni pastillas. 
De esos que ayudan a sanar por dentro buscando ese barniz mate por fuera. 
No quiero recetas mágicas para el corazón, jarabes para el alma, gotas para las lágrimas. 
Quiero tan solo que no me sangre, que no te sangre. 
Que no enmohezcan. 
Que no me llore. Que no te llore.
Yo sé que inevitable es abrir heridas. 
Viejas y nuevas. 
Brecha o rasguño, 
siempre habrá algo de sangre en nuestras pieles, 
tuya y mía. De ayer, de hoy, de toda una vida. 
Yo sé que hiero, como sé que me matas alguna que otra noche. 
Pero no quiero perder la vida o la cordura, la salud ni la mente. 
Ni que te vuelvas loco de extrañeza, ni que lamentes o solloces. 
La vida es otra cosa. Bien distinta. O debería. 
Es lamerse ese hueco que molesta y que escuece,
y evitar con el gesto que supure de nuevo. 
Volverlo cicatriz y encallecerlo. 
Es procurar salud al que está enfrente. Preservarla guerrero en uno mismo.  
No es hacer enfermar. Es pasarle la mano a ese trozo de piel para que duela menos.

No quiero medicinas, no. Lo que yo quiero es no enfermar ya más. Y que no enfermes. Ya es bastante.







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