Me despierto, un tanto temprano para ser domingo. No alboroto la casa, me preparo mi primer café y me dispongo a leer un rato. Un poco de todo, picoteando de aquí y de allí como suelo hacer en las mañanas libres. Y es curioso cómo funciona la mente y cuánto se sugestiona, incluso cuando aún se encuentra adormilada, porque sucede que todo lo que va cruzándoseme por delante parece estar enviándome señales. Un mictotexto, un artículo, una cita célebre, una entrada a un blog,... todo parece haberse confabulado para decirme: "María, por aquí, por ahí no, por ese otro lado...". Todos parecen indicadores de sucesos futuribles, mapas de pasos obligados y advertencias de escollos a evitar. El director de escena los ha puesto delante de mí para que yo los vea y decida qué hacer con ellos. Para que juzgue y valore. O para que pase de ellos más olímpicamente que la Comaneci. Porque la mente es sabia y de entre todos los estímulos que puede llegar a percibir al cabo de todo un día, escoge muy cuidadosamente aquellos en los que habrá de reparar atenta y detalladamente, aquellos que ve sin interiorizar y guarda en un rincón lejano de la mente, y esos otros que pasa por alto porque no está lista para masticar. Estímulos frente a nuestros ojos, pistas para el cerebro y la aplastante capacidad de decisión de tomar y descartar.
Me paso la vida interpretando hasta lo que no debería interpretar por falta de peso específico o por lo natural y espontáneo del gesto. A veces las cosas no conllevan mayor explicación o simplemente hay que dejarlas fluir y no cortarles el paso, porque más que en ellas es en su espontaneidad y libre circulación donde reside su importancia. Y no pasa nada. Y los estímulos externos, esas señales que esta mañana parecen surgir por todas partes no son más que muestras de pensamientos que me ocupan la mente. No todos buenos, por cierto. Muchos de ellos obsesiones y temores, extremas precauciones y cobardías. Otros palabras ajenas. Y algunos otros variables a tener en cuenta, sin mayor relevancia. No son más que eso, ni tienen mayor validez que la de servirme de puerta de acceso a la lista de pensamientos que guardo en mi cabeza. Acertados y erróneos. Sanos y venenosos. Ya encallecidos y nuevos.
Ahí están, todos, en fila, esperando a ser tenidos en cuenta o desterrados del paraíso hasta la eternidad. Eso son. Y no pretendo despojarles de esa magia que yo misma les he otorgado en muchas ocasiones, de ese halo de señal premonitaria, sino que matizo que sí, en efecto son indicios e hitos a prestar atención, pero no proceden de fuera, sino de lo más hondo de nosotros mismos. Les dejo hablar. Expresarse. Al final, como siempre, como todos,... voy a terminar haciendo lo que me dé la gana, pueda y me dejen,... ¡Y qué bien!
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